Había pensado escribir largo y tendido sobre Climent (Nomem est omen? Tan sólo a medias, por fortuna). Lo he hecho en otras ocasiones¹.
Pero encuentro un par de páginas en su nuevo libro, Liturgia de los días. Un breviario de Castilla, que resumen a la perfección su ser y su estar. Esto último ya lo indica el título del ensayo: el autor es y está en Castilla. El ermitaño, el impedido, el preso, y aun el desterrado tienen suerte si el lugar de su retiro o reclusión es hermoso, melancólico a veces, casi siempre silencioso y nunca del todo solitario.
Por fin un reaccionario como Dios manda, un reaccionario como deberíamos ser todos los demás: culto, amable y tan sólo un poco cabreado. En su libro deambula, narra, columbra... Y siempre hay método en su locura:
"Though this be madness, yet there is method in't." Hamlet, Acto II, Escena II.
Valga la siguiente cita de José Antonio Martínez Climent para ilustrar esta reseña mil veces mejor que con palabras mías:
Por lo que respecta al Reino de las Sombras, me pregunto una vez más si la Iglesia postconciliar no habrá desperdiciado al Maligno en una imaginería demasiado psicológica, maniquea, un tanto pueril. El magnífico demonio Lucifer (que, pese a todo, sigue siendo el hijo predilecto de Dios Padre, encarnando Su Voluntad hacia la Tierra, sería un formidable rival para Prometeo; puede que el único verdaderamente capaz de arrinconarlo, aunque no de vencerlo. Sin embargo, el tremendum social que conmueve, dispone y moviliza el alma postconciliar convoca a Satanás cayendo como un rayo sobre nosotros para ejercer su labor de gusano. Alejándose de estas posiciones puritanas, moralistas, sería posible acoger a Lucifer como Gracia Descendente. Gracia siempre melancólica a causa de la Caída; dolor para él insalvable, que aún así no le impediría ejecutar Su Voluntad: capitanear una lucha a muerte, perdida de antemano, contra los Titanes y sus ejércitos.
Citaré igualmente entre a las alternativas a Ramón Llull, quien deja escrito en su Llibre de l'ordre de cavalleria que los nobles están en la obligación de orientar sus acciones por el camino de la «justicia, sabiduría, caridad, lealtad, verdad, humildad, fortaleza, esperanza, experiencia y otras virtudes semejantes a estas»; ni la arquitectura del hombre virtuoso ni la del caballero requieren de la moral, sino del ejercicio entre deportivo y militar de un cierto código literario en el que no tiene sitio el pensamiento. De modo que podemos preguntarnos: ¿Qué deja al descubierto la moral cuando se la retira amablemente del terreno de juego? Entre otros, estos: la casaca rosa y plata del príncipe de Ligne.
Charles Joseph de Ligne sabía que todo empeño es vano pero que en todo afán cabe una forma bella. Sabía también que escatimar la elegancia que todo lo redime es el pecado peor que pueda cometer el hombre, y que en lo efímero de esa gallardía hay un poso de verdad y de duración. De entre tantas como dejó, quizá no sólo la más pertinente sino la más atrevida sea la forma que creó una soleada mañana de septiembre de 1778 en los claros de Gezoway cuando cabalgaba junto a su hijo Charles bajo el fuego de los mosquetes prusianos. Viéndolo sonreír al avanzar a todo galope alargó la mano para coger la suya y, espoleando un poco más a la montura, le dijo: «sería hermoso, ¿o acaso no?, que nos hiriese la misma bala». Su hijo tenía entonces nueve años ².
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² Op. cit página 80 y ss.