Marqués de Tamarón || Santiago de Mora Figueroa Marqués de Tamarón: Tontos en varios idiomas

martes, 1 de junio de 2010

Tontos en varios idiomas

     Una de mis tonterías de juventud fue escribir un artículo titulado Listos en varios idiomas, hace veinte años. Pretendí contraponer a Ortega y Gasset —según el cual «hay quienes son tontos en varios idiomas»— una larga lista de autores que escribieron en más de una lengua, de listos en varios idiomas. Ortega afirmaba que «el tránsito a otro idioma no se puede ejecutar sin previo abandono de nuestra personalidad, y, por tanto, de nuestra vida auténtica. Para hablar una lengua extraña lo primero que hace falta es volverse durante un rato más o menos imbécil». Entonces aquello me chocó; ahora me parece acertado. Para colmo cometí el error de enviar, tan ufano, mi artículo a Madariaga, paradigma español de escritor políglota. «La raíz psicológica de la frase —me contestó— y aún más de la actitud que la inspira es que Ortega era un pésimo lingüista. Yo me encontré, circulando por Alemania, que cuando él hablaba en alemán no lo entendían.» Lo malo es que el epíteto tonto en varios idiomas lo había acuñado Ortega, en una tertulia, para aplicárselo precisamente a Madariaga, según dicen. Yo no lo sabía, pero Madariaga seguro que sí. Cuando a las pocas semanas averigüé el origen de la frase fui yo quien me sentí muy tonto, comprendiendo que había ido a mentar la soga en casa del ahorcado.

     Circunstancia atenuante de aquella sarta de desatinos filopolíglotas es que yo andaba enamorado a la sazón de una danesa casada con un sueco y escritora en inglés, conocida en el mundo como la baronesa Blixen y en las letras como Isak Dinesen. Amoríos platónicos y unilaterales, entre otras razones porque ella ya había muerto. Pero el caso es que mi admiración por la llamativa cosmopolita, surgida cuando leí su única obra buena, los Siete cuentos góticos, no hizo sino acrecentarse durante un par de años que pasé en África, donde cegado por el sol llegué a creer que compartía el romanticismo mediocre de sus dos libros sobre Kenia. Luego empezaron a asaltarme dudas. Aquel idioma inglés exquisito que escribía la danesa, ¿sería elegancia pura o amaneramiento? Creo recordar una carta del joven Aldous Huxley al ya maduro Paul Valéry advirtiéndolo contra los peligros de admirar demasiado la poesía de Poe porque, venía a decir, los extranjeros pueden pasar por alto un fallo poético que sólo se descubre en la lengua materna: la cursilería sutil. ¿Podría ocurrirnos eso a los lectores de Dinesen? Peor aún, ¿le habría ocurrido a la propia autora al escribir en inglés, lengua extranjera? Por último, su llanto continuo por la extinción de los valores de la Europa aristocrática e internacional anterior al siglo XX, ¿era genuina nostalgia o pretexto estético? Sobre todo, ¿quién demonios era esa señora?

     Pasó el tiempo, leí un par de biografías de ella, viví cinco años en Dinamarca, conocí su ambiente, hablé con quienes la habían tratado y llegué a la conclusión —parafraseando a Cocteau sobre Víctor Hugo— de que la baronesa Blixen era una loca que se creía la baronesa Blixen. Lo que más me puso la mosca detrás de la oreja fue comparar su constante elegía por la nobleza con el enfoque dado al mismo tema literario por Vita Sackville-West en Inglaterra, Lampedusa en Italia, Jean d’Ormesson en Francia, Lorenzo Villalonga en España o Lernet-Holenia en Austria. Donde éstos mezclaban la pena del sic transit gloria mundi con cierto pudor irónico —quizá porque pertenecían por nacimiento a esa clase social crepuscular— ella adoptaba posturas con ribetes exhibicionistas, acaso por haber accedido a la nobleza de otra manera. Claro que la operación de esculpir su propia medalla con perfil aristocrático le salió muy bien. Se la rifaban los progres de facultad daneses, que, como me decía cierto profesor de Copenhague, «no habiendo visto en su vida a una señora, cuando apareció esta mujer teatral recordaron haber leído novelas baratas francesas donde siempre figuraba una condesa balcánica de este estilo, y pensaron esto sí que es una grande dame».

     En cuanto a su época africana, debió de ser más o menos como la cuenta la película de los siete óscares, Memorias de África. El paisaje y la fauna, aunque muy deteriorados por la explosión demográfica y por la caza furtiva desde que se fueron los ingleses, siguen siendo espectaculares en la fotografía. Meryl Streep representa bien su personaje, llegando a imitar el acento danés. En cambio Robert Redford resulta poco verosímil haciendo de Denys Finch-Hatton. Visconti supo en El Gatopardo convertir a un saltimbanqui americano, Burt Lancaster, en un príncipe siciliano; Pollack no ha logrado disfrazar a este otro yanqui sanote y simpático de hijo del decimocuarto Lord Winchelsea, producto de Eton y Oxford, iniciador de la danesa en el griego clásico y Stravinsky. Tampoco acierta el director al atribuir a la heroína leves resabios de socialdemócrata escandinava: si la Blixen defendió en ocasiones a los africanos es porque encontraba más aristocrático al guerrero masai que al tendero británico, y si aborrecía a los nacionalsocialistas hitlerianos es porque los consideraba unos horteras rojos.

     En todo caso, Memorias de África es, como los sueños de su protagonista, un espléndido sucedáneo para la clase media frustrada. Se comprenden los óscares, pero sigue pareciendo tan peligroso llorar lo que nunca se tuvo como escribir en idioma ajeno.



(Este artículo se publicó en el ABC del 12 de Abril de 1986, y fue recogido en los libros El Guirigay Nacional (1988) y El Guirigay Nacional. Ensayos sobre el habla de hoy (2005))


* * *

En cuanto al artículo allí mencionado, Listos en varios idiomas, no lo encuentro pero recuerdo que lo publicó El norte de Castilla hacia 1966. Todavía me mortifica el recuerdo de mi plancha con don Salvador de Madariaga, de quien guardo un recuerdo lleno de admiración. Claro que Ortega y Gasset también me ha influido mucho, más sin duda que Madariaga. Pero a éste lo conocí en persona y a Ortega no. Estaría bien poder pedir perdón a las sombras del otro mundo. En fin, lo más probable es que les den igual las viejas pifias de los supervivientes. Pero, por si acaso, bueno es exorcizar repetidas veces los recuerdos ridículos para uno mismo, y la única manera de hacerlo es contándolos.


Bibliografía de El Guirigay Nacional. Ensayos sobre el habla de hoy
Bibliografía del Marqués de Tamarón
(c) Marqués de Tamarón 2008

6 comentarios:

  1. Gracias, Tamarón, por todo este jardín de menciones que, con un poco de suerte, se aposentarán más o menos en mi mollera.

    Yo me preguntaba cuánto alemán sabría Ortega, tras sus años de estudios por Alemania. Los españoles, convendrá conmigo, solemos ser monolingües, y eso en el mejor de los casos. No tanto los hispanos en general, aunque tengo el doloroso recuerdo de haber oído a Borges hablando inglés con un acento nada "nativo".

    Hay escritores que han cambiado de lengua y han dejado una obra unánimemente respetada. Se supone que superaron el rato de más o menos imbecilidad que Ortega anuncia y casi prescribe.

    Gracias muy especiales por la mención de Salvador de Madariaga. Me cae bien, y su apoyo de profesor sabio le da confianza a este alumno para seguir indagando con buen ánimo.

    P.S.: Qué manía, también española, de meterse todos con todos, ¿verdad? Da coraje.

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  2. Da casi el mismo coraje que a Don Santiago le preocupe la autora danesa por usurpadora y no por mediocre y se lamente por un artículo que pudo molestar a un presidente en el exilio y no por ofender a un pensador.

    M. S.

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  3. ¿”Molestar a un presidente en el exilio”? ¿Qué presidente y qué exilio? ¿”Ofender a un pensador”? ¿Qué pensador? Diríase que el anónimo crítico cree que Madariaga fue presidente de la segunda república en el destierro, confundiéndolo con Sánchez Albornoz. En cuanto al pensador ofendido, si se refiere a Ortega no pudo sentirse ofendido porque estaba muerto y además no había materia ofensiva. De hecho, tampoco Madariaga (si era él el pensador y no el presidente) podía sentirse ofendido por mí aunque sí por Ortega, y de ahí mi arrepentimiento por la involuntaria alusión. En cuanto a la danesa, la califico expresamente de mediocre escritora, y además todo impostor (que no usurpador) es mediocre.

    De todas formas, P.U.L.P.G.

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  4. Gran artículo Don Santiago.
    A ver si se anima un día de estos a escribir algo sobre ese hombre tan peculiar que fue Ernesto Giménez Caballero, si es que le llegó usted a conocer.
    Un abrazo.

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  5. Gracias por su elogio y por su sugerencia... No llegué a conocer a Ernesto Giménez Caballero más que de referencias, y no sólo escritas, sino de algún diplomático que lo había tratado en Asunción. Y, claro está, lo he leído con interés y curiosidad, en especial su magnífica "Lengua y literatura de España". Acabo de encontrar uno de los varios volúmenes de dicha obra y al hojearlo me encuentro con que aparece el Nihil obstat y el Imprímase del Doctor Casimiro Morcillo, Obispo auxiliar de Madrid. Cosas de 1949, y me imagino el recelo con el que aquellos probos eclesiásticos leerían algo del autor de la "Oda al bidet". Cosas del surrealismo de años atrás.

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  6. Don Santiago, acabo de dar con su blog. Buscaba información sobre el Aurrulaque, donde alguna vez hemos coincidido.

    Yo estoy con Ortega en que se puede ser tonto en varios idiomas. Pero también se puede ser tonto sabiendo solo hablar una lengua. Y se puede ser tonto habiendo leído mucho y bueno. La cuestión es más bien pensar que leer. De hecho, Ortega decía que había que "leer poco y pensar mucho".

    En fin, no me extiendo más. Pero una cosa diré. Particularmente con el alemán, hay una especie de mito de que quien habla alemán es una persona culta y respetable por lo difícil de esa lengua. Yo niego esa asociación de ideas. Y más aún que un jurista sea considerado en más por saber alemán o haber leído a Forthshoff o a Savigny en su idioma. Caso paradigmático es el del actual Ministro de Justicia. Un catedrático de Dº Constitucional que sabe alemán y ha llegado a decir, sobre el Estatut, que el TC no puede enmendar lo decidido por las Cortes porque éstas son soberanas. Entonces, ¿para qué sirve el TC? Quizá Caamaño haya leído también a Kelsen en alemán, pero bastaría para ser un buen político haber aprendido dos ideas básicas en español de un buen libro de cualquier buen profesor español escrito en español. ¿Se imaginan ustedes diciendo que sobre lo aprobado por las Cortes el TC no puede decidir nada a Landelino Lavilla, o a Sánchez Agesta, o a Beningno Pendás?

    Para mí el único prestigio es de los que piensan y razonan. Y hay políglotas, eruditos, catedráticos y demás familia que si alguna vez pensaron ya hace mucho que no lo hacen.

    Un saludo

    Juanjo

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