ABC, Madrid, 28 Diciembre, 1958 |
En 1956 llegó la [in]Sobornable Contemporaneidad a España. Galerías Preciados adoptó el lema Practique la elegancia social del regalo y sus grandes almacenes en la calle Preciados de Madrid tuvieron un éxito arrollador. Impusieron no sólo los regalos por el día de los Reyes Magos, sino el Día de los Enamorados, el Día de la Madre, el Día del Padre y luego los anuncios recordando el día de San Juan o el Día del Carmen, del Pilar, etc.
La verdad es que facilitaron el mantener vigente la sana y primitiva costumbre de los regalos, haciéndolos asequibles a distintos niveles de ingresos. Pero siempre me ha parecido que reforzar la obligatoriedad de cualquier costumbre termina creando nuevas costumbres más o menos útiles.
Viene esto al caso pues parece evidente que el uso en el habla diaria de letras que producen explosiones fonéticas incalculables nace de la extraña convicción de su valor social.
Por ejemplo, el uso siempre en aumento de palabras que contengan la letra x. Todos habremos de confesar que la letra x es muy usada por escrito y rara vez pronunciada al hablar. No importa, flota en torno a la sabia boca una aureola distinguida cuando alguien dice experto en lugar de perito. Por cierto no dice experto sino que pronuncia essperto, y si es andaluz ehperto. ¿Qué hubiera dicho Miguel Hernández si la Insobornable Contemporaneidad le hubiese impuesto (o mejor, exigido) cambiar el título de su Perito en lunas por Experto en satélites?
Los vocablos con x han sustituido (o substituido) a los vocablos menos elegantes. Se habla del exilio y no del destierro, de los envíos exprés, o express, en vez de urgentes o rápidos. Uno de los primeros que comprendieron la elegancia que prestaba a su escritura el uso de la x, fue Don Ramón de Campoamor. Su Tren expreso atravesó, raudo, hace 140 años el panorama de la poesía española.
En la política ocurrió lo mismo. Marxista, al igual que Fascista por motivos similares, fueron claves heroicas e impronunciables para los españoles durante muchos años, y aún hoy. Todos o casi todos pronuncian marsista y facista, y los andaluces fasihta.
Otra prueba de elegancia social es el uso con heroico ahínco de palabras cuanto más largas mejor. Curioso es que nadie hable del tiempo que va a hacer, sino que se lanzan los expertos a hacer previsiones meteorológicas. E incluso hablan de la climatología como sinónimo del tiempo, siendo así que el clima y el tiempo son cosas muy distintas.
Ni siquiera las cosas del campo se salvan. Ya no puede uno andar o pasear por el campo o por el monte sino que es obligado practicar senderismo.
Por el mismo motivo se confunde universalmente tecnologías con técnicas.
Y no sólo añade elegancia social lo que antecede sino muy mucho el uso de varias consonantes seguidas e impronunciables. La prueba es el curioso lance en un tentadero hace un siglo. Una vaquilla volteó a un banderillero de poca monta y se acercaron al hombre que apenas si se movía en el suelo. Sánchez Mejía - hijo de médico y torero brillante - palpó el cuerpo al yacente y dijo no es nada más que un colapso leve. El yaciente abrió un ojo y dijo ¿un colaso?¡Por la Virgen del Carmen que con tó me dio este bicho menos con la cola!
Aunque, bien pensado, la palabra favorita, insuperable, es obviamente. ¡Cinco consontantes y cinco vocales! Como es natural se puede pronunciar obiamente, u ofiamente u opiamente. Y para muchos resulta aún más elegante obsceno, por sus tres consonantes seguidas que nadie es capaz de pronunciar sin escupir.
Ni siquiera lo más sagrado se salva de la elegancia social del trabalenguas. La Iglesia, después del Concilio Vaticano II, se lanzó a toda suerte de cambios, con el fin de abrir las puertas del Misterio a todos los fieles. Suprimió el latín pero se entretuvo en hacer cambios culteranos como llamar Eucaristía a lo que siempre se llamó Misa.
En fin dejémoslo ahí pues más vale reír que llorar.
El ciempiés culilargo