La única pregunta interesante que he oído en lo que va del 2010 me la hizo durante el almuerzo del Día de Reyes una niña de cuatro años:
-¿Porrr qué exxisten lechugass de este color? – dijo señalando con curiosidad recelosa unas hojas de color entre verde pálido y morado, de esas lechugas que llaman hoja de roble.
Me acordé del capítulo XX de El Rompimiento de Gloria donde se discute sobre el mismo y mínimo (o grande, según se mire) misterio cromático. Pocas semanas atrás lo había colgado en este cuaderno de bitácora y desde entonces no había dejado de pensar en esa mezcla extraña de colores, la más rara y hermosa de las muchas rarezas que lucen en el monte.
No supe qué contestar a la niña. Y es que no sólo la verdad sale de la boca de los niños, sino el misterio, a través de preguntas sin contestación. “Por eso desde lejos el rebollar es indescriptible. Porque es incomprensible. Como todo.”
-¿Porrr qué exxisten lechugass de este color? – dijo señalando con curiosidad recelosa unas hojas de color entre verde pálido y morado, de esas lechugas que llaman hoja de roble.
Me acordé del capítulo XX de El Rompimiento de Gloria donde se discute sobre el mismo y mínimo (o grande, según se mire) misterio cromático. Pocas semanas atrás lo había colgado en este cuaderno de bitácora y desde entonces no había dejado de pensar en esa mezcla extraña de colores, la más rara y hermosa de las muchas rarezas que lucen en el monte.
No supe qué contestar a la niña. Y es que no sólo la verdad sale de la boca de los niños, sino el misterio, a través de preguntas sin contestación. “Por eso desde lejos el rebollar es indescriptible. Porque es incomprensible. Como todo.”