Marqués de Tamarón || Santiago de Mora Figueroa Marqués de Tamarón: De reala de catetos a colectivo de cursis

martes, 13 de septiembre de 2011

De reala de catetos a colectivo de cursis

España ha pasado en cincuenta años de ser un país de catetos a ser un país de cursis.

Esto no es en sí ni bueno ni malo; es un mero hecho sociológico. Su corolario lingüístico es por el contrario fácil de valorar: un desastre. El cambio salta a la vista, o mejor dicho al oído. El cateto —ya fuese campesino ya pequeño artesano de pueblo o ciudad— tenía un vocabulario muy rico, porque lo necesitaba en la vida diaria, mientras que su nieto el cursi no precisa más de un millar de palabras y por consiguiente ése es todo el horizonte de su léxico. En su trabajo de oficina o de fábrica no necesita más de una docena de vocablos especializados, y un número parecido para el automóvil, el fútbol o la caja tonta. El evidente empobrecimiento ha sido muy estudiado, pero uno de sus aspectos concretos no parece haber sido objeto de atención particular. Nos referimos al triste caso de la desaparición de los nombres de conjuntos.

El castellano es, o era, muy rico en nombres que designan las agrupaciones de cada clase de animales, personas o cosas. No se dice un grupo de abejas, pájaros o peces, sino enjambre, bandada o banco respectivamente. Pero además hay nombres peculiares según la especie del animal. Igual que disponemos de robledal o pinar para precisar ciertos tipos de bosque tenemos bando para las perdices y algunas otras aves, recova para los perros de montería, rebaño para las ovejas o cabras, etcétera. También hay palabras distintas según el número de individuos que componen ciertos grupos: no es lo mismo un hatajo que una punta o una piara de ganado. Como varía en ocasiones el nombre del conjunto según la disposición de sus unidades o la función que en ese momento desempeñe, y no es lo mismo un tiro de mulas (enganchadas) que una recua de mulas (en hilera y usadas como bestias de carga).

Los matices son múltiples. Casi todos sabemos que no es lo mismo una yunta (de dos bueyes) que una collera (de dos pájaros) o un tronco (de dos caballos o mulas), pero pocos recuerdan que manada no sólo se aplica a los lobos y otros animales salvajes sino también a los cerdos y a otros ganados que no forman rebaños. Y muy pocos saben lo que es una parada o una baraja (de cabestros), igual que tiende a olvidarse la diferencia entre una partida (de cazadores) y una armada (de monteros). Ni siquiera, pues, cuando el grupo es humano hemos logrado mantener la variedad específica. La cuerda de presos, la familia de criados o la cuadrilla de bandoleros (esta última relevada por el pretencioso eufemismo de «comando», en general de etarras) van cayendo en el olvido. Hasta la humilde ristra de ajos desaparece, víctima de la substitución de la cocina por las latas de conservas.

¿Y el puterío? ¿Y la farándula? ¿Y la soldadesca? ¿Acaso no subsisten en carne doliente y hueso quebradizo? ¿Qué ha ocurrido con los mil nombres gregarios variopintos que daban color y precisión a nuestro idioma? Ya sus mismas desinencias indicativas de la condición de conjunto prestaban variedad eufónica a la lengua. Doña María Moliner las tiene catalogadas en su diccionario, como caracolas que encierran distintos ruidos del mar. Hasta diecinueve sufijos típicos de los nombres de conjunto recoge. Basten algunos ejemplos para recordar la sonoridad de que es capaz el español: raigambre, velamen, mezcolanza, parentela, cornamenta... Ahora ni los cuernos se salvan de la simplificación fonética y conceptual. La depauperación del repertorio se agrava al imponerse uno de los fetiches verbales más conspicuos de nuestros días: el colectivo.

Cual heraldo de la era colectivista que se nos propone, el substantivo colectivo aparece cada vez que se menciona a un grupo de individuos unidos por algún objetivo o circunstancia común, permanentes o transitorios. Un colectivo de prostitutas protestan, un colectivo de analfabetos escribe un manifiesto, un colectivo de agricultores franceses prende fuego a veinte camiones de lechugas españolas, etcétera. A veces se llega a hablar de «una coordinadora (otra palabra mágica) de colectivos». O se echa mano de otra de las temas de nuestro tiempo, que es emplear serie («se produjo una serie de explosiones simultáneas») olvidando que se trata de un conjunto de cosas o acontecimientos sucesivos y no sincrónicos.

Uno se pregunta a dónde habrá ido a parar la famosa imaginación del español. A fin de cuentas los ingleses conservan en uso su añeja lista de agrupaciones de animales y siguen diciendo, por ejemplo, «a pride of lions» (un orgullo —por manada— de leones), y los franceses no han desechado la vieja acepción de teoría (procesión, cortejo) y pueden decir «une théorie de séminaristes». Si los españoles no quieren guardar vistosas antiguallas, ¿por qué no inventan otros términos igual de sugestivos? Con lo fácil que sería acuñar expresiones que evitasen el monótono —y algo inquietante, que huele a soviet— colectivo. Ahí va un puñado de sugerencias: una piojera de inspectores de Hacienda, una pavada de diplomáticos, una sangría de médicos, un borrón de escritores, un monipodio de políticos, un sarpullido de funcionarios, una gárgara de periodistas, un miasma de maestros, un momio de catedráticos, un chuponcio de abogados.

Será que el cursi ni inventa ni sabe conservar las invenciones de sus abuelos catetos. Ortega y Gasset no se resignaba a que España estuviese invertebrada por falta, entre otras cosas, de minorías selectas. Nosotros, modestos lingüistas, acatamos el cruel hado histórico —o biológico, o lo que sea— que nos priva desde hace casi dos siglos de tales minorías. Pero ¡quitarnos ahora hasta a los catetos...! Por usar uno de los pocos neologismos atinados de hoy, es demasié. Es triste pasar de ser una reala de catetos a ser un colectivo de cursis.


(Este artículo se publicó en el ABC del 27 de Julio de 1985)


España no se convirtió oficialmente en un colectivo de cursis hasta un poco después, cuando fue admitido en el Diccionario de la Real Academia el término colectivo. Nos los explica así don Fernando Lázaro Carreter: «Del vocabulario marxista penetra en el caudal general colectivo: “Cualquier grupo unido por lazos profesionales, laborales, etcétera”; no sobraría haber añadido los lazos ideológicos y de intereses, cuando menos» (ABC, 7.2.87).

Por otro lado, don José Pedro Pérez-Llorca me dice que olvidé un bonito nombre de agrupación, de la era precolectivista: cardumen (banco de peces). No fue olvido, fue ignorancia. La reparo ahora con gusto pues aunque el nombre no es bonito —rima con cerumen y cacumen— sí es interesante y suena raro. Aunque Corominas afirma que dicho portuguesismo tan sólo consta hoy en América, mi paisano lo ha oído en la provincia de Cádiz.


(Este artículo y su nota fueron recogidos en los libros El Guirigay Nacional (1988) y El Guirigay Nacional. Ensayos sobre el habla de hoy (2005))



Bibliografía de El Guirigay Nacional. Ensayos sobre el habla de hoy
Bibliografía del Marqués de Tamarón
(c) Marqués de Tamarón 2008

4 comentarios:

  1. "Una caterva de perroflautas", propongo como neologismo. Le hubiera gustado a Víctor Hugo para su Corte de los Milagros medieval, e incluso a Valle-Inclán para la suya decimonónica.

    Además se presta a aliteraciones, pues no en vano la torva caterva hedía ese día.

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  2. Querido Santiago, a propósito de tu magnífico artículo, tan actual pese a haber sido publicado hace nada menos que veintiséis años, y refiriéndome igualmente a nombres que designan agrupaciones, querría hacer un comentario sobre la reciente costumbre, adoptada por todos los medios de comunicación, de emplear la muletilla "efectivos" para referirse a hombres, soldados o individuos reclutados para intervenir en "catástrofes humanitarias" (otra muletilla enervante), sofocar incendios u otros sucesos a los que asistimos diariamente cuando enchufamos la caja tonta. Cuando escucho a un locutor tras otro decir en los informativos que el gobierno ha movilizado tres mil "efectivos" para enviarlos a la crisis internacional de turno, me pregunto qué demonios enseñan hoy en las facultades de Ciencias de la Información. Lo que está fuera de toda duda es que, transcurrido un cuarto de siglo, la cursilería mediática española ha multiplicado sus pintorescos matices y se supera a sí misma.
    Un abrazo de tu amigo:

    Julius Guadarramicus

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  3. ¿A que no ha caído en que reala y ralea son voces anagramáticas y a la vez antónimas? La reala agrupa a una clase de depredadores y la ralea, en su origen etimológico, a una clase de presas:
    Ralea. Ave a que es más inclinado el halcón, el gavilán o el azor. La ralea del halcón son las palomas; la del azor, las perdices; la del gavilán, los pájaros pequeños (3ª acepción, Diccionario de la Real Academia).

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  4. Fantástico articulo, verdaderamente actual.
    Echo en falta la diferencia entre Guarda, Guardes y Casero, tan en boga entre los madrileños venidos a mas que se arreglan un cortijo entre Toledo y Caceres.
    Un cordial saludo!

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