Torre de Babel, Libro de Horas de Bedford (circa 1420)
British Library / Wikimedia Commons
Cuando un restorán
traduce, como es frecuente, la tarta de la casa palabra por palabra y al pie de
la letra al inglés quizá aumenta la clientela, porque está ofreciendo en la
carta, por un módico precio, la furcia de la casa (the tart of the house). Pero
acabará teniendo problemas y reclamaciones, como siempre que se acude a lo que
los lingüistas llaman falsos amigos. Ya en alguna ocasión hemos advertido de
este riesgo a nuestros discretos lectores, mas a la vista del abyecto nivel de
las traducciones de hoy quizá convenga insistir en este asunto. Cuando se ve
por doquier el compass inglés (brújula) traducido por compás, notorious (escandaloso)
por notorio o sensible (sensato) por sensible, algo huele a podrido en la
República de las Letras, y es de temer que pronto nos traducirán el burro italiano
(mantequilla) por un fino asno.
Es probable que el
origen de estos dislates sea que el español medio de hoy está convencido de que
posee el don de lenguas. Además los pocos que se saben monóglotas se
avergüenzan de confesarlo, se sienten inseguros. No siempre fue así; el padre
de un eminente políglota de hoy solía comentar —acaso harto del guirigay a su
alrededor— que el saber idiomas extranjeros estaba muy bien para los criados de
hoteles. El primero que se creyó que la glosolalia era un don común fue
Unamuno. Tradujo las famosas palabras últimas de Hamlet, «the rest is silence» («el
resto es silencio»), por «el descanso es silencio», con gran regocijo de
Madariaga, el único escritor español de veras trilingüe (aunque de él dijera
Ortega que era tonto en varios idiomas, pero eso es otra historia y por lo
demás injusta).
El caso es que la
gente de antes daba por supuesto lo que el sentido común sigue mostrándonos:
tenemos una lengua propia y existen otras que nos son ajenas y que por eso
mismo llamamos extranjeras o extrañas. Lenguas difíciles de aprender y de rango
diverso, como señalaba Damasio de Frías, un vallisoletano del siglo xvi que las dividía en lenguas peregrinas (francés,
italiano y alemán) y lenguas bárbaras (todas las demás, salvo las clásicas y
bíblicas).
Hoy no. Hoy cualquiera —y más si es formador de opinión, o sea,
periodista o político— se cree un cosmopolita nato. Hace poco, cierto diario,
en un arranque de internacionalismo mezclado con igualitarismo
cristianodemócrata, se lamentaba de que el protocolo español siguiese
prescribiendo el frac, aseguraba que dicha prenda estaba abandonada en todo el
mundo salvo en Alemania (lo cual es falso como puede verse en cualquier
periódico ilustrado), y apoyaba su clamor democrático en el hecho de que hasta
en «Buckingham Palace el único requisito en la etiqueta es la white tie (la
pajarita blanca)» (Ya, 4 de agosto de 1985). Claro, como que frac en inglés se
dice white tie. En tiempos pasados y más modestos el periodista hubiera mirado
un diccionario. Ahora no. Cree tener ciencia infusa.
Tal presunción empuja a los más exquisitos resbalones
lingüísticos, deleite de cuantos han visto la piel de plátano (por cierto que les
filles se promenaient à l’ombre des platanes = las hijas paseaban al hombre del
plátano es clásico muy afamado, imputable a determinado opositor a
diplomático), y no es de extrañar, pues, que uno de los terrenos más
resbaladizos sea este de los falsos amigos. Por ejemplo, es casi imposible
entender la radio si no sabe uno al menos inglés y francés para imaginar lo que
quieren decir con sus cómicas versiones de los despachos de agencias
extranjeras. Antena 3 hablaba el 17 de agosto pasado del gran largo, y no se
refería a jugador alguno de baloncesto sino a la alta mar (le grand large en
francés). Radio Nacional de España mencionaba el 24 de agosto un sitio reforzado
(por site, que quiere decir emplazamiento), base de lanzamiento de cohetes. Y
cierta revista con estampas, de esas para analfabetos de todas las clases
sociales, ensalzaba un programa satírico de la televisión inglesa llamado Spitting
image, que traducía por Escupiendo imagen (si hubieran consultado el
diccionario habrían escrito Retrato clavado, conservando el doble sentido
irónico del original).
Y no se crea que los falsos amigos sólo engañan a los
semialfabetizados. Un jurista de fuste divulgó en España el principio del
Derecho Administrativo francés point d’intérêt, point d’action (sin interés no
hay acción legal) con la fórmula castellana de punto de interés, punto de
acción, y se quedó tan fresco. Otro sedicente perito en lenguas tradujo La
Morsa (la prensa o el cepo en italiano), de Pirandello, por La Morsa, y para
que no cupiesen dudas pintaron al susodicho animal (al primo de la foca, no al
traductor) en la portada.
En fin, Dios es irónico y ha agravado el castigo de Babel
añadiendo a la confusión de lenguas el espejismo de los falsos amigos, para
humillación de presuntuosos y cautela de prudentes.
* * *
Con una rapidez vertiginosa (al día siguiente, 22 de septiembre de
1985, en el ABC) y muy de agradecer, don Lorenzo López Sancho completó así mi
anterior florilegio de insensateces:
Tamarón, que
no sé quien es, pero que es muy agudo, recuerda a aquel opositor que traducía á
l’ombre des platanes por «el hombre del plátano». En mis tiempos, que me
imagino poco lejanos a los suyos, traducíamos pas encore como «pasa un cura»,
pero era en cachondeo. Hace no mucho descubrí en la banda sonora del filme Gritos
y susurros que un traductor profesional traducía «Twelfth night», como
«duodécima noche» sin sospechar siquiera que Shakespeare titulaba así, Noche de
reyes, «or what you will», una de sus obras más bellas.
El insomnio
hace dar vueltas y vueltas en el «torrado» a estas pequeñeces. Después de todo,
admirado Tamarón, piensa uno, equivocar traducciones puede constituir todo un
juego poético. L’enfant est perdu, traducido por un compañero mío de
bachillerato como «el elefante y la perdiz», ganaba peso y vuelo. No recuerdo
ahora cuál de los románticos franceses ¿Mallarmé quizá?, gustaba de mirar en el
diccionario palabras nuevas, tapando las definiciones e inventar otras.
Hace unas
semanas hablaba yo aquí del gusto francés por las «contrepèteries»: No es lo
mismo, decía Rabelais, «femme folle á la messe» que «femme molle à la fesse».
¿Cómo se dirá en español «contrepèterie»?
A propósito de contrepèterie
(literalmente contrapedorreta, literariamente «lapsus burlesco de
contraposición de letras») le contesté:
«No quiero saber cómo traducirá el diccionario “contrepèterie”,
prefiero pensar en “retruécano” (no es lo mismo ni mucho menos, pero conserva
“el ruido y la furia”, ya que de música no se debe hablar).»
Enlaces relacionados:
Tontos en varios idiomas
Bibliografía de El Guirigay Nacional. Ensayos sobre el habla de hoy
Bibliografía del Marqués de Tamarón