Los libros de memorias profesionales son ilegales o son aburridos. Los de los políticos son a veces ambas cosas. Los de los diplomáticos suelen ser más aburridos que ilegales.
Pero en todo hay excepciones. Precisamente ando detrás de mi mejor amigo, un viejo diplomático, para convencerlo y que escriba poco a poco algunos episodios más o menos públicos y publicables. El otro día, hablando con él a este propósito le pregunté cuál había sido su mayor frustración profesional. Lo hice porque en lo tocante a frustraciones casi nadie, ni siquiera los diplomáticos, miente.
—¿Qué pasó cuando te cabreaste y dimitiste de tu puesto de Embajador en Londres?
—Mira muchacho, yo nunca me cabreo, me enfurezco. Y los embajadores no tienen derecho a dimitir, pero sí a pedir el traslado dando un portazo.
—Bueno, bueno, ¿qué pasó?
—Llegué a Madrid y miré alrededor, vi a viejos amigos y compañeros entre los que estabas tú, y pregunté qué puestos había libres y sin novio. Alguien me dijo que nadie, ni siquiera algún joven secretario de embajada con ánimo aventurero, quería ir a Qala-i-naw. Miré un atlas y vi que era un pueblo en medio de la nada de un país, Afganistán, a su vez en medio de la nada eurasiática y en guerra.
—¿Y qué te contestó el Subdirector General de Servicio Exterior?
—La Subdirectora General me dijo que sin duda yo había leído demasiado Kipling. Le dije que por supuesto e incluso le mandé una cita de Kipling que guardo impresa:
To the Afghan neither life, property, law, nor kingship are sacred when his own lusts prompt him to rebel. He is a thief by instinct, a murderer by heredity and training, and frankly and bestially immoral by all three. None the less he has his own crooked notions of honour, and his character is fascinating to study. On occasion he will fight without reason given till he is hacked in pieces; on other occasions he will refuse to show fight till he is driven into a corner. Herein he is as unaccountable as the gray wolf, who is his blood-brother.¹
—¡Qué barbaridad!— exclamé hipócritamente.
—Para colmo otra diplomática, antigua alumna mía, me dijo que mi virtud correría peligro en Qala-i-naw porque sólo había dos hombres que tenían derecho cada uno a vivir en un contenedor con ducha exclusiva, el Coronel Jefe del Equipo de Reconstrucción Provincial y el diplomático asilvestrado.
—¿Y qué?
— Pues que, según la diplomática, más de una mujer haría cualquier cosa por tener una ducha caliente en privado.
—Total, Embajador, que no te dieron el puesto modesto pero animado que pedías y te quedaste con unas memorias tan banales como las de cualquier otro diplomático.
—Taedium vitae— contestó el Embajador, incapaz como siempre de resistir la tentación del latinajo.
¹ Para el afgano, ni la vida, ni la propiedad, ni la ley, ni el parentesco son sagrados cuando sus propias ansias lo empujan a rebelarse. Es un ladrón por instinto, un asesino por herencia y costumbre y franca y bestialmente inmoral por las tres cosas. Sin embargo, tiene sus propias y retorcidas nociones de honor, y su catadura moral es fascinante para estudiarla. A veces luchará sin motivo hasta que esta cortado en pedazos; otras veces se negará a luchar hasta que está acorralado; y entonces es tan imprevisible como el lobo gris, que es su hermano de sangre.