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"Lunchtime at the grocery", por Albert W. Hampson
© The Saturday Evening Post. Agosto 1940 |
Un muchacho portorriqueño se encuentra con otro en Nueva York, acarreando paquetes. «¡Cuánto tiempo sin vernos! ¿Qué es de tu vida?», le pregunta. «Pues ya ves,
deliberando groserías». Y no es que el chico perteneciese al consejo de redacción de alguna revista ilustrada y tuviera que debatir qué zafiedades convenía ofrecer al público; el chico lo único que hacía era repartir comestibles de una tienda de ultramarinos. Pero eso en inglés se dice
delivering groceries, y la tentación del
falso amigo lingüístico fue irresistible a la hora de traducir su honrada tarea.
La anécdota es conocida y, como todo lo popular, debe de ser apócrifa. Basta, sin embargo, con enchufar la televisión media hora al año —como hacemos nosotros en abnegado sacrificio por nuestros lectores— para oír varios disparates comparables. A veces traducen guiados por
falsos amigos y llaman, por ejemplo,
hierbas salvajes al benéfico poleo o a la humilde yerbaluisa, como si de feroces plantas carnívoras se tratase (no saben que el adjetivo francés
sauvage significa en muchas ocasiones
silvestre y no
salvaje, como ocurre con el
wild inglés). Otras veces usan vocablos que no tienen nada que ver con el original extranjero. Y, por último, ocurre en ocasiones que una palabra no les suena, y la dejan en la lengua original, como observamos hace poco en aquella serie tontiloca llamada «V», donde un bueno le dice a un malo, «eh, tú, Rascal» (
rascal es palabra inglesa tan común como lo que designa,
pillo o
sinvergüenza, pero el supuesto traductor la desconocería cuando la tomó por un nombre propio).
El cine, aunque con más pretensiones intelectuales, es tan ignaro como la televisión. El feo título de película
Mujer entre perro y lobo es burda traducción literal de un bello juego de palabras francés,
Femme entre chien et loup, que hacía referencia con ambigüedad deliberada al crepúsculo de la tarde (también en castellano existe el término
entrelubricán o
lubricán, y con el mismo origen que la expresión francesa, la incierta luz vespertina en que se confunde al lobo con el can,
lupus y
canis, disfrutando además de una connotación adicional —fonética y acaso etimológica por cruce— que haría el título más taquillero: lo
lúbrico). En cuanto al
Yo te saludo, María (por
Je vous salue, Marie, es decir,
Avemaría o
Dios te salve, María), sólo la hipocresía podría justificar tamaña torpeza, si lo que se buscaba era no provocar demasiado escándalo.
Otro fenómeno interesante es el de la ubicuidad, en el mundo de la erudición, de un sabio germano llamado Undsoweiter. Aparece citado como autoridad en libros de cristalografía, teología, sociología y de muchas otras disciplinas. ¿Será un polígrafo desmadrado, un Leibniz redivivo, el único
hombre universal del siglo XX? No, pronto descubre uno con pena que
etcétera en alemán se dice
und so weiter, y que lo ocurrido es que más de un futuro tratadista español, al escribir apuntes en las lejanas aulas germánicas, tomaba el etcétera, broche final de la retahíla de autores, por nombre de un estudioso más, que luego citaría muy ufano. Tres cuartos de lo mismo pasa con
Guardasigilli, docto jurista italiano según ciertas fuentes españolas, y según el diccionario el ministro de Justicia (
guardián de los Sellos). O con el notable jurisperito alemán
Derselbe (
el mismo) mencionado en su memoria de cátedra por alguien que llegaría a ser luminaria de la Universidad de Sevilla.
No se le ocultará al perspicaz lector que cuantas más lenguas sepa uno menos traducciones leerá. En primer lugar porque las necesitará menos, y en segundo porque desconfiará más. Llegados a este punto hemos de confesar que nosotros rara vez las leemos. Y aunque tememos que los que sí las leen no puedan percatarse de los desatinos, agradeceríamos al respetable que nos mandase ejemplos regocijantes (a ser posible con fotocopia de la página y referencia bibliográfica de la obra). Al remitente del gazapo más sabroso le daremos de premio un diploma bilingüe en bable y chino. En serio.
* * *
No era broma lo del premio, era una firme promesa cuyo cumplimiento me obligó a abusar de la ciencia y la paciencia del Cronista Oficial de Llanes y del Embajador de España en Pequín. Gracias a ambos —don José Ignacio Gracía Noriega y don Mariano Ucelay— pude disponer del diploma bilingüe en bable y en chino, y entregar a don Valentín García Yebra el Premio Ojo Avizor (Güeyu espabilau en bable) «por su atención vigilante a las traducciones espurias y en general por su meritorio despioje del idioma» («meritoriu escarpir de la fala»).
Mereció accésit don Juan Domínguez Hocking, que el 16 de octubre de 1985 me escribía:
«Hace poco se estrenó en Madrid una película que en versión original se titulaba Dressed to kill. Ni cortos ni perezosos lo tradujeron por Vestida para matar, ignorando que se trataba de un juego de palabras, pues Dressed to kill significa ir vestido con mucha elegancia».
(Este artículo se publicó en el ABC del 12 de Octubre de 1985, y fue recogido en los libros El Guirigay Nacional (1988) y El Guirigay Nacional. Ensayos sobre el habla de hoy (2005)).
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