Tamarón, Marqués de Tamarón
Extracto:
Creo que va a ser para mí un placer esta columna, y espero que para el lector resulte también un placer el leerla. Esta columna trata sobre un descubrimiento. No el descubrimiento de un lugar o un hito científico, sino el -en teoría- más sencillo y asequible descubrimiento de un pensador, de un escritor, de una persona. Porque esas son para mí las tres palabras que definen a Santiago de Mora-Figueroa, Marqués de Tamarón . Este verano su libro El Guirigay Nacional me ha acompañado durante muchas mañanas, tardes y noches; me ha hecho pensar, reír, indignarme, abrir los ojos incrédulamente y hasta me ha inspirado un par de relatos. Pero en el libro no sólo estaba la inteligencia indudable de Tamarón, su ironía (que yo, asilvestrado, calificaría de inglesa, pero que sin duda es más bien andaluza), su humildad (“como el maestro Ciruela, que sin saber leer montó escuela”) y su amor por el lenguaje, que comparto; había aún más, ya digo, en ese libro de ensayos que se publicó por primera vez en 1988 y que ahora ha vuelto a editar, corregido y aumentado, la editorial Áltera.
© Javier Puebla
Marqués de Tamarón 2008