"LOS LÍMITES DE LA DEVOCIÓN
En el reinado de los Católicos, no sólo había límites [se refiere al Tratado de Tordesillas] en los dominios; los hubo también entre los dos campos de la Política y la Religión. Nadie hubo más devoto que los monarcas que merecieron muy justamente el título de Católicos que, concorde con una tradición de los Reinos hispánicos, les otorgó el Papa Alejandro VI y que ostentan hasta hoy los soberanos españoles. Pero esta devoción no implicó nunca sumisión en la política, antes bien convivió con una pugna, ora larvada y latente, ora -más a menudo- patente y actuante, entre la Iglesia y el Estado. «Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios» es ni más ni menos que un innegable mandato evangélico. De otra manera formulado, se muestra en una carta que parece haber enviado Fernando el Católico a su Virrey en Nápoles: «ellos al Papa y vos a la Capa». [...]. Los Reyes Católicos respetaron devotamente a la Sede Romana, la defendieron frente a sus atacantes, propugnaron su independencia, pero nunca hicieron ante ella renuncia de sus propios derechos, ni por ella se separaron de sus fácticos objetivos".(Miguel-Ángel Ochoa Brun, Miscelánea diplomática, pgs. 28-29)
En su Historia de la Diplomacia Española, que ya ha alcanzado en el volumen décimo el ocaso del siglo XVIII, este brillante diplomático e historiador ofrece multitud de ejemplos de cómo una nación y sus dirigentes y embajadores, por católicos que sean, o, mejor dicho, cuanto más católicos sean, deben velar celosamente por sus fueros. Una de las cosas que a la fuerza hay que evitar es que un dignatario eclesiástico, ni siquiera -y sobre todo- el Soberano Pontífice, pida perdón a nadie por lo que ha hecho una nación como España. Y menos a quien contesta con una hoz y un martillo.
Por eso confío en que al llegar con su magna obra al siglo XX, el Embajador Ochoa confirme, desmienta o detalle lo ocurrido en la audiencia que Pío XI dio en 1936 al nuevo Embajador de España, el Almirante Marqués de Magaz, cuando este aprovechó un ataque de asma del Santo Padre para decirle lo que pensaba sobre la protección que el Vaticano daba al clero separatista vasco.
En cambio y como contraste, da gusto leer cómo transcurrieron las dos embajadas que envió en 1401 y en 1403 Enrique III de Castilla a Oriente. Tamerlán, uno de los hombres más feroces de la historia, se comportó caballerosamente con los embajadores Don Payo Gómez de Sotomayor y Don Hernán Sánchez de Palazuelos. Incluso les entregó a dos damas griegas cautivas, señoras de gran belleza que casaron con nobles castellanos y de ellas descienden muchos otros hidalgos españoles hasta nuestros días. Los acompañó de vuelta, tras haber Tamerlán vencido a Bayaceto, un embajador mongol a Enrique III. Lo ocurrido fue que en Europa occidental había empeño en atajar los avances otomanos, y se creía que ello era posible buscando una alianza con Tamerlán, aunque de hecho los dos imperios rivales estaban gobernados por sendos déspotas musulmanes. El caso es que hubo una segunda embajada, esta vez dirigida por Ruy González de Clavijo, que salió del Puerto de Santa María y llegó a Samarkanda en septiembre de 1404, al cabo de año y medio de viaje arriesgado y penoso. El libro escrito por Clavijo es fascinante y lleno de pormenores sobre las costumbres, la fauna y los paisajes de las enormes regiones de Asia que cruzó. Pero lo más curioso es cómo Tamerlán, ya viejo, recibió a los castellanos:
"Tamerlán les preguntó cortesmente cómo estaba el rey y si era bien sano; escuchó el discurso de los embajadores y luego se volvió a sus cortesanos y les dijo: «Catad aquí estos embajadores que me envía mi hijo el rey de España, que es el mayor rey que hay en los francos, que son en el un cabo de mundo; y son muy gran gente y de verdad; y yo le daré mi bendición a mi hijo el rey». En los días siguientes, los embajadores castellanos participaron de los festejos de la corte y de muchos agasajos en su honor. Tamerlán dispuso que se les otorgase precedencia sobre los embajadores del emperador del Catay, que también allí estaban por entonces."(Miguel-Ángel Ochoa Brun, Historia de la Diplomacia Española, volumen I, pgs. 229-245)
Al leer la solemne bendición que invoca el feroz tirano mongol sobre el Rey de Castilla recordé algo que decía Evelyn Waugh en un artículo sobre la visita de Tito a Inglaterra: puede ser honorable partir el pan con un enemigo en una tregua, pero no es honorable hacerlo con un aliado traidor. Tamerlán no tuvo tiempo de faltar a su bendición, pues murió días después. Puede que la misión diplomática castellana no fuese productiva, pero vive Dios que aburrida no debió de ser.
Nada de lo que escribe el Embajador Ochoa es aburrido. Precisamente en el tomo donde se refiere la embajada al Asia Central pone el dedo en la llaga de tantos sucesores nuestros al decir:
"...la relación de Clavijo es también una pieza literaria, obra de quien se revela como un verdadero escritor. Es curioso que, pese a esa su indudable condición, el autor no incurra en uno de los habituales vicios del intelectual -sobre todo del intelectual político- que, llamado a describir hechos o circunstancias memorables de que fue testigo, cae por lo general en la tentación de puntualizar y destacar antes que nada su propia participación y su personal protagonismo [...]. La pedantería inherente al intelectual, su frecuente autoconsideración como centro del mundo o su tendencia a arrimar -reformándolos- los datos empíricos a sus propios prejuicios ideológicos, restan muchas veces valor a sus testimonios. No es este el caso de Clavijo".(Ibid 244)
Tampoco es el caso de Ochoa, QUI SAPIENTIAM AC BONITATEM ELEGANTISSIME IRONIA CELAT.
Historia de la Diplomacia Española, volúmenes I a X
Miguel-Ángel Ochoa Brun
Ministerio de Asuntos Exteriores
Madrid 1990-2012
Miscelánea diplomática
Miguel-Ángel Ochoa Brun
Real Academia de la Historia
Madrid 2012
Enlaces relacionados:
Botones de muestra (XXVI): Nicolás Gómez Dávila, José Miguel Serrano Ruiz-Calderón
Botones de muestra (XXV): Elizabeth Bowen, Charles Ritchie, Victoria Glendinning
Botones de muestra (XXIV): F. Fernández-Armesto
Botones de muestra (XXIII): Charles Powell
Botones de muestra (XXII): Calendario Zaragozano
Botones de muestra (XXI): Stanley Payne
Botones de muestra (XX): Nicolás Gómez Dávila
Botones de muestra (XIX): El peso de la lengua española en el mundo
Botones de muestra (XVIII): Mario Vargas Llosa
Botones de muestra (XVII): John Elliott
Botones de muestra (XVI): Hugh Thomas
Botones de muestra (XV): Maurice Baring y Javier de Mora-Figueroa
Botones de muestra (XIV): Marqués de Tamarón
Botones de muestra (XIII): Mariano Ucelay de Montero
Botones de muestra (XII): Eugenio d'Ors
Botones de muestra (XI): Paul Johnson
Botones de muestra (X): Enrique García-Máiquez
Botones de muestra (IX): Miguel Albero
Botones de muestra (VIII): Fernando Ortiz
Botones de muestra (VII): Rafael Garranzo
Botones de muestra (VI): Almudena de Maeztu
Botones de muestra (V): Miguel Albero
Botones de muestra (IV): Julio Vías
Botones de muestra (III): Beltrán Domecq y Williams
Botones de muestra (II): Leopoldo Calvo-Sotelo
Botones de muestra: Fernando Ortiz
Extraordinaria introducción del artículo, la Historia nos proporciona buenos consejos para el presente, tan solo ir a la hemeroteca y al leer artículos de hace por ejemplo veinte años nos proporciona respuestas actuales, claro está, son artículos de mentes no sólo inteligentes sino razonablemente dignas en sus planteamientos( con cierto corazón bondadoso).
ResponderEliminarA veces señalan respuestas actuales como nuevas, no lo son, como dije en otro maravilloso blog, Tartufo siempre será Tartufo esté vestido con ropaje clásico o vanguardista.
Siempre es " Necesario" poner límites, la palabra " Imparable" nunca me gustó.
ResponderEliminarA mi entender actos así rezuman vanidad.
ResponderEliminarOpinable, espero que se refiera a la vanidad del papa. Los demás, Reyes Católicos y Ruy de Clavijo, gente cabal y de gran valor, determinantes para lo que pasó y somos hoy en esta península y en el extra radio de 500 millones de hispanohablantes.
Eliminar