Marqués de Tamarón || Santiago de Mora Figueroa Marqués de Tamarón: Odas y loas

lunes, 15 de marzo de 2010

Odas y loas

por Otto Silenus

Stalin, como tantos poderosos, fue celebrado y alabado en prosa y en verso. La desmesura –conceptual y métrica- de los poetas que cantaron al Padrecito de los Pueblos tal vez encuentra una explicación psicológica en unos versos de Neruda dedicados a Lenin, que así dicen

“para cantarte
debo decir adiós a las palabras;
debo escribir con árboles, con ruedas
con arados, con cereales”.

Esta hipertrofia laudatoria justifica que las ilustraciones poéticas al artículo de Tamarón “El intelectual y sus héroes” no se publiquen como glosa o comentario, sino bajo este otro formato.
Las loas al mando no son patrimonio exclusivo de los poetas en lengua española; en Italia se hizo célebre el estribillo de D’Annunzio ("spunta il sole e canta il gallo, e Mussolini monta a cavallo"), y en Francia Paul Claudel compuso, con tres años de diferencia, sendas Odas a Pétain ("Paroles au Maréchal") y a de Gaulle.
Los poetas del bando vencedor en la Guerra Civil española fueron algo más comedidos en sus loas al poder; es verdad que Manuel Machado no se resistió a escribir -arma virumque cano- una Oda al Sable del Caudillo, y que Dionisio Ridruejo cantó a Franco, a José Antonio, al 18 de julio y a García Morato. Pero también es verdad que al mismo tiempo Ridruejo escribía un soneto en honor del otro Machado, muerto en exilio, y que Manuel pedía en los versos finales de su Oda que la victoria sirviera para unir en un mismo afán "al hermano y al hermano". Por eso el lector paciente podrá encontrar, al final de esta colaboración, el poema dedicado por Manuel Machado a Franco y el Soneto de Antonio Machado a Enrique Líster, con la célebre y escalofriante invocación final al arma del Jefe en los Ejércitos del Ebro.


Otto Silenus
Marzo 2010






NICOLÁS GUILLÉN

ODA A STALIN

Stalin, Capitán,
a quien Changó proteja y a quien resguarde Ochún.
A tu lado, cantando, los hombres libres van:
el chino, que respira con pulmón de volcán,
el negro, de ojos blancos y barbas de betún,
el blanco, de ojos verdes y barbas de azafrán.
Stalin, Capitán.

Tiembla Europa en su mapa de piedra y de cartón.
Mil siglos se desploman rodando sin contén.
Cañón
del Austro al Septentrión.
Cabezas y cabezas cortadas a cercén.
El mar arde lo mismo que un charco de alquitrán.
Bocas que ayer cantaban a la Verdad y el Bien
Hoy bajo cuatro metros de amargo sueño están...
Stalin, Capitán.

Pero el futuro afinca, levanta su ilusión
allá en tu roja tierra donde es feliz el pan,
y altos pechos armados de una misma canción
las plumas de los buitres detienen, detendrán,
allá en tu helado cielo de llama y explosión,
Stalin, Capitán.

El jarro de magnolias, el floreal corazón
de Buda, despereza su extático ademán;
gravita un continente sobre el Mar del Japón:
rudo bloque de sangre de Siberia a Ceylán
y de Esmirna a Cantón...
Stalin, Capitán.

Tambores africanos con resonante son
sobre selva y desierto su vivo alerta dan,
más fiero que el metal con que ruge el león;
y alzando hasta el Pichincha la tormentosa sien
América convoca su puma y su caimán,
pero además engrasa su motor y su tren.
Odio por dondequiera verá el ciego alemán
la paloma, el avión,
el pico del tucán,
el zoológico río de vasta indignación,
las flechas venenosas que en pleno blanco dan,
y aun el viento, impulsando sus ruedas de ciclón...

Stalin, Capitán, a quien Changó proteja y a quien resguarde Ochún...
A tu lado, cantando, los hombres libres van:
el chino, que respira con pulmón de volcán,
el negro, de ojos blancos y barbas de betún,
el blanco, de ojos verdes y barbas de azafrán...
¡Stalin, Capitán,
los pueblos que despierten junto a ti marcharán!





RAFAEL ALBERTI

REDOBLE LENTO POR LA MUERTE DE STALIN


I

Por encima del mar, sobre las cordilleras,
a través de los valles, los bosques y los
ríos,
por sobre los oasis y arenales desérticos,
por sobre los callados horizontes sin
límites
y las deshabitadas regiones de las nieves
va pasando la voz, nos va llegando
tristemente la voz que nos lo anuncia.
José Stalin ha muerto.
A través de las calles y las plazas de los
grandes poblados,
por los anchos caminos generales y
perdidos senderos,
por sobre las atónitas aldeas, asombradas
campiñas,
planicies solitarias, subterráneos
corredores mineros, olvidadas
islas y golpeados lit orales desnudos
va pasando la voz, nos va llegando
tristemente la voz que nos lo anuncia.
José Stalin ha muerto.
Va cruzando las horas oscuras de la
noche,
la madrugada, el día, los extensos
crepúsculos,
todo lo austral y nórdico que
comprende la tierra,
y no hay razas, no hay pueblos, no hay
rincones,
no hay partículas mínimas del mundo
en donde no penetre la voz que va
llegando,
la voz que tristemente nos lo anuncia.
José Stalin ha muerto.

II

(A dos voces)
1. Padre y maestro y camarada:
quiero llorar, quiero cantar.
Que el agua clara me ilumine,
que tu alma clara me ilumine
en esta noche en que te vas.
2. Se ha detenido un corazón.
Se ha detenido un pensamiento.
Un árbol grande se ha doblado.
Un árbol grande se ha callado.
Mas ya se escucha en el silencio.
1. Padre y maestro y camarada:
solo parece que está el mar.
Pero las olas se levantan,
pero en las olas te levantas
y riges ya en la inmensidad.
2. Cerró los ojos la firmeza ,
la hoja más limpia del acero.
Sobre su tierra se ha dormido.
Sobre la Tierra se ha dormido.
Mas ya se yergue en el silencio.
1. Padre y maestro y camarada:
vuela en lo oscuro un gavilán.
Pero en tu barca una paloma,
pero en tu mano una paloma
se abre a los cielos de la paz.
2. Callan los yunques y martillos.
El campo calla y calla el viento.
Mudo s u pueblo le da vela.
Mudos sus pueblos le dan vela.
Mas ya camina en el silencio.
1. Padre y maestro y camarada:
fuertes nos dejas, Mariscal.
Como en las puntas de la estrella,
como en las puntas de tu estrella
arde en nosotros la unidad.
2. Vence el amor en este día.
El odio ladra prisionero.
La oscuridad cierra los brazos.
La eternidad abre los brazos.
Y escribe un nombre en el silencio.

III

No ha muerto Stalin. No has muerto.
Que cada lágrima cante
tu recuerdo.
Que cada gemido cante
tu recuerdo.
Tu pueblo tiene tu forma,
su voz tu viril acento.
No has muerto.
Hablan por ti sus talleres,
el hombre y la mujer nuevos.
No has muerto.
Sus piedras llevan tu nombre,
sus construcciones tu sueño.
No has muerto.
No hay mares donde no habites,
ríos donde no estés dentro.
No has muerto.
Campos en donde tus manos
abiertas no se hayan puesto.
No has muerto.
Cielos por donde no cruce
como un sol tu pensamiento.
No has muerto.
No hay ciudad que no recuerde
tu nombre cuando era fuego.
No has muerto.
Laureles de Stalingrado
siempre dirán que no has muerto.
No has muerto.
Los niños en sus canciones
te cantarán que no has muerto.
Los niños pobres del mundo,
que no has muerto.
Y en las cárceles de España
y en sus más perdidos pueblos
dirán que no has muerto.
Y los esclavos hundidos,
los amarillos, los negros,
los más olvidados tristes,
los más rotos sin consuelo,
dirán que no has muerto.
La Tierra toda girando,
que no has muerto.
Lenin, junto a ti dormido,
también dirá que no has muerto.

Buenos Aires, 9 marzo 1953






PABLO NERUDA

ODA A STALIN


Camarada Stalin, yo estaba junto al mar en la Isla Negra,
descansando de luchas y de viajes,
cuando la noticia de tu muerte llegó como un golpe de océano.
Fue primero el silencio, el estupor de las cosas, y luego llegó del mar una
ola grande.
De algas, metales y hombres, piedras, espuma y lágrimas estaba hecha esta
ola.
De historia, espacio y tiempo recogió su materia
y se elevó llorando sobre el mundo
hasta que frente a mí vino a golpear la costa
y derribó a mis puertas su mensaje de luto
con un grito gigante
como si de repente se quebrara la tierra.
Era en 1914.
En las fábricas se acumulaban basuras y dolores.
Los ricos del nuevo siglo
se repartían a dentelladas el petróleo y las islas, el cobre y los canales.
Ni una sola bandera levantó sus colores
sin las salpicaduras de la sangre.
Desde Hong Kong a Chicago la policía
buscaba documentos y ensayaba
las ametralladoras en la carne del pueblo.
Las marchas militares desde el alba
mandaban soldaditos a morir.
Frenético era el baile de los gringos
en las boîtes de París llenas de humo.
Se desangraba el hombre.
Una lluvia de sangre
caía del planeta,
manchaba las estrellas.
La muerte estrenó entonces armaduras de acero.
El hambre
en los caminos de Europa
fue como un viento helado aventando hojas secas y quebrantando huesos.
El otoño soplaba los harapos.
La guerra había erizado los caminos.
Olor a invierno y sangre
emanaba de Europa
como de un matadero abandonado.
Mientras tanto los dueños
del carbón,
del hierro,
del acero,
del humo,
de los bancos,
del gas,
del oro,
de la harina,
del salitre,
del diario El Mercurio,
los dueños de burdeles,
los senadores norteamericanos,
los filibusteros
cargados de oro y sangre
de todos los países,
eran también los dueños
de la Historia.
Allí estaban sentados
de frac, ocupadísimos
en dispensar condecoraciones,
en regalarse cheques a la entrada
y robárselos a la salida,
en regalarse acciones de la carnicería
y repartirse a dentelladas
trozos de pueblo y de geografía.
Entonces con modesto
vestido y gorra obrera,
entró el viento,
entró el viento del pueblo.
Era Lenin.
Cambió la tierra, el hombre, la vida.
El aire libre revolucionario
trastornó los papeles
manchados. Nació una patria
que no ha dejado de crecer.
Es grande como el mundo, pero cabe
hasta en el corazón del más
pequeño
trabajador de usina o de oficina,
de agricultura o barco.
Era la Unión Soviética.
Junto a Lenin
Stalin avanzaba
y así, con blusa blanca,
con gorra gris de obrero,
Stalin,
con su paso tranquilo,
entró en la Historia acompañado
de Lenin y del viento.
Stalin desde entonces
fue construyendo. Todo
hacía falta. Lenin recibió de los zares
telarañas y harapos.
Lenin dejó una herencia
de patria libre y ancha.
Stalin la pobló
con escuelas y harina,
imprentas y manzanas.
Stalin desde el Volga
hasta la nieve
del Norte inaccesible
puso su mano y en su mano un hombre
comenzó a construir.
Las ciudades nacieron.
Los desiertos cantaron
por primera vez con la voz del agua.
Los minerales
acudieron,
salieron
de sus sueños oscuros,
se levantaron,
se hicieron rieles, ruedas,
locomotoras, hilos
que llevaron las sílabas eléctricas
por toda la extensión y la distancia.
Stalin
construía.
Nacieron
de sus manos
cereales,
tractores,
enseñanzas,
caminos,
y él allí,
sencillo como tú y como yo,
si tú y yo consiguiéramos
ser sencillos como él.
Pero lo aprenderemos.
Su sencillez y su sabiduría,
su estructura
de bondadoso pan y de acero inflexible
nos ayuda a ser hombres cada día,
cada día nos ayuda a ser hombres.
¡Ser hombres! ¡Es ésta
la ley staliniana!
Ser comunista es difícil.
Hay que aprender a serlo.
Ser hombres comunistas
es aún más difícil,
y hay que aprender de Stalin
su intensidad serena,
su claridad concreta,
su desprecio
al oropel vacío,
a la hueca abstracción editorial.
Él fue directamente
desentrañando el nudo
y mostrando la recta
claridad de la línea,
entrando en los problemas
sin las frases que ocultan
el vacío,
derecho al centro débil
que en nuestra lucha rectificaremos
podando los follajes
y mostrando el designio de los frutos.
Stalin es el mediodía,
la madurez del hombre y de los pueblos.
En la guerra lo vieron
las ciudades quebradas
extraer del escombro
la esperanza,
refundirla de nuevo,
hacerla acero,
y atacar con sus rayos
destruyendo
la fortificación de las tinieblas.
Pero también ayudó a los manzanos
de Siberia
a dar sus frutas bajo la tormenta.
Enseñó a todos
a crecer, a crecer,
a plantas y metales,
a criaturas y ríos
les enseñó a crecer,
a dar frutos y fuego.
Les enseñó la Paz
y así detuvo
con su pecho extendido
los lobos de la guerra.
Frente al mar de la Isla Negra, en la mañana,
icé a media asta la bandera de Chile.
Estaba solitaria la costa y una niebla de plata
se mezclaba a la espuma solemne del océano.
A mitad de su mástil, en el campo de azul,
la estrella solitaria de mi patria
parecía una lágrima entre el cielo y la tierra.
Pasó un hombre del pueblo, saludó comprendiendo,
y se sacó el sombrero.
Vino un muchacho y me estrechó la mano.
Más tarde el pescador de erizos, el viejo buzo
y poeta,
Gonzalito, se acercó a acompañarme bajo la bandera.
«Era más sabio que todos los hombres juntos», me dijo
mirando el mar con sus viejos ojos, con los viejos
ojos del pueblo.
Y luego por largo rato no dijimos nada.
Una ola
estremeció las piedras de la orilla.
«Pero Malenkov ahora continuará su obra», prosiguió
levantándose el pobre pescador de chaqueta raída.
Yo lo miré sorprendido pensando: ¿Cómo, cómo lo sabe?
¿De dónde, en esta costa solitaria?
Y comprendí que el mar se lo había enseñado.
Y allí velamos juntos, un poeta,
un pescador y el mar
al Capitán lejano que al entrar en la muerte
dejó a todos los pueblos, como herencia, su vida.






MANUEL MACHADO
ODA AL SABLE DEL CAUDILLO

¡Bien venido, Capitán!
Bienvenido a tu Madrid,
con la palma de la lid
y con la espiga del pan.

Dios bendice el santo afán
que tu espada desnudó
y la victoria te dió,
poniendo en esa victoria
toda la luz de la gloria
de un mundo que se salvó.

Con esa hueste triunfal
que tras tu enseña desfila
-y que lleva en la mochila
estrellas de general-,
de la barbarie oriental
vencer supiste el espanto,
y alcanza tu gloria tanto
que con tu invencible tropa
fue España escudo de Europa
como en Granada y Lepanto.

De tu soberbia campaña,
Caudillo noble y valiente,
ha resurgido esplendente
una y grande y libre España.

Que hoy sean tu nueva hazaña
estas paces que unirán
en un mismo y puro afán
al hermano y el hermano…
Con la sombra de tu mano
es bastante, ¡Capitán!


Madrid, 1939






ANTONIO MACHADO

A LÍSTER, JEFE EN LOS EJÉRCITOS DEL EBRO


Tu carta —oh noble corazón en vela,
español indomable, puño fuerte—,
tu carta, heroico Lister, me consuela
de esta, que pesa en mí, carne de muerte.

Fragores en tu carta me han llegado
de lucha santa sobre el campo ibero;
también mi corazón ha despertado
entre olores de pólvora y romero.

Donde anuncia marina caracola
que llega el Ebro, y en la peña fría
donde brota esa rúbrica española,

de monte a mar, esta palabra mía:
"Si mi pluma valiera tu pistola
de capitán, contento moriría".

Rocafort, 1938

12 comentarios:

  1. Lo de comedido me imagino que no va con D. José María Pemán y su "Poema de la Bestia y el Angel".

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  2. El Poema de la Bestia y el Angel no es en modo alguno una loa al poder. Está compuesto en plena guerra civil y la loa no va dirigida al poder sino contra él, a favor de los sublevados. El mismo Pemán cesó inmediatamente en esa actitud tan pronto terminó la guerra; y ya en 1940 tuvo serios conflictos con los nuevos poderosos.

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  3. Como bien dice Piconera, ni por su fecha -ni, añado, por su género- puede considerarse El Poema de la Bestia y el Ángel como una loa al poderoso. Lo mismo sucede con el Poema a Calvo Sotelo de Agustín de Foxá, que es de 1937, o con sus "Cantos de Guerra", que son versos evocadores, descriptivos, gráficos, de discontinua inspiración, pero que no ensalzan ni adulan al gobernante del momento. Por eso creo que cuando dije que los poetas del bando vencedor fueron "algo más comedidos", el comedido fui yo. Aparte de los versos de Manuel Machado -que no son buenos pero son breves-, de la distante y simbolista "Poesía en armas" de Dionisio Ridruejo, que reservaba su vehemencia para lemas, discursos y consignas; de las apologías de algún poeta menor ¿qué más encontramos? ¿Qué escribieron los poetas considerados oficiales del Régimen: Eugenio Montes, Rafael Sánchez Mazas, José María Alfaro, Luys Santa Marina en honor del Caudillo? Pasan los cuarenta, pasan los cincuenta, y hasta el año 1966 no aparece un joven bardo que, como recordaba hace unos días un lector, se libera de la mano de su letrista, Doña Fina de Calderón, y escribe la canción "Un gran hombre", dedicada a Franco.
    Hay más. En 1974 un poeta gallego, Darío Juan Cabana, escribe un poema que empieza así:

    A ti, meu Xeneral e Caudillo de España,
    te envío iste cantar feito de grana e ouro.
    Éche fillo d’a terra e d’o mar que a baña
    e os ventos do mar cho cantarán a coro.

    Darío Juan Cabana, hoy Dario Xohán Cabana, figura del nacionalismo gallego literario, ha explicado después que fueron sus superiores del servicio militar los que le obligaron a escribir esta Oda -en la lengua perseguida- para publicarla en la revista Finisterre. ¿Les cuadra a ustedes?

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  4. El Poema del a Bestia y el Ángel es una loa al poder. Los "sublevados" (curioso eufemismo para los golpistas) no eran campesinos armados de aperos, sino generales, con el poder de las armas.

    “El Arcángel Gabriel ayudó a los moros a cruzar el Estrecho…” es, además de hiperbólico y grotesco, blasfemo.

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  5. Señor marqués: en palabras de un presidente de los Estados Unidos, "si no aguanta el calor, no se meta en la cocina".

    Eso de pretender ir de crítico literario y no atreverse a debatir es cosa de hombrecillos.

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  6. En Julio de 1936 no hubo en España ningún golpe de Estado (ningún poder sometió a los otros). Hubo sublevación, levantamiento, insumisión, insubordinación, insurrección o rebeldía. Y cuando se escribió la Bestia y el Angel, había una guerra civil.
    Lo del Arcángel Gabriel no es una hipérbole; es más bien un reduccionismo, pues estando la armada española en poder de la Républica, en el éxito del paso del Estrecho debieron de intervenir, por lo menos Rafael, Miguel, Gabriel y Uriel. Con menos de 4 no cabe un milagro tan grande.

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  7. Intelectual: un señor que sabe de todo y no se entera de nada.

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  8. Más allá de unos insultos anónimos, gratuitos y vagos, nadie ha atacado el contenido concreto de mi anterior artículo, así es que no veo en qué singular combate o debate pretende el divino impaciente anónimo que me enzarce.
    Sí, ya sé que no es costumbre publicar comentarios injuriosos anónimos, pero por esta vez no quiero privar a los lectores de esta bitácora de ver cómo se retrata un rencoroso. Él sabrá el porqué de su resentimiento, yo no.

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  9. Piconera , en Julio del 36 hubo intento de golpe fracasado que dio en guerra civil . En lo del estrecho ademas de esos gabrieles y rafaeles quiza tuvieron algo que ver un tal Benito y un tal Adolfo .
    Anonimo hay mas de uno .
    Tamaron : no veo ningun insulto .

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  10. LISTA NEGRA

    La lectura de los libros del apátrida y lúcido Gregor von Rezzori lleva a meditar sobre la cultura fascista de entreguerras, sobre los instruidos a los que arrastra la marea. El mismo Heidegger se dejó un bigotito hitleriano y dijo grandes barbaridades. Las vinculaciones con los malos se han considerado a veces episodios desafortunados, un flirt fugaz e irrelevante. El filósofo español Sacristán, antes de escribir la “Introducción a la lógica y el análisis formal”, cantaba “volverá a reír la primavera, que por cielo, tierra y mar espera...”, y montaba unos cirios tremendos en los cines que se atrevían a proyectar películas antinazis. “Fue cosa del destino” se ha dicho para quitarle hierro al asunto. Heidegger y Grass (conciencia moral crítica de su tiempo) ocultaron su pasado con gran habilidad. Pensemos en Hamsum, Montherlant, Danuncio, Pirandello, Azorín, Morand, Foix, Malaparte... En Eliade, Ionesco, Anton Webern. ¿La fuerza hipnótica de las grandes ideas de que hablaba Vasili Grossman? Cioran, el de las cejas espesas, odiaba a los judíos, los húngaros y los gitanos; creyó en Hitler. Roosevelt antes de ser presidente propuso que se redujera el número de judíos en la Universidad. Y Churchill elogió en la prensa a Musolini, seducido por “su porte amable y sencillo” y “su actitud serena e imparcial”. Hitler era alguien “competente, sereno y bien informado” y además “de sonrisa encantadora”. En cambio Trotski “era judío. Seguía siendo un judío. Era imposible no tener en cuenta este detalle”. Eliot alude a los judíos despectivamente como “esa gente”.

    Drieu es un caso curioso. Publica poemas en Littérature. Está orgulloso de ello pero no se identifica con la revista. Nada de lo que sueltan los surrealistas te interesa. Tiene gustos más refinados, otros intereses estéticos. Rechaza las tentativas de Action Française de incluirlo en sus filas: sólo se deja querer. No es gregario, no se ve como un activista, las masas le ponen los pelos de punta. Lo que le gusta son los espacios vacíos, los bosques y playas solitarias. Piensa que no han traído nada bueno las izquierdas republicanas ni el rancio nacionalismo de la derecha. No está ni con unos ni con otros, va errando entre diferentes opiniones. Es incapaz de unirse a cualquier facción sin sentirse impelido a hacerlo, a la vez, con su contraria. Siempre insatisfecho, acaba en el Partido Popular Francés, en el que tampoco se siente cómodo: aguanta poco. Es amigo personal de líderes marxistas. Estaría de acuerdo con Kundera: “Nada más idiota que sacrificar una amistad por la política”. Protegió a Sartre, que no le corresponderá. Se metía con los judíos pero les ayudaba, apoyó a los nazis pero llamaba idiota al Führer. El histrionismo del Duce le repugnaba. Buscaban su compañía Malraux, Ortega, Borges, Gallimard (jugó con dos barajas durante la ocupación, como Grasset). Su agitada vida sentimental le llevaba a la dispersión. Iba a las fiestas de la alta sociedad, vivía “la extenuante vida de los ociosos”. Es un enamorado del lujo pero se siente bien en la austeridad.

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  11. Incita a la rebelión contra el enfermo parlamentarismo. Escribe contra el materialismo, el productivismo y la pérdida de la tradición, en pro del gobierno de una élite vigorizadora, de una Europa unida. Publica un ingenuo Socialisme fasciste. Sólo ve el aspecto romántico, estético del ascenso nazi. Dirige durante la ocupación la NRF: le criticaban muchos que querían aparecer en ella. En realidad la resistencia cultural por esos lares fue muy relativa. Aragón y Troilet publicaban en la misma editorial de Céline. Sacha Guitry confraternizaba con los alemanes. Cocteau (y Marais) era el maestro de ceremonias de un restaurante lleno de cruces gamadas, al que acudía Milhaud y otros músicos. Chavalier (“Paris debe seguir siendo Paris”) y Trenet cantaban moviendo el canotié ante la GESTAPO. Mistinguett bailaba en lugares a los que no podían entrar los judíos. Para no habar de algunos fauvistas... Al desembarcar las fuerzas aliadas en las costas salieron, claro, de debajo de las piedras demócratas puros que iban a por Drieu, los miedosos se transformaron en valientes. Aragón se convirtió en el Robespierre de la depuración. El fiel Malraux, sin embargo, defendió su honestidad. Pudo huir a Suiza y no lo hizo. El embajador de España Lequerica le ofreció un visado pero no lo aceptó: los primeros falangistas, con los que se entendía, habían muerto. Quiso ahorrar el trabajo a los que tenían tantas ganas de acabar con él. Lo consiguió al cuarto intento...

    Sus novelas tampoco tuvieron éxito. Gustaban más fuera de Francia gracias a Thomas Mann o Bertrand Russell, que apreciaron su valor. El fuego fatuo es memorable. Y también la versión de Louis Malle, con Maurice Ronet haciendo de persona demasiado lúcida que bebe y se droga porque se aburre de esperar, que es “incapaz de retener a las personas”, que recorre Paris en busca de amigos que le dejan la sensación de que no encaja en ninguna parte... Impresiona la secuencia final, con música de Satie. La película conmocionó al cineasta maldito Iván Zulueta y al autor, ya casi bendito, de este artículo.

    Antonio Otero García-Tornel

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