Marqués de Tamarón || Santiago de Mora Figueroa Marqués de Tamarón: Llega el futuro

viernes, 23 de octubre de 2015

Llega el futuro

Es triste acertar cuando se otea el horizonte del cambio histórico. Seguro que la misma Casandra sintió más dolor que vanidad satisfecha cuando vio que del Caballo de Troya salían los enemigos aqueos que acabarían con la ciudad.
Pues bien, he aquí un pronóstico de algo tan próximo que parece presente ya:

There are, as I have said, things that western states can do to arrest their own institutional degeneration. But I do not believe that institutional reforms alone will suffice to solve the fundamental imbalances that we see today: the imbalance between an ageing Europe and a youthful Muslim world; the imbalance between a post-Christian Europe—secularised and unbelieving—and an increasingly devout Muslim world; the imbalance between a fundamentally safe and just Europe and a dangerous, lawless Muslim word; above all, the imbalance between a Europe that is failing to create sufficient employment even for its own relatively well educated inhabitants and a poorly educated Muslim world, to whom even the benefits paid to asylum claimants represent an improvement in living standards.
[…]
My final question is a stark one: is Europe today any better equipped to withstand the new ideological plague of Islamic extremism, and all that follows in its wake, not least the inevitable populist backlash? In the absence of radical institutional reform to reverse the great degeneration, and without a revival of belief in the values of western civilisation itself, I doubt it. From the outside, Europe may continue to look attractive. But on the inside I fear it is only going to get uglier.
(Niall Ferguson: The degeneration of Europe, Prospect Magazine, November 2015)

 

Es de suponer que el Profesor Ferguson ve con angustia el futuro inmediato que vislumbra. Debe de verlo con más claridad aún que la que hace diez años presentaba el porvenir, por lo menos a mis ojos:

 

         La civilización del vacío

La mezcla más mortífera de pasiones es la envidia entreverada con desprecio, dice Toynbee. Se refiere a pasiones esencialmente políticas, puesto que atañen a los fundamentos del gobierno de la polis. El historiador veía en esa amalgama la causa principal de la caída de las civilizaciones y elabora un esquema general arrancando del estudio detallado del caso de lo que llama Civilización Helénica y otros llamarían civilización grecorromana o clásica.
Entiende que con la decadencia del Imperio Romano surgen dos proletariados, uno externo y otro interno. El primero está constituido por las naciones y tribus bárbaras de la periferia, pueblos que han dejado de admirar a Roma como modelo político, religioso y cultural y que apenas son mantenidos a raya por la fuerza militar de las legiones. En cuanto al proletariado interno, también por lo general de origen bárbaro, siente hondo resentimiento hacia sus amos, en los que no ve ninguna superioridad moral. Pero ambos proletariados -recuérdese que Toynbee no emplea la palabra en el sentido marxista- sienten tanta envidia como desdén hacia la hegemonía social y económica de Roma: ansían las riquezas y el poderío de los decadentes. De ahí la paradoja explosiva en las entrañas de Roma, una masa hirviente e inasimilada que no comparte el sistema oficial de valores pero codicia lo inasequible, todo ello rodeado de pueblos hostiles.
El desenlace de aquella situación es de sobra conocido. Lo que no sabemos -y mucho importaría saber- es si nuestra sociedad occidental moderna lleva el mismo camino. Parece que sí, mas acaso se pueda aún desandar el camino recorrido. Para ello habría que empezar por afrontar la realidad y dejar de hacer como el avestruz. Europa Occidental lleva casi medio siglo tomando ciertas decisiones cruciales por acción o por omisión, sin pararse a pensar en sus posibles consecuencias. Me refiero a los enormes movimientos migratorios de los últimos tiempos. Quizás eran y siguen siendo imprescindibles e incluso beneficiosos para todos, pero no lo sabemos, pues el debate público, informado y sosegado ha sido escasísimo.
Ha habido, eso sí, griterío. Ocurría, sin embargo, que los gritos rara vez mencionaban lo que podía resultar dialécticamente incómodo, no ya para el gritador sino incluso para su antagonista. Por eso se daban por buenas ciertas premisas harto discutibles.
La primera premisa -siempre tácita, nunca expresa- era que la economía moderna tan sólo puede funcionar si el Producto Mundial Bruto aumenta constantemente, para lo cual ni siquiera basta con un aumento del consumo de una población estable sino que hace falta crecimiento demográfico. Dado que en los países como España no hay fertilidad suficiente en la población autóctona, la inmigración se veía como una necesidad ineludible. Huelga decir que si aceptamos esa visión de la economía como un alud en necesario y perpetuo crecimiento, nos podemos ahorrar ulteriores disquisiciones, puesto que nos reconocemos condenados a destruir nuestro planeta.
La segunda premisa era negativa y consistía en nunca preguntarse si se podía hablar de falta de mano de obra cuando la tasa de paro oscila entre el 10% y el 25% durante el último cuarto de siglo. Es cierto que las respuestas podían turbar la paz social: mencionar la codicia de los ricos y la pereza de los pobres hubiera sido cosa de mal gusto, pero el hecho es que los empresarios prefieren importar mano de obra barata y dócil a dar trabajo a quienes viven bastante bien con los subsidios y trabajarían de muy mala gana, y que los trabajadores en paro prefieren que se abran las fronteras a la inmigración mientras ellos conserven sus subsidios. Ambos comportamientos son racionales, aunque miopes.
La tercera premisa suponía la imposibilidad -unos decían que física, otros que moral­­- de parar la inmigración ilegal. No era políticamente correcto censurar la indecisión política o la incompetencia de los vigilantes.
Y, por último, la presunción más pueril y suicida: creer por sistema que los actos carecen de consecuencias, que violentar el artículo 3 de la Constitución atribuyendo un papel internacional impropio al catalán no va a obligar a hacer lo mismo algún día con el árabe, que la consagración del matrimonio homosexual no puede acarrear la de la poligamia y la poliandria. O que la inacción ante la inmigración ilegal y la delincuencia no va a alumbrar un nuevo partido político similar al Frente Nacional en Francia, cuyo nacimiento sería de consecuencias incalculables para los partidos tradicionales de izquierdas y de derechas.
Ha sido necesario sufrir oleadas de delincuencia y terrorismo para atreverse a ver el presente y a pensar en el porvenir. Hoy en casi toda la Europa Occidental se considera urgente reducir al mínimo la inmigración y a la vez integrar a los inmigrantes ya admitidos de hecho o de derecho.
Lo primero parece factible si hay voluntad política para ello, cosa que aún falta en España. Lo segundo se ve cada vez más arduo, y no necesariamente -o no tan sólo- por resistencias de los inmigrantes a integrarse en sus nuevos países de residencia. De hecho el mayor obstáculo a tal integración es la falta de un terreno social y espiritualmente fértil donde puedan aclimatarse quienes llegan de muy lejanos climas culturales. Lo que a muchos inmigrantes les ocurre no es que no quieran integrarse, es que no encuentran dónde. Tenemos que afrontar una realidad incómoda de admitir: nuestras sociedades opulentas postmodernas constituyen un vacío axiológico casi perfecto. Y digo casi porque todos los valores -los conservadores y los de izquierdas, los religiosos, los morales y los estéticos- se han convertido en uno solo, el dinero al servicio del ansia de consumo. Ahora bien, en un vacío donde solamente resuena el tintineo de unas cuantas monedas es muy difícil integrarse, y muy fácil pensar que se puede agarrar las monedas y desentenderse de la llamada “sociedad de acogida”.
Imaginemos a un inmigrante musulmán cualquiera, a uno de los millones que viven o malviven en la Europa opulenta tras superar las dificultades propias de desarraigos y viajes más o menos legales. Un día ve por la televisión cómo sale de la cárcel con permiso un sujeto al cabo de muy pocos años de haber violado y asesinado a una niña, mientras un médico explica que con toda seguridad ese sujeto volverá a intentar crímenes iguales. Asqueado, el inmigrante cambia de programa. En otro, escucha a un sociólogo explicar la obsesión por mantener el velo de las mujeres musulmanas, símbolo de la resistencia primitiva contra el progreso. El inmigrante apaga la televisión y se alista en alguna organización que a usted, lector, y a mí no nos gusta nada. Pero es que él cree en terribles durezas premodernas y nosotros no creemos ni siquiera en nuestras blanduras postmodernas.
No, no es posible que se integre en un vacío. Y tampoco es posible la alianza entre una civilización áspera y la civilización del vacío, por muchas ansias infinitas de paz que tengamos.
Marqués de Tamarón
(Publicado en el ABC, Madrid, el 8 de Enero de 2005)


7 comentarios:

  1. Por lo menos nadie podrá tachar a Niall Ferguson de ser racista y cristiano acérrimo. Se declara ateo y está casado con una bellísima somalí.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Sr. Scriptum, ojalá fuera un asunto concreto de racismo para poder contenerlo y superarlo. Si fuera así, por lo menos nos podríamos atener a algo que tendría con mucho esfuerzo una solución medio concreta, aunque creo que no existe un mundo sin racismo. Pero la cosa es mucho más grave y aquí ya no hay nada que atajar me parece. Con lo que ha ocurrido en los últimos meses en Europa el futuro solamente puede ser el pronóstico de Ferguson o un vaticinio incluso peor.
      Entre toda esta oleada revestida sobre todo de dolor, de la que no sabemos nada a ciencia cierta, hay gente con hondísimos sufrimientos y gente llena de rabia. Habrá los que huyan de la guerra y el hambre y otros que sin haberse radicalizado al entrar a Europa se adentren sin saberlo, en el terreno fértil para incubar un odio enorme por todo lo que desconoce y no se asemeje a sí mismo. Aquí en el sentimiento de lo ajeno, junto con no trabajar, sentirse marginado, o no entender una lengua se enfatiza la ceguera de un dogma y una fe pesimamente mal interpretados. Y de allí sale la justificación. Sí, quizás no hemos sabido integrarlos pero, ¿ellos quieren integrarse?
      El tiempo dirá que será de este mundo en 20 años, donde nada de lo que vimos o con lo que crecimos exista quizás.

      Eliminar
  2. Siempre he desconfiado de los sujetos que quieren mandar sobre el dinero y los pensamientos de los demás.políticos y banqueros nos estropean la existencia..comp Unamuno,prefiero la verdad a la razón y el sentido propio al sentido común
    que nadie intenté dirigir mi cabeza y mi bolsillo

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Lleva Usted razón Señor Anónimo, lo malo es cuando el bolsillo se llena por ser regalado, ese fue el principio del mal.

      Eliminar
    2. Hombre.depende del tamaño del regalo.una cosa es regalar y otra robar

      Eliminar
    3. Estamos en un presente-futuro cogido con pinzas, demasiado está aguantando el globo sin desinflarse del todo, pareciera estar al máximo.

      Eliminar
  3. La Civilización del Vacío da miedo pero es un hecho real, la triste cobardía o el astuto pasotismo de la gente, no es fácil tomar decisiones duras, pero al final nos fagocitan. Siempre es el dinero y el poder, nada más a costa de lo que sea.


    ResponderEliminar

Comentar