Marqués de Tamarón || Santiago de Mora Figueroa Marqués de Tamarón: Concisión o silencio

viernes, 23 de marzo de 2012

Concisión o silencio

«¿Quieres saber quién soy? Fui. ¿Preguntas qué hago? Me pudro» (Scire quis sim cupis? Fui. Quid agam requiris? Tabesco). Así dice, brutal y elegante, uno de los mejores epitafios barrocos. Lo cito ahora para volver a la cuestión, ya otro día abordada, de la elegancia en el sentido científico de la palabra: economía de medios en una formulación. Como se vio, esta clase de elegancia, pulcra y concisa, es aplicable al lenguaje y compatible con el desgarro de algunas pintadas, con la ambigüedad de ciertos lemas heráldicos y aun con la grosería. Y tal como muestra el epitafio arriba citado, la sobria elegancia de expresión puede también compaginarse con lo macabro. El latigazo final —Me pudro— repele y a la vez maravilla con su garbo atroz.

Tampoco el tosco donaire excluye la elegancia lacónica. Se cuenta que determinado diplomático, expedientado y sancionado por el ministro, le envió cuando éste perdió la poltrona política de mala manera un telegrama cuyo texto íntegro era Ja, ja, ja, seguido de la firma. Ese telegrama me parece un modelo de elegancia, por burdo que fuese el sarcasmo. A veces el estilo telegráfico es piedra filosofal que transmuta la sal gorda en sal ática.

La elegancia a que nos referimos puede acompañar y dar forma apodíctica a casi todo: a la grandeza iluminada (En el principio era el Verbo), al ímpetu revolucionario (Los trabajadores no tienen nada que perder más que las cadenas), a la impasibilidad aburrida (Doctor Livingstone, I presume?, preguntó Stanley, a cientos de kilómetros de cualquier otro blanco), a la vulgaridad publicitaria (Es cosa de hombres, se anuncia un coñac) e incluso a la cursilería (Poesía eres tú), aunque reconozco que este último ejemplo es un poco fuerte y cabe rechazarlo.

Tan sólo con tres cosas no se compadece la elegancia lapidaria: con la verbosidad, la imprecisión y la memez. En todo caso habrá una identificación en un concepto medianamente progresista de las intervenciones profesionales en una sociedad de futuro, pero no más, contestó el presidente del Consejo de Aparejadores cuando le preguntaron si los de su profesión apoyaban al PSOE (Ya, 16-2-87). Lo menos que puede decirse de tal frase es que no es elegante. Pero en descargo de su autor habrá que añadir que casi todo cuanto se lee en los periódicos o se escucha en la radio y la televisión está igual de reñido con la elegancia culta o popular. Y sin embargo ésta, insisto, pervive en los sitios más insospechados. Aflora de vez en cuando en piropos insólitos (¡Olé ahí qué vieja tan guapa!, le dijeron en Jerez a una amiga mía, y se le saltaron las lágrimas) o en estereotipos surrealistas (disfrutó como una cerda en una charca) y suelen estos hallazgos populares tener un toque mágico común con la elegancia de otros productos más elaborados, como el decimocuarto verso, perfecto, definitivo, de ciertos sonetos.

A menudo me he preguntado en qué radica la gracia elegante de estos versos últimos. El brillante soneto de Lope de Vega sobre Varios efectos del amor tiene trece versos de apretado catálogo, irónico y tierno, donde ni uno solo de los síntomas del enamoramiento falta. Y un decimocuarto verso, final, en que el autor, habiendo acostumbrado ya al lector al ritmo del galope, al alegre desfile nervioso de infinitivos y adjetivos, lo sorprende con quiebro y cabriola: Esto es amor. Quien lo probó lo sabe. Tras la sorpresa deliciosa, uno lee y relee este verso y comprende que tenía que ser así, que por fuerza eran éstas y así ordenadas las palabras que habían de cerrar el soneto. El lector tiene una sensación contradictoria de sorpresa e inevitabilidad. Comprende que se podría pasar la vida intentando mejorar esta expresión y no lo conseguiría, como nunca lograría mejorar el teorema de Pitágoras. a2 + b2 = c2 no es una ecuación perfectible; tampoco lo es aquella serie de ocho palabras vulgares y corrientes tal como las dispuso Lope. Ambas formulaciones son perfectas, luego elegantes.

Otro tanto podría decirse de los versos finales en ciertos sonetos de Garcilaso (A quien fuera mejor nunca haber visto), Quevedo (Polvo serán, mas polvo enamorado) o Bocángel (¿Quién puede amar seguro en su firmeza?). Pero hay que reconocer que la forma completa del soneto es en sí tan concisa y perfecta que resulta en general imprescindible contemplarlo entero para apreciarlo, o releer al menos el último terceto. En los de Shakespeare los dos últimos versos, consonantes, suelen ser broche con luz propia, hecho de palabras sencillas que el genio hace brillar y sorprender. Cuando tras ensalzar al ser amado se erige en garante de lo imperecedero de su belleza, terminando So long as men can breathe, or eyes can see / So long lives this, and this gives life to thee, no sabe uno qué admirar más, si su orgullo de poeta o la elegancia de su concisión.

Pero acaso la última palabra en elegancia y también en orgullo no sea nada de esto. Tal vez haya que dejársela a Vigny, o mejor dicho al lobo que muere, estoico, en su poema. Seul le silence est grand; tout le reste est faiblesse. Sí, quizá sólo el silencio es grande, debilidad el resto.


***


A propósito de esta curiosa inevitabilidad de ciertos sonetos y la concisión lapidaria de sus finales, me recuerda don Luis Jessen un admirable terceto último de Garcilaso de la Vega, que culmina con un verso final de rara perfección sencilla:


Sobre todo, me falta ya la lumbre
de la esperanza, con que andar solía
por la oscura región de vuestro olvido.


De su antología de sonetos del siglo de oro español, don Antonio Elías entresaca y me regala estos versos:

ÚLTIMOS VERSOS


Más quiero estar caído que pendiente

(Antonio de Solís)



Amar es fuerza, y esperar locura

(Villamediana)


DÍSTICOS FINALES


Que no por sed de peregrinos bienes
te han de ver las estrellas peregrino

(Bartolomé L. de Argensola)



Huyó lo que era firme, y solamente
lo fugitivo permanece y dura

(Quevedo, El Parnaso Español)


TERCETOS FINALES


Por costumbre los yerros hacen curso
y la constancia inútil, en el daño,
por honra tiene ya lo que es porfía

(Villamediana)



Derrita el sol las atrevidas alas,
que no podrá quitar al pensamiento
la gloria, con caer, de haber subido

(Villamediana)



Perdona lo que soy por lo que amo,
y cuando desdeñosa te desvíes
llévate allá la voz con que te llamo

(Quevedo, Las tres musas últimas castellanas)


ESTROFAS O VERSOS AFORÍSTICOS NO FINALES


Muerto sí me verán, mas no distinto

(Bocángel, Lira de voces sacras)



Quejas de la virtud tiene la vida,
pues causa fue su perfección temprana
de evitarle más años, por ociosos

(A. de Salazar y Torres)



Ayer se fue, mañana no ha llegado,
hoy se está yendo sin parar un punto,
soy un fue y un será y un es cansado

(Quevedo)


(Este artículo apareció en el ABC del 23 de Mayo de 1987 y fue recogido en los libros El Guirigay Nacional (1988) y El Guirigay Nacional. Ensayos sobre el habla de hoy (2005))

Enlaces relacionados:
Ánima clara

Bibliografía de El Guirigay Nacional. Ensayos sobre el habla de hoy
Bibliografía del Marqués de Tamarón
(c) Marqués de Tamarón 2008

2 comentarios:

  1. Quiero traer a esta antología otro terceto final, éste de Góngora, de hermosa inspiración barroca:

    "Mal te perdonarán a tí las horas;
    las horas, que limando están los días,
    los días, que royendo están los años."

    Y estos versos de Shakespeare, que abren su Soneto LX, y que bien podrían figurar como inscripción en una vanitas de la época:

    "Like as the waves make towards the pebbled shore
    so do our minutes hasten to their end."

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  2. Hermosas las palabras que saben decirnos lo que casi no entendemos.Bellos ejemplos. Hermosos los versos y las sentencias frente al abismo. Sus artículos son un oasis de elegancia Marqués, a la par que santo y seña del buen gusto.
    Suyo siempre.

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