Marqués de Tamarón || Santiago de Mora Figueroa Marqués de Tamarón: Tomás Harris

lunes, 12 de febrero de 2018

Tomás Harris


     De nuevo reanudo esta bitácora, cuando está a punto de ir a la imprenta, por haber recibido este interesante comentario de alguien que lleva años intentando comprender la personalidad y las intenciones de Tomás Harris, sobre quien queda mucho por dilucidar. No rechazo comentarios, pero aparecerán después de que el texto que a continuación se muestra haya aparecido también en la versión en papel de esta bitácora, 2008-2018. 


MIS RECUERDOS SOBRE TOMÁS HARRIS
Por Sebel.lí


     Era joven e impresionable la primera vez que vi a Tomás, nuestro nuevo vecino; quizás por ello, con infantil curiosidad trataba de averiguar y saber más sobre aquel extranjero amable y cercano, “el inglés” para los vecinos de Camp de Mar, que acababa de instalarse en nuestra pequeña sociedad. A mis nueve años y con mucho tiempo libre tras la escuela, seguía los pasos de mi pintoresco vecino que, aunque retirado, recibía muchas visitas de extranjeros, lo que llamaba indudablemente la atención de la provinciana sociedad mallorquina de la época.

     Tomás pasaba horas enteras junto al mar, estudiando los mil colores que la luz mediterránea adoptaba. Algunas tardes se dejaba caer por nuestra casa, y pasaba un buen rato con mi padre, con quien siempre mantenía largas conversaciones. Era un hombre de amplia cultura y fino sentido del humor a quien mis padres apreciaban. No eran sólo ellos, sino que otras familias como los Enseñat o el dibujante José Bover, el doctor Mestre y  nuestro cura párroco de Andratx lo apreciaban y poco a poco fue haciéndose un hueco en nuestra pequeña sociedad. Tomás era muy niñero y muchas tardes, cuando veía que me asomaba por la puerta del despacho de mi padre sonreía y me invitaba a pasar y quedarme un rato junto a ellos,  escuchando así sus anécdotas sobre Londres o sus reflexiones sobre el último cuadro que estaba pintando. Era admirador de Van Gogh, pintor menos valorado en aquella época y a quien empecé a apreciar a raíz de sus explicaciones. También era un gran conocedor de Goya, llegando a elaborar un detallado Catálogo de sus grabados.

     Había ocasiones en que distanciaba sus visitas lo que coincidía invariablemente con la llegada de sus invitados, normalmente otros “ingleses”, en el decir de aquella época, que llegaban en barco a Palma y en automóvil hasta casa de Tomás provocando el correspondiente revuelo en aquellos años en que coches y combustible escaseaban. No puedo recordar mucho más de sus visitantes, pues en aquellas ocasiones Tomás, contrariamente a su carácter abierto y extrovertido, se mostraba huidizo y distante, tratando de evitar el contacto con los locales.

     Por lo demás, era un excelente y pródigo anfitrión, un destacado pintor y una presencia constante en mis recuerdos de la infancia.

     Años después, por azares de la vida, acabé destinado en Londres, y por casualidad acabé instalándome a pocas manzanas de Chesterfield Gardens, en la que había sido su casa en pleno Mayfair. Eran los años en que en el Parlamento, un 15 de noviembre de 1979, la primera ministra británica, Margaret Thatcher, desvelaba solemnemente la identidad del “cuarto hombre” de la red de espionaje al servicio de la Unión Soviética que se conocía como círculo de Cambridge: era nada menos que Sir Anthony Blunt, prestigioso historiador del arte, asesor de la Reina en este campo y uno de los más reputados miembros de la elite intelectual. A raíz de ese hecho, que conmocionó a la sociedad británica, mi memoria volvió hacia atrás y, casualidad o no, los recuerdos ligados a mi vecino Tomás volvían una y otra vez a mi mente.

     Fue entonces cuando, tras leer numerosas noticias y participar en numerosos debates sobre qué había llevado a un personaje como Blunt, investigador y erudito, profesor reconocido internacionalmente, hombre de gustos selectos y modales exquisitos, a embarcarse en aquella aventura y, por decirlo en los crudos términos de la prensa tabloide, a “traicionar a su patria”, decidí investigar más profundamente si había algo de cierto en los rumores que comenzaban a apuntar a Tomás como otro de los traidores a la Patria. 

     Había tenido oportunidad de charlar brevemente con Sir Anthony unos años antes, en 1975, durante la inauguración de la exposición de la obra de Tomás en el Courtauld Institute of Art, institución que entonces él dirigía con gran éxito. En aquella breve conversación y tras saber que yo era mallorquín, dejó caer su pesar sobre la muerte de Tomás, aquel desgraciado accidente que, según él, había sido causado por el mal genio de Hilda, su esposa, y sus continuas discusiones.

     Puede parecer extraño, pero a partir de ese breve encuentro se despertó de nuevo mi curiosidad por Tomás Harris, y decidí tratar por mi cuenta de averiguar si los rumores que apuntaban a mi vecino Tomás como espía de la red de Cambridge, que algunos sospechaban que contaba hasta con ocho miembros, carecían o no de fundamento. Para ello, aparte de la lectura de autores como Miranda Carter, Ben Macintyre o Peter Wright, he pasado horas en los archivos ingleses de Kew, siéndome de gran ayuda mi hija mayor, que pese a trabajar en la City siempre está dispuesta a acompañar a su padre y, a pesar de las críticas de mi esposa, dedicar parte de su fin de semana a los archivos, a ordenar mis notas o a ilustrarme sobre el uso de internet.

     Ofrezco ahora al lector, aprovechando la amabilidad de un amigo que me acoge en su bitácora, un breve resumen del resultado de mis lecturas y mis conclusiones, basadas en numerosos indicios, pero recordando al mismo tiempo lo que afirmaba Alfonso X el Sabio en las Partidas: "E aún hay otra manera de prouar, a que llaman presumpción: que quiere tanto dezir como grand sospecha", y que como estudiábamos en los ya lejanos tiempos de la Universidad, configura una categoría intermedia entre la prueba legal y la libre convicción. Sin la excesiva rigidez de la primera y sin la excesiva incertidumbre de la última...

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     Las primeras sospechas sobre el papel desempeñado por Tomás Harris afloran en 1964. Hasta entonces en el mundillo del gobierno y los servicios secretos, su hoja de servicios era irreprochable, siendo el responsable de la Operación Fortitude que, con gran éxito, consiguió, a través del famoso espía Garbo, crear confusión en los mandos alemanes facilitando el éxito del desembarco aliado en Normandía. En agradecimiento por sus servicios, Tomás fue condecorado con la Orden del Imperio Británico por el rey Jorge VI por sus servicios al Reino Unido.

     Sin embargo, su impoluta hoja de servicios se vio cuestionada a partir de las informaciones transmitidas por el ruso Anatoli Golitsyn tras su deserción en 1961, en las que se apuntaba a la existencia de varios topos en el seno de los servicios secretos británicos. En marzo de 1962, Arthur Martin, jefe de la Sección D1 del MI5, entrevistó a Golitsyn. Golitsyn afirmó que Kim Philby, Donald Maclean y Guy Burgess eran miembros de un Ring of Five con base en Gran Bretaña, estrechando así el círculo en torno a Philby, sobre el que se cernían las sospechas desde la huida a Moscú en 1951 de Guy Burgess y Donald Maclean. Una vez que Philby dejó el servicio secreto, su primer destino fue España y, en concreto Mallorca, donde fue acogido por su buen amigo Tomás.

     Una antigua amiga de Philby, Flora Solomon, desaprobaba lo que ella consideraba los artículos pro-árabes de Philby en The Observer. En agosto de 1962, durante una recepción en el Instituto Weizmann, le dijo a Victor Rothschild, que había trabajado con el MI6 durante la Segunda Guerra Mundial y que tenía estrechas relaciones con el Mossad, el servicio de inteligencia israelí: "¿Cómo es que The Observer emplea a un hombre como Kim? ¿No sabe que es comunista? Luego pasó a decirle a Rothschild que sospechaba que Philby y su amigo, Tomas Harris, habían sido agentes soviéticos desde la década de 1930; en sus propias palabras: "Esos dos eran tan amigos que siempre tuve la intuición de que había algo más".

     Lo indudable es que la relación entre Tomás y Philby era más que estrecha. Philby cuenta en sus memorias cómo fue Tomás Harris quien costeó la educación de uno de sus hijos; también fue Harris quien lo introdujo en el mundo de los servicios secretos. Y es Tomás quien acude junto a Philby a ver al MI5 el 30 de mayo de 1951, tras la huida de Burgess y Maclean, como recoge un testimonio incluido en el expediente de Philby, abierto recientemente al público en los archivos de Kew, a los que hice numerosas excursiones y que curiosamente omiten varios de los biógrafos del Círculo de Cambridge.

     Philby jamás ocultó su admiración por Tomás, que casualmente había fallecido en 1964, días antes de su interrogatorio, como se relata en varias páginas de internet en que se deja entrever la “oportunidad” del accidente que le arrebató la vida, justo en el momento en que las sospechas sobre su relación con Kim Philby y las dudas que lo rodeaban comenzaban a crecer exponencialmente.

     En el curso de mi investigación topé con una cuestión apenas tratada y que, a mi juicio, reviste extraordinaria gravedad, teniendo en cuenta el carácter de mecenas que algunos han atribuido a Tomás.

     Fue mi hija la que encontró un artículo, hoy desaparecido, publicado en el National Post del Canadá el 14 de diciembre de 2000. En él, su autora Isabel Vincent es la primera persona en descubrir el nexo real que une a Blunt con Harris. A partir de sus artículos, la catarata de trapicheos, falsificaciones y negocios oscuros que ha desatado la revisión de los negocios de Harris y Blunt ha sido continua.

     En la época del apogeo de los voraces coleccionistas de arte de finales del siglo XIX y principios del XX, el agudo olfato de Lionel Harris, padre de Tomás, lo llevó a fundar, primero en Madrid y luego en Londres, la “Spanish Art Gallery”, galería especializada en arte español donde también recalaron,entre otras piezas, dos tablas góticas del retablo de San Martín de Riglos, una tabla del retablo mayor del monasterio de Sijena y dos pinturas atribuidas al Maestro de Torralba.

     Como explica su sobrino José Antonio Buces, la verdadera vocación de Tomás fue la pintura, pero su padre insistía en que de eso no podía vivir y que se tenía que dedicar al negocio de las antigüedades, y así se inició de manera precoz como galerista, primero con un negocio propio y después asumiendo con gran éxito las riendas de la “Spanish Art Gallery”.

     Isabel Vincent relata, en un artículo publicado en el National Post del Canadá el 14 de diciembre de 2000, cómo Harris vendió a la National Gallery de Ottawa diversas obras, unas veces con la colaboración de Blunt y otras sin ella. Hizo varios viajes a España durante la Guerra Civil y, supuestamente, se benefició del arte expoliado por los soviéticos. Las obras de arte se robaron de monasterios, museos y galerías y fueron vendidas a una red de marchantes de Londres, Bruselas y París. Los beneficios fueron al ejército soviético para financiar su ayuda a los republicanos españoles [1]. He llegado incluso a encontrar en internet un catálogo sobre obras de procedencia dudosa o ilícita con las que traficó la familia [2].

     Las denuncias de Isabel Vincent venían a sumarse a las declaraciones hechas años antes por el falsificador de pinturas Eric Hebborn, amigo de Blunt y de su pareja y heredero John Gaskin, que ponían en evidencia que Blunt era conocedor de las falsificaciones. Hebborn murió asesinado en Roma en 1996, y aún se está investigando el alcance del engaño y a través de qué galerías llegaron las falsificaciones a los museos de medio mundo. Otro medio de comunicación canadiense, The Telegraph, continuó devanando los hilos de la madeja y publicó en febrero de 2001 un interesante artículo. En 2006 Eric Frattini en su obra “MI6: Historia de la Firma”, sostiene y se hace eco de las investigaciones posteriores, que demuestran cómo la obra con la que comerciaba mi antiguo vecino Tomás procedía del expolio que llevaron a cabo los republicanos durante nuestra guerra civil. Queda también por aclarar el papel de su hermana Enriqueta Harris, íntima colaboradora de Blunt [3].

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     Mientras iba compilando artículos de prensa y haciendo anotaciones al margen de mis libros, una pregunta volvía una y otra vez a mi mente: ¿Qué hubiera pasado si Tomás no hubiera encontrado la muerte en su coche camino de Palma? ¿Qué resultados habría arrojado su interrogatorio? ¿Hubiera acabado sus días en Moscú acompañando a su íntimo amigo Kim Philby? ¿Qué de cierto hay en las acusaciones sobre el robo de las obras de arte? En su caso, ¿financiaba así Tomás a la red de sus amigos de Cambridge? ¿Merece Tomás ser recordado como mecenas y gran galerista o como un vulgar expoliador de nuestros tesoros artísticos?

     Como me responde siempre mi hija, cuando muchos domingos en la sobremesa vuelvo a plantear estas y otras preguntas, podemos especular hasta el infinito y nunca lo sabremos con absoluta certeza pero, lo que es indudable y está demostrado con hechos, es que Tomás tenía lazos estrechos no sólo con Kim Philby, sino también con Anthony Blunt. Aunque siempre en un segundo plano, cada vez que aparecen Philby o Blunt la sombra de Tomás está allí. El hecho de que el accidente, que tan oportunamente evitó que fuera interrogado, tuviera lugar en un tramo de carretera con muy buena visibilidad y que Hilda resultara ilesa, tampoco contribuye a que su muerte parezca inocente, recordando la oportuna desaparición temporal de su agente Pujol en Venezuela, en la que él tomó parte.

     Quizás algún día, cuando se desvelen nuevos documentos clasificados, mi hija, fiel a su promesa, encuentre respuestas a estas y a las demás preguntas. Entre tanto, invito al lector a que navegue en internet, lea y trate de sacar sus propias conclusiones.

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     [1] La periodista de investigación Isabel Vincent es muy clara en este punto: “At least one of his contacts, Tomas Harris, is suspected of having dealt in art looted from Spain by the Soviet-backed republican side during Spanish Civil War from 1936 to 1939 […] Harris made several trips to Spain during the civil war and allegedly profited from the sale of art looted by Soviet-backed troops. […] The profits went to the Soviet army to finance its aid to the Spanish republicans”.

     [2] Entre otras destacan en 1937 en plena Guerra Civil española, la venta a la National Gallery de Ottawa de un cuadro de un pintor español, Jusepe Leonardo, titulado “San Juan Bautista”. Según los registros de la National Gallery, la pintura estaba en una colección privada en Inglaterra, cuyo nombre no consta, antes de ser adquirida por Harris. Antes de esto hay una laguna de más de 40 años. Los registros de propiedad más antiguos del museo muestran que el San Juan Bautista estaba en posesión del Conde Pedro Daupias en Lisboa, a principios de siglo.
     Por consejo de Blunt, la misma National Gallery de Ottawa compró “Augusto y Cleopatra” en 1953. Por aquel entonces el cuadro se le atribuía al pintor francés Nicolas Poussin. Blunt, un experto en Poussin de fama mundial, ayudó a que el museo adquiriera la pintura por 500 libras en la Spanish Art Gallery de Harris en Londres. La procedencia bastante imprecisa de la obra indica que Harris la adquirió en 1938; antes había estado en una colección privada en Gran Bretaña cuyo nombre no consta.
     Blunt también aconsejó a la National Gallery para que comprara “Abraham y los tres ángeles”, obra pintada en el siglo XVII por Murillo. Aunque esta pintura no fue adquirida a través de Harris en Londres, también tiene una procedencia dudosa. El cuadro, encargado para adornar un hospital en la ciudad natal de Murillo, Sevilla, fue robado por las tropas napoleónicas durante sus saqueos en Europa.
     El catálogo detallado se puede encontrar en el siguiente enlace:

     [3] Jimmy Burns Marañón en su obra “Papá espía” relata el fuerte rechazo de Enriqueta a comentar sus actividades y las de su hermano. “Enriqueta también negó que su hermano Tomás fuera un espía ruso, en contra de lo que afirmaban algunos expertos en los servicios de inteligencia. Más adelante me di cuenta de que no le había preguntado por su hermano cuando mencionó su nombre al hablar de los tres de Cambridge”. Ante su reacción, hay quien podría recordar el viejo aforismo romano “excusatio non petita, accusatio manifesta”.


                                                                                                        Sebel.lí


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