IV
Llegamos a un acuerdo tácito. Eran ellos quienes me proponían ir a la sierra, o a su casa para algo que yo nunca sabía si iba a ser una clase de inglés, una lección de baile, un diálogo socrático —imposible, ahora lo comprendo, pues yo era platónico y ellos presocráticos— o una mezcla de todo ello. Me mandaban una nota con el ordenanza, que se llamaba Paco y era tartaja y de Trujillo.
─ ¿Tiene usted contestación para mi ca-ca-ca-pitán?
─ Si, Paco, dígale que sí, que no faltaba más.
El arreglo era malo para mi trabajo y mis estudios, pues los días en que no estaba hecho un flan esperando la convocatoria estaba hecho unos zorros reponiéndome del trasnoche, y siempre pensando en ella o en los dos.
Las caminatas por la sierra nunca volvieron a ser tan duras como la primera, pero siempre fueron largas y penosas, al menos para mí, hasta que fui acostumbrándome al ritmo: cincuenta y cinco minutos de marcha rápida seguidos de cinco de descanso, con una buena hora para almorzar. Por la tarde los descansos duraban más, cuando menos falta hacían puesto que íbamos cuesta abajo. Pero era cuando ellos se fijaban más en la naturaleza. No se tumbaban exangües como yo, sino que escrutaban las peñas próximas y lejanas, olisqueaban el aire y sabían qué plantas había en los alrededores, aunque estuviesen ocultas, oían e identificaban los pocos pájaros que hay en la montaña y palpaban el musgo suavemente, a veces, en otoño, frotándolo con la mejilla. No sólo comían las moras, fresas silvestres y escaramujos, sino que mordisqueaban otros frutos que a mí me parecían de lo más venenosos. En otoño volvíamos cargados de setas, algunas dudosas.
─ Esta debe de ser la cabeza de fraile, pero no estoy seguro.
─ Haré un guiso esta noche —anunciaba Miguel, que era el cocinero de la casa.
─ ¡No, por Dios!— Yo siempre picaba en la broma, sin comprender que los hermanos, por ciencia o por instinto, sabían muy bien lo que comían.
─ No te preocupes, que para ti haré una sopa de ortigas.
Usaban los cinco sentidos en el monte, como los bichos. Olfateaban si había pasado por allí un zorro o un cochino jabalí. Sonreían a veces sin mayor motivo y se quedaban inmóviles, como si hubiesen detectado algún aroma secreto o un leve susurro en las hojas o el trueno muy lejano. Yo no me atrevía a preguntar nada, pero daba gloria verlos quietos y alerta, como una pareja de corzos en un claro del bosque.
También tenían al menos un sexto sentido, el de la orientación. Nunca me perdí con ellos, ni siquiera en los rebollares muy cerrados, ya cercanos al valle, ni en las mañanas de nieblas altas o nubes bajas en las cumbres, cuando habían desaparecido del cielo y de la tierra los puntos de referencia y yo llegaba a sentir la necesidad angustiosa de apartar con las manos la espesa bruma. No llevaban brújula, ni aun cuando fuimos a Gredos, que conocíamos mal.
─ Sois primitivos hasta en eso.
Acabábamos de llegar a una fuente y ellos se habían puesto de bruces a beber mientras yo llenaba la cantimplora.
─ Da más gusto así —contestó Elena sacudiéndose el agua del pelo.
Miguel se echó a reír y me ofreció un puñado de nueces.
─ Sé lo que estás pensando, Saturnino. Que somos de otra época y no tenemos sitio en ésta. Y es verdad. Pero, ¿crees en serio que el Brave new world que tú anhelas va a durar mucho? Desde luego su historia no se medirá en milenios como la del mundo arcaico.
─ Es que yo no soy un utópico; la praxis...
─ No, hombre, no, si no me refiero a tus ansias revolucionarias. Eso son chiquilladas de aprendices de brujo que como mucho costarán unos pocos centenares de millones de vidas. Me refiero al pacto fáustico de la modernidad, concluido por izquierdas y derechas con el Progreso. ¿O es que tú no crees en el Progreso?
─ Sí, claro, pero...
─ Pero Mr.Roosevelt también, y el Hitler ese del bigotito, y el gordo italiano y hasta el Conde de Romanones...
─ ¿Y tú no, Miguel?
─ Yo no —contestó en voz queda, sin asomo de suficiencia, casi con pena.
─ Entonces eres un reaccionario.
─ Sí, claro. Pero no un tonto. Sé que nada de lo que haga va a cambiar el rumbo de los acontecimientos, salvo en lo accesorio. Aunque a veces lo accesorio es cuestión de vida o muerte para muchos y hay que actuar; además es más divertido actuar que lloriquear. Pero a la larga el estúpido mesianismo del Progreso, capitalista o socialista, acabará destruyendo todo lo bello y en su lugar tan sólo habrá hormigueros histéricos y colmenas dulzonas y pegajosas. Todo esto desaparecerá —Y señaló moviendo el brazo el valle solitario del Lozoya, el Monasterio del Paular acurrucado contra la ladera de Peñalara y al fondo la cúspide de la Maliciosa, donde ahora está la monstruosa Bola del Mundo.
─ Me estáis cansando, con tanta política —interrumpió Elena— Por no oír hablar de esas cosas dejé de ir a casa de tía Ma, y eso que los Primo de Rivera son guapos y simpáticos... ¡Mirad, mirad, un ánsar rezagado! Va hacia el Norte solo, con meses de retraso, después de todos los bandos de sus compañeros. Estará agotado y sediento. Ha debido de retrasarse por alguna herida. No llegará a Escandinavia.
Se oía el batir de alas, heroicas y cansinas. Me eché a llorar. Los hermanos fingieron no notarlo.
***
Bibliografía de El Rompimiento de Gloria
Bibliografía del Marqués de Tamarón
(c) Marqués de Tamarón 2008
Amor entre hermanos. Mira, Santiago, este poema de Santayana y dime si no explica por qué su autor no pudo amar a otra mujer que a su hermana Susana.
ResponderEliminarA brother's love, but that I chose thee out
From all the world, not by the chance of birth,
But in the risen splendour of thy worth,
Which, like the sun, put all my stars to rout.
A lover's love, but that in bred no doubt
Of love returned, no heats of flood and dearth,
But, asking nothing, found in all the earth
The consolation of a heart devout.
A votary's love, though with no pale and wild
Imaginations did I stretch the might
Of a sweet friedship and a mortal light.
Thus in my love all loves are reconciled
That purest be, and in my prayer the right
Of brother, lover, friend and eremite.
Santiago, es muy generoso que publiques tu libro aquí.
ResponderEliminarDe ideologías muy distintas, nos une el amor a la música y la literatura.
Tu libro ha sido muy buena compañía.
Debes reeditar!
Saludos,
Pía Tedesco