Marqués de Tamarón || Santiago de Mora Figueroa Marqués de Tamarón: Un abrazo

martes, 22 de noviembre de 2011

Un abrazo

Si cual espías del Poder leyésemos hoy mil cartas particulares, de seguro encontraríamos que novecientas noventa terminan con «un abrazo» (el vulgo) o «un fuerte abrazo» (los políticos) o «un gran abrazo» (los banqueros). Así, a secas, sin tan siquiera el verbo enviar. Y, por supuesto, sin distinguir a la hora de la fórmula de despedida entre los destinatarios: padre, amante, amigo, conocido o dentista. Tenemos noticia de una señora de edad provecta —y por cierto relacionada con el mundo de la política, donde debe de ser la excepción que confirma la regla de la monotonía cursi— que se ha rebelado contra el estereotipo uniforme y se despide de sus amigos escribiendo «achuchones». Dice que si a los cabecillas autonómicos manda abrazos algo más íntimo tendrá que enviar a los amigos de verdad.

España nunca destacó en la literatura epistolar. El porqué es uno de los pequeños misterios de nuestra idiosincrasia cultural o quizá psicológica. Nuestros poetas, dramaturgos y, en menor medida, novelistas han sido tan buenos como los mejores extranjeros; nuestros autores de cartas no. En general brillan los españoles tan poco en este género como en el autobiográfico. ¿Será que escriben pocas cartas, que éstas no se conservan, que los descendientes tienen miedo a publicarlas? Algo de todo eso habrá, pero nos inclinamos a pensar que el motivo principal de la escasez de buenos epistolarios —tan abundantes, por ejemplo, en los países de lengua inglesa— es que somos un pueblo de teólogos y la petite histoire nos deja fríos. Olvidamos que la Historia no es sino la suma de muchas pequeñas historias, con sus mezquindades, ternuras y grandezas individuales que en ningún lado quedan más al descubierto que en las cartas. Recordémoslo con estas letras de un padre a su hija hace cuatrocientos años justos: «Vuestros hermanos y yo estamos buenos y con mucha calor que hace estos días; como os debe escribir vuestra hermana y por no volver el papel no digo sino os guarde Dios como deseo. Vuestro buen padre». (Felipe II a la Duquesa de Saboya).

Pero había algo al menos donde hasta hace poco lucía nuestra imaginación epistolar: en las fórmulas iniciales y finales. Tomemos como ejemplo la monumental —y muy amena— correspondencia entre Juan Valera y Menéndez Pelayo. Aquellos dos hombres tan distintos —el andaluz era viejo, liberal, aristocrático y cosmopolita, mientras que el santanderino era joven, reaccionario, burgués y nacionalista— intercambiaron durante treinta años cientos de cartas donde lo primero que maravilla es la infrecuencia de las repeticiones de fórmulas. Diríase que Valera modula sus despedidas según las circunstancias. Desde «No imite mi desidia; escríbame y créame su afmo. y constante amigo» hasta «Adiós. Escríbame, quiérame y consuéleme» (cuando acaba de morir su hijo de dieciséis años). Igual ocurre con las cartas de Valera a Gumersindo Laverde, donde abundan variadas fórmulas que hoy nos parecen extravagantes y que no eran sino sabias mezclas cambiantes de originalidad y lugares comunes de la cortesía, como «Dispénseme Vd. de que mis muchísimas ocupaciones no me permitan escribirle hoy de mi propia mano y mande cuanto guste a su apasionado amigo».

Hoy todas estas sutilezas habrían quedado confundidas en el sempiterno «abrazo». Entre españoles, que no entre franceses (el Bottin de 1985 trae diez páginas de modales escritos) ni entre ingleses (el Debrett’s Correct Form tiene doscientas). ¿Serán más tontos que nosotros, más conservadores o más irónicos? Nosotros creemos que nuestra época es más franca y directa que las anteriores. En realidad es igual de insincera, pero mucho más aburrida. Obsérvense los mensajes que se cruzaban en 1739 un marino inglés y otro español, en guerra en el Caribe: «Yo soy, Señor, de VE su más humilde servidor, D. Eduardo Vernon Burford», terminaba el uno. «Yo quedo para servir a VE con la más segura voluntad, y deseo lo guarde Dios muchos años. Besa la mano de VE su más atento servidor D. Blas de Lezo», acababa el otro. ¿Cómo se escribirían hoy un oficial ruso y otro americano perdidos en el Ártico? «¿Saludos proletarios» y «Saludos democráticos»?

La verdad es que las fórmulas nunca pueden ser sinceras, pero siempre son necesarias. Aunque sólo sea para indicar que el cuerpo de la carta ha terminado y evitar que un tercero añada algo. Y puestos a buscar el laconismo por encima de todo quedaba menos ridículo el bene tibi latino que el «abrazo» moderno: es más hipócrita prometer a un casi desconocido el éxtasis de una estrecha soba que desearle el bien.
Para evitar la uniformidad totalitaria sería conveniente conservar las pocas fórmulas arcaicas que subsisten. Pero ya el «Dios guarde a Ud. muchos años» suscita censuras de algunos progres. ¿Qué dirían si supiesen que el Rey sigue dirigiendo a ciertos monarcas cristianos cartas credenciales —para acreditar embajadores— que terminan: «Señor mi buen hermano y primo, de Vuestra Majestad buen hermano y primo Juan Carlos Rey»? No vemos más fórmula para modernizar la anterior que «adhesión democrática inquebrantable». ¿O el ubicuo «abrazo»?

(Este artículo se publicó en el ABC el 8 de Junio de 1985)

Estas reflexiones fueron un triste barrunte premonitorio de la desaparición del Dios guarde a Ud. muchos años, consumada el martes 22 de julio de 1986. En esa fecha publicó el Boletín Oficial del Estado una orden aboliendo las «fórmulas de salutación o despedida» y las de «tratamiento o cortesía» en los escritos administrativos. Todo un récord: por primera vez en la historia se suprime la cortesía por Orden Ministerial. Y el firmante fue un ministro, el Sr. Moscoso del Prado, que ya no lo era más que en funciones; pese a sus méritos progresistas perdió el cargo días después.

Notable contraste con Agustina de Aragón, en quien nunca lo cortés quitó lo valiente y que se despedía en carta al general británico Doyle diciéndole: «Quédese V. a Dios y mande a su apasionada y fina amiga que más le quiere de veras». Don Luis Jessen, que me facilita este texto, aclara que la carta no es en modo alguno amorosa, pese a la reputación de Agustina; es cortés y no cortesana. El Sr. Moscoso la hubiese fulminado. Bueno, la hubiera fulminado si hubiese tenido más agallas que ella, cosa difícil.

(Este artículo y su nota posterior fueron recogidos en los libros El Guirigay Nacional (1988) y El Guirigay Nacional. Ensayos sobre el habla de hoy (2005))

Bibliografía de El Guirigay Nacional. Ensayos sobre el habla de hoy
Bibliografía del Marqués de Tamarón

9 comentarios:

  1. Poco ha cambiado el panorama de las fórmulas epistolares en este último cuarto de siglo, pero sí ha habido un pequeño cambio reaccionario propiciado por la burocracia de izquierdas: se ha vuelto -por reacción contra el ubicuo "querido Fulano"- al uso frecuente de "estimado Fulano". Antes, tal estima había ido quedando algo arrumbada por temor a parecer mediopelo. Nunca entendí ese escrúpulo, pues es recurso de admirable hipocresía y como tal utilísimo. ¿Acaso "estimar", al igual que "apreciar" no quiere decir poner precio o evaluar algo o a alguien? Pues eso es lo que el cauto escritor de cartas hace al dirigirse al mandamás de turno. Lo mira de arriba abajo, lo sopesa y luego se dirige a él con el prudente vocativo "estimado Subdirector General".
    Admirado Tamarón, le ruego que transmita este consejo de uno de sus lectores a los demás.

    ResponderEliminar
  2. "Dios Nuestro Señor guarde la catholica persona de Vuestra Majestad muchos años como la Cristiandad a menester". Así se despedían de Felipe II, en una carta, el corregidor de Jaén y dos caballeros veinticuatro. Es una buena muestra de respeto expresada con la mayor elegancia y sencillez.Y destinada al monarca más poderoso de su tiempo.

    Reciba usted mis saludos.

    ResponderEliminar
  3. Mi dilecto y caro marqués de Tamarón: A pesar de los abundantes manuales que existen en español de cortesía y buenas maneras, de los tratados de protocolo y del arte de recibir, de los modelos de epistolarios y de redacción de documentos públicos y privados, no se ha conseguido impedir que la chabacanería y la zafiedad, satisfecha de sí misma, nos abrumen. Es la democracia torpemenente entendida.
    Quedo de Vd. y aprovecho la ocasión para manifestarle mi consideración más distinguida.
    Agustín Martínez Tejeda

    ResponderEliminar
  4. ¡Genial, Santiago!
    Rizando más el rizo, y a raíz de uno de los comentarios, se me ocurre un encabezado para las cartas que los banqueros envíen, de ahora en adelante, al vulgo: "Es timado amigo"

    Se despide de este comentario cruel, tu amigonzalo del Valle-Inclán desde Berlinlandia. A propósito del artículo aprovecho para enviarte un a-brazo de gitano esperando que no se derrita por el camino.

    ResponderEliminar
  5. Admirado señor marqués, le presento una duda de corrección lingüística que me atormenta. En el introito de su artículo puede leerse: "Si cual espías del Poder leyésemos hoy mil cartas particulares...". ¿No sería, pues, lo correcto empezar con "Si cuales espías del Poder...". Quedo a la espera de su docta y edificante respuesta.
    Guarde Dios a Vuesa Excelencia, como yo deseo y he menester.
    Un sevillano tamaronista.

    ResponderEliminar
  6. Con respecto a su duda expresada en la fenomenal charla de esta tarde/noche, cito:

    «Al mirar las cosas, no abandona sobre éstas la mirada, sino que tiende a usar de ellas como de un espejo donde contemplarse. De, aquí que, en vez de penetrar en su interior, se quede casi siempre ante la superficie, ocupado en dar representación de sí mismo y ejecutar cuadros plásticos. Pero la ciencia y las letras no consisten en tomar posturas delante de las cosas, sino en irrumpir frenéticamente dentro de ellas, merced a un viril apetito de perforación».

    "El espectador IV" (1925), Ortega y Gasset.

    ResponderEliminar
  7. Estimado anónimo sevillano, ese "cual" es conjunción de modo, así es que no tiene plural.
    Saludos gramaticales de su affmo. Tamarón

    ResponderEliminar
  8. Erudito (¿o erudita?) E. Vanhomrigh, gracias muy de veras por su extraordinaria eficacia al encontrar la más ansiada de las citas perdidas en cosa de minutos. Seguro que el viejo Don José Ortega se lo agradece a usted desde el cielo con huríes tanto como su affmo. Tamarón

    ResponderEliminar
  9. Una de las fórmulas más divertidas que yo he podido leer, la encontré en una correspondencia profesional del siglo XIX en el que el dueño de ciertas explotaciones agrarias se dirige a su administrador con la fórmula "Apreciable Eulogio". La glosa de la expresión podría ser muy larga. No es apreciado, ni estimado, sino apreciable en abstracto. Es decir, será apreciado, o no, según las circunstancias, suponemos que una buena gestión le hará pasar de apreciable a apreciado o estimado, pero un fracaso posterior le devolverá al terrible aprecio hipotético, o reservado, o como quiera calificarse.
    Enhorabuena en todo caso por el artículo.
    El Dios guarde a Vd. muchos años es sin duda la fórmula que prefiero, sencilla, clara y menos relamida que las francesas.
    Pues lo dicho, Dios guarde a Vd. muchos años y le de salud y ánimos para seguir escribiendo.

    ResponderEliminar

Comentar