martes, 2 de marzo de 2010
Hace un cuarto de siglo escribí un par de artículos burlándome del natural lisonjero y abyecto de la crema de la inteleztualidá. Me tacharon de diplodocus reaccionario, etc. En fin, lo de siempre. Ahora comprendo mi error. Me quedé corto, muy corto. Reproduzco a continuación el primero de los artículos, aparecido el 24 de Agosto de 1985 en el ABC y recogido en mi libro El guirigay nacional, 2005:
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Un poeta puede ser buen poeta (música, imágenes e ideas en inextricable unión forman el poema ) y cantar algo con lo que no comulguemos, incluso que nos repugne. La grandeza del poeta consiste en mantener en suspenso nuestra credibilidad -aunque tengamos bien arraigadas nuestras creencias,opuestas a las suyas, mientras lo leemos- y nuestra capacidad crítica reside en mantener nuestras ideas -si las seguimos considerando ciertas- pese a los "cantos de sirena" (y el dicho viene aquí de perlas) del poeta. Que Quevedo fuera feroz antisemita y teócrata no quita un ápice de grandeza a su poesía. Que Garcilaso fuera militar y San Juan fraile, tampoco. La poesía habla al hombre interior que en nosotros hay. Habla, pues, no al estrato superficial ( y no lo digo lo de superficial como despectivo), sino a ese hombre interior que trasciende razas, credos, fronteras, sectas, ideologías y que habita en todos nosotros. Qué gran poeta Alberti en muchos de sus poemas, aunque fuera cierto, como se ha escrito, que incitó alevosías de perversidad suma. La gran poesía, de otro lado, al suspender nuestra credibilidad momentáneamente mientras se lee, nos hace ponernos en el punto de vista del "otro". Por eso las dictaduras prohiben los libros. Porque no permiten al "otro". A estas alturas, pretender ignorar esto me parece un insulto a la inteligencia y a la Poesía con mayúscula. Que el hombre es, con frecuencia, necio, oportunista y malvado y, lo que es peor, ruin y envidioso, ya lo sabemos. Pero también lo contrario. No me valen los argumentos contra los hombres y sus ideas, incluso contra sus crímenes, para descalificar su obra. Mal se suman cantidades heterogéneas.
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