Marqués de Tamarón || Santiago de Mora Figueroa Marqués de Tamarón: Sigue la impunidad de los canallas

lunes, 2 de abril de 2012

Sigue la impunidad de los canallas

Triste año este, cuando no se puede esperar al 25 de Julio para impetrar a Santiago, Hijo del Trueno, que fulmine a los hideputas que incendian los bosques de su tierra gallega. No, hay tantos hideputas sueltos por toda España que incluso –y sobre todo– arde el Noroeste y el litoral cantábrico apenas comenzada la Primavera, y el Domingo de Ramos se convierte en una sacrílega humareda que arrasa el pasado pagano de nuestros bosques atlánticos, tan sagrado como el pasado y el presente cristianos. Y se sabe que los incendios son provocados, y nadie duda que si capturan, juzgan y condenan a los criminales permanecerán muy poco tiempo en la cárcel. Y todo se vuelve suspiros bellacos de cobardes o de cómplices susurrando “es que en España todo sale gratis”.

Por supuesto, sigue sin saberse cuántos de los incendiarios condenados por fuegos del año pasado están aún en la cárcel. Es probable que ninguno y que por eso las diversas autoridades centrales y de las taifas no quieran revelar cifras. Me permito, pues, reproducir dos textos ya publicados en esta bitácora en Julio del 2009 y del 2010.

Y agradezco de nuevo a Antonio Mingote que me autorizara personalmente en 2009 a reproducir su viñeta en esta bitácora, y le ruego a Santiago que como recompensa al buen corazón y buena mano de Antonio Mingote, Marqués de Daroca, se ocupe de que se restablezca pronto de su dolencia.


La impunidad de los canallas
Por el Marqués de Tamarón

29 de Julio de 2009


Arde España, como cada verano. Y, como siempre, nadie hace – por distracción, por estupidez, por cobardía o por conveniencia política – a los poderes públicos nacionales, autonómicos o locales, la pregunta que salta a la mente de cualquiera: ¿cuántos de los autores de los incendios del verano pasado – casi todos provocados – están ahora mismo en la cárcel? Mientras salga gratis ese delito, como salen gratis en España otros delitos igual de atroces o más, seguirán produciéndose. A los canallas les da mucho gusto destruir lo que con razón ven como algo superior a ellos mismos.

El hecho es que hay motivos para sospechar que nadie sigue en la cárcel (y muy pocos entraron en ella) por prender fuego al monte, causen o no muertes y graves daños a la economía y a la naturaleza. Al menos yo no he conseguido obtener esa información, y llevo años pidiéndola a múltiples instancias oficiales.

En estos últimos días han aparecido dos excelentes estudios sobre este asunto.

WWF/Adena ha publicado el Incendiómetro 2009

Greenpeace también acaba de publicar Incendios forestales ¿El fin de la impunidad?

Recomiendo vivamente la lectura de ambos informes, y quizá alguien encuentre en ellos el dato que yo no he logrado ver: ¿cuántos de los condenados por el delito de prender fuego al monte cumplen su condena en la cárcel? ¿cuántos hay hoy en la cárcel por el daño inmenso que causaron en el verano pasado? Y no hablemos de los incendios dolosos o por negligencia que han causado tantos muertos en años pasados y en el presente verano. Da igual, eso también sale gratis en España. La verdad es que mi único consuelo en estos días ha sido que anteayer lunes 27 de julio de 2009 el diario ABC y el diario El País coincidieron gracias a la pluma de dos de los mejores dibujantes de España, Antonio Mingote y El Roto, en el tema de dos viñetas amargas y clarividentes que me permito reproducir a continuación. Quizá bien mirado no todos los españoles estamos de acuerdo con la impunidad de los canallas.



Antonio Mingote en ABC, Lunes 27/7/2009




El Roto en El País, Lunes 27/7/2009



Otra falacia patética
Una de las falacias más repetidas es que los españoles son indiferentes ante la Naturaleza. Sorprende esta afirmación reiterada y gratuita -auténtica falacia patética, que diría Ruskin- cuando todo a nuestro alrededor indica que en su mayoría los españoles no sólo no son indiferentes ante la Naturaleza, sino que con notable eficacia la detestan. Esa antipatía se manifiesta a veces de forma canallesca, quemando el monte o envenenando animales. En otras ocasiones el estilo es tan sólo achulado, y se desparrama basura en parajes de singular belleza, estridencias de discoteca y moto en el corazón del silencio, pintadas procaces o mitineras en las rocas. Es una manera de decir, con desplante de imbécil, «por aquí he pasado yo, que no soy menos que ese roble tan viejo o esa águila que salió huyendo».

Pero las más de las veces el odio rezuma por omisión más que por acción: los vecinos se sonríen ante el atropello, el juez se encoge de hombros, el Ayuntamiento se inhibe, los Gobiernos callan o fingen. Es la más sincera de las connivencias. «Vaya usted a saber quién lo hizo, sería muy difícil probarlo, además el bosque era muy viejo, y ya es hora de que esto beneficie a las personas y no sólo a los pajaritos». Y suspiran satisfechos los especuladores urbanos, tratantes de madera quemada, cazadores furtivos, extorsionistas, camellos de la droga, piariegos y retenes renegados.

El ejemplo perfecto de la mezcla de resentimiento y estupidez demagógica fue aquella brillante coletilla al lema de la vieja campaña contra los fuegos forestales: «Cuando arde un bosque, algo suyo se quema, señor conde». Añadiendo esas dos palabras, el gracioso -creo recordar que en La Codorniz- convertía el incendio en un acto progresista, puesto que fastidiaba a la oligarquía. Y además heroico, ya que en aquel entonces la Guardia Civil aún era o podía ser severa.

Huelga decir que esa bellaquería en particular no es ya políticamente correcta. Pero otras sí, pues casi todo es turbio en ciertas actitudes sociales. Ni siquiera los delincuentes, que deberían ser fieles a su imagen social de dechado de lógica -lógica egoísta y amoral, pero lógica al fin- son tal cosa cuando se dedican a destruir la Naturaleza. Rara vez actúan con la frialdad de un delincuente puramente racional, como por ejemplo un monedero falso. Éste tan sólo busca el estricto provecho económico, mientras que el incendiario, con independencia del posible lucro, suele disfrutar haciendo daño. Diríase que en ese terreno hay tanto o más odio que codicia. A veces cabe preguntarse si ciertos vertidos tóxicos o incendios no tendrán más en común con los crímenes de los violadores que con los de malhechores supuestamente racionales como los ladrones. Después de todo es de suponer que el sueño de quien aspira a hacer el mal perfecto es mancillar a su madre y luego matarla, y eso es, en exacta metáfora, lo que hacen miles de autores de delitos ecológicos al año, sobre todo en verano. Si tan sólo buscasen el lucro, es probable que escogieran otros delitos más rentables y que causan menos dolor innecesario.

Lo más triste, sin embargo, es que lo turbio de las motivaciones de los delincuentes parece desdibujar las propias reacciones de la opinión pública, de las autoridades y de los periodistas. No conozco otro ámbito donde haya menos ideas claras y menos acciones decididas. Abunda, eso sí, la palabrería. Todas las fuerzas políticas coinciden en sus ansias retóricas de «preservar el medio ambiente» (artículo 38 de la Constitución de 1978), pero ninguna muestra respeto siquiera por su propio nombre; se conoce que no va con ellas lo de nomen est omen. Los socialistas valoran muy poco en la práctica el primer bien social, que es la Naturaleza. A los conservadores no les interesa mucho conservar esta vieja piel de toro, tan llena de mataduras. Los verdes, absortos en la izquierda unida, tienen mucho más de izquierdistas que de verdes. Y los llamados ecologistas nunca se manifiestan cuando el desastre ecológico ocurre donde gobiernan las izquierdas.

Prueba de lo que antecede es la anarquía urbanística en casi todos los municipios españoles. Sea cual sea su militancia política, el sueño megalómano de un alcalde es benidormizar entero su término municipal, edificarlo del uno al otro confín. Yerran quienes atribuyen el anhelo a un afán de beneficio personal. Por lo común no se trata de cohecho sino de una fe pétrea en el progreso, entendido éste como un aumento acelerado del casco urbano y del número de automóviles en circulación.

Contra creencia tan firme no hay leyes que valgan, y menos en un país latino, donde la tradición es legislar profusamente pero sin luego aplicar las normas con demasiado rigor. A veces, sin embargo, triunfan paradójicos escrúpulos y ocurre, por ejemplo, que se paraliza la declaración de tal Parque Nacional para no verse obligados a entorpecer los negocios de la construcción ni sufrir la consiguiente pérdida de votos.

Quizá por el mismo prurito oficial de discreción -acaso para evitar la llamada alarma social- no sea posible averiguar cuántos están en la cárcel tras los incendios, casi todos provocados, de 180.000 hectáreas forestales en toda España durante el pasado año 2005, o por cualquier otro delito ecológico (se dice oficiosamente que nadie está en prisión por un quítame allá esas pajas, aun ardientes). Pero cuesta creer que haya voluntad oficial de sigilo, pues los poderes públicos no pueden ignorar el auténtico sentir popular ante todos estos abusos y delitos: la sonrisa suficiente. Como mucho, los políticos evitarán en lo sucesivo reconocer las amplias complicidades del pueblo soberano con los incendiarios, después del revuelo causado en agosto pasado por la franqueza de la ministra de Medio Ambiente al admitir que existía «tolerancia social» en Galicia y en el resto de España, que impedía la identificación de los culpables.

A la tolerancia podía haber añadido la desidia. Mientras escribo estas líneas y para no perder el sentido de la realidad más humilde, tengo a mi lado una bolsa de carbón vegetal para barbacoas hecho en el Paraguay y comprado esta primavera en unos grandes almacenes madrileños. O sea, que mientras ardían los montes españoles porque nadie era capaz de atajar el fuego, ya que el sotobosque no se mantiene limpio desde que desapareció el piconeo, estábamos importando picón de una selva situada a diez mil kilómetros de distancia.

Y es que aquí, como en otros asuntos nacionales, el problema no está tanto en el Gobierno o los Gobiernos de la nación cuanto en la nación del Gobierno. Un pueblo que no cree en él mismo -en su historia ni en su naturaleza- mal puede exigir fe y voluntad a sus Gobiernos. Y éstos -unos más que otros, es cierto- tendrán la perpetua tentación de zanjar los problemas «como sea». Es decir, sin resolverlos.


El Marqués de Tamarón



Este artículo apareció en el ABC el 25 de Mayo de 2006 y en esta bitácora el 23 de Octubre de 2008 y el 25 de Julio del 2010.
Sí, suave lector, e incluso suave lectora, sé que me repito, pero ya decía André Gide que como nadie escucha hay que seguir diciendo lo mismo.




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5 comentarios:

  1. Marqués, puede decirlo más alto, más no añadirá claridad a su discurso. Es perfecto, no es metáfora, es descripción , sus 7 últimas líneas deberían ser el preámbulo a cualquier intento de "explicar" nuestra Patria. Como siempre leerle produce una doble sensación, esto es, placer estético , por el uso correcto y propio de cada palabra, y ácida alegría al saberse acompañado por ideas compartidas. Mi más atenta consideración. Suyo siempre.

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  2. Son incendiarios, no pirómanos. Llamarlos pirómanos es eximirlos de responsabilidades, abrir la puerta a que cualquier juez rousseauniano o prevaricador califique a estos criminales de desdichadas víctimas de una sociedad injusta.

    Cuidado con perder una batalla más en la guerra por (no de) las palabras. Ya se perdió la sana costumbre de llamar comunistas a los comunistas (ahora hay que decir estalinistas) o nacionalsocialistas a los hitlerianos (hay que decir nacis y escribir nazis). No vayan a ofenderse los progres que tan bien dictan la corrección política con incorrección léxica y semántica.

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  3. Preguntaba Tamarón en julio de 2009 si era posible saber cuántos de los condenados por el delito de prender fuego al monte cumplían condena en la cárcel. Y también cuántas personas hay en la cárcel por el daño inmenso causado el verano anterior. Una respuesta parcial nos la ha dado ABC hace tan sólo tres días, y es desoladora: "Sólo 17 autores de incendios forestales están en estos momentos ingresados en las cárceles que dependen del Ministerio del Interior —todas salvo las de Cataluña—. De ellos, doce son penados, cuatro se encuentran en prisión preventiva a la espera de juicio y uno cumple una medida de internamiento por orden judicial en el psiquiátrico penitenciario de Foncalent (Alicante), según datos de la Secretaría General de Instituciones Penitenciarias." La cifra -añade la fuente- resulta mínima, por cuanto la media anual de detenidos en nuestro país como autores de fuegos en el monte es de unas 300 personas (302 en 2010), tal y como refleja la última Memoria de la Fiscalía Coordinadora de Medio Ambiente y Urbanismo.
    El problema no radica únicamente en la lenidad de las penas, sino en otros factores que dicen mucho -y nada bueno- de nuestro sistema de seguridad jurídica: «Personas que son detenidas por un incendio forestal doloso son puestas en libertad tras pasar a disposición judicial, por ejemplo cuando las dimensiones del incendio no han sido muy grandes —por la rápida intervención de los equipos de extinción—, siendo detenidas de nuevo por otro supuesto idéntico o similar poco después de quedar en libertad», según Antonio Vercher, fiscal coordinador de medio ambiente y urbanismo, en una circular enviada a los fiscales delegados de Medio Ambiente que dependen de él.
    «Se han dado casos -dice el fiscal- de hasta tres detenciones en cadena y en el tiempo, en esta línea, tras haber provocado la misma persona una sucesión de incendios forestales, sin que se adoptase medida cautelar alguna al actuar diferentes jueces y fiscales de guardia». Esto es, cuando el caso llega al juzgado de guardia no siempre se actúa con la suficiente diligencia que requiere.
    Pero es que además, nos sigue contando ABC, la media de las condenas por grandes fuegos ronda los tres y las absoluciones son un elemento más que sumar a la ausencia punitiva en este tipo de delitos. En 2009 se judicializaron 2.170 incendios forestales; ese mismo año se dictaron solo 85 sentencias condenatorias (todas referidas a casos de años anteriores) y 51 absoluciones. Al año siguiente, los últimos datos conocidos, se judicializaron 1.780 fuegos forestales, se condenó a 96 personas y hubo 34 absoluciones.
    El fiscal de Medio Ambiente de Asturias, Joaquín de la Riva, explica una de las claves para entender estas cifras. Los autores de incendios dolosos o intencionados son juzgados por el Tribunal del Jurado, en lugar de por magistrados y jueces profesionales. «La experiencia ha demostrado la dificultad de obtener condenas basadas en la prueba indiciaria, que es la habitual en unos delitos que se cometen en zonas apartadas, a veces de noche». Quemar el monte de forma intencionada acarrea una pena de prisión y los jurados populares son reacios a emitir un veredicto de culpabilidad basado solo en pruebas indiciarias, cuando no existen, como es frecuente, testigos directos. Por este motivo, este fiscal aboga por suprimir los juicios con jurado en este tipo de casos, en lugar de elevar las penas.
    Una apostilla. El lema "cuando un bosque se quema, algo suyo se quema, señor conde", no es de La Codorniz. Lo acuñó Jaume Perich Escala (El Perich) en su libro "Autopista", que en 1971 fue el mas vendido en España.

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  4. Suscribo el comentario de Sapir-Whorf. La piromanía es una enfermedad muy minoritaria y con un perfil bien definido. Pero si llamamos pirómanos a los incendiarios, sonamos a Rousseau y nos sentimos más seguros, acurrucados en nuestra mantita tejida de autocomplacencia y corrección política…¡cómo abriga!
    Como dice Otto Silenus:"Los autores de incendios dolosos o intencionados son juzgados por el Tribunal del Jurado, en lugar de por magistrados y jueces profesionales". O lo que es lo mismo: dejamos a la dictadura de la opinión, el juico de lo malintencionado (cui prodest?), y al decreciente conocimiento jurídico profesional, el juicio de lo patológico (en alguna medida involuntario y muy inferior al 1%). Mientras lo segundo se arreglaría con un dictamen técnico y posterior tratamiento, si es que lo hay, lo primero requeriría y requiere de penas adecuadas a la magnitud del daño. Sin embargo, dejamos a la opinión del indocumentado (véanse estadísticas sobre fracaso escolar), la decisión de la futura impunidad del delito.
    Querría saber si los impulsores del jurado popular, dejarían a la votación de la grey, la decisión de cómo curarles un cáncer, arreglarles un coche o instruír a sus hijos (aunque de eso ya se encarga la televisión).
    El incendio es un exterminio y como tal debería ser analizado y juzgado, no opinado. A lo mejor es que los que re-mataron a Montesquieu quieren ver un mundo “pelado” como las ciudades perfectas de Piero de la Francesca (o Leòn battista Alberti…¡vaya usted a saber!) pero claro, sólo en la ausencia de árboles. Esa estética es cosa de reaccionarios….

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  5. ¿Y a qué espera la Comisión Europea para sancionar a España por dejar que incendien sitios como el Parque Natural de las Fragas do Eume, y tantos otros miles de hectáreas de la Red Natura 2000, sin castigar a los culpables?

    Todo parece indicar que los poderes públicos españoles practican el apaciguamiento con los criminales y la Comisión Europea lo practica con el débil Estado español.

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