No se habla de otra cosa. Los rumores sobre confabulaciones de barones e incluso de barones no varones, es decir, baronesas, circulan por los mentideros y las covachuelas de esta villa y corte (o de las demás villas y cortes europeas, americanas, africanas, asiáticas y hasta oceánicas).
No hace tanto que en España se emplea la palabra barón para designar a la “persona que tiene gran influencia y poder dentro de un partido político,una institución, una empresa, etc.” (DRAE, 2014). Antes los mandamases de diverso cuño eran calificados de caciques: “Persona que en un pueblo o comarca ejerce excesiva influencia en asuntos políticos" (o administrativos, se añadía en anteriores ediciones, pero la palabra ha sido suprimida por pudores de corrección política).
Lo curioso es que casi nadie recuerda ya el origen del trasvase de la palabra desde su uso medieval hasta el moderno. Ocurre que fueron los Barones de la Inglaterra medieval los que en el hermoso prado de Runnymede doblegaron la voluntad absolutista del Rey Juan sin Tierra en 1215. Gracias a ellos triunfó la libertad –no la democracia, claro– contra la arbitrariedad regia. El parlamentarismo fue una conquista esencialmente aristocrática, como don José Ortega y Gasset no se cansaba de recordar, para espanto de progres e ingenuos.
Los franceses fueron los primeros que hace ya casi medio siglo copiaron la palabra barones para designar a los capitostes de los partidos de la V República. Recuerdo a mi Embajador en París sonriéndose de lo que creía ser un error producto de la ignorancia de los periodistas que llamaron al político gaullista Olivier Guichard “Barón”. No sé si logré convencerlo, con mi pedantería de Secretario de Embajada, de que en efecto Guichard era portador de un título hereditario de barón del imperio napoleónico, a la vez que cacique de la UNR y de los partidos gaullistas sucesores de esta.
En fin, para qué vamos a discutir. Yo, si fuera cacique progre no me haría llamar barón, con sus ecos carcas, ni tampoco cacique, exótico y plutocrático. Estaría orgulloso de que me llamaran rabadán: “Mayoral que cuida y gobierna todos los hatos de ganado de una cabaña, y manda a los zagales y pastores.” (DRAE, 2014). Nada más meritocrático y democrático que una junta de rabadanes: reunión de rabadanes, oveja muerta.