El pasado 11 de Febrero de 2009, el historiador británico Hugh Thomas, Barón Thomas de Swynnerton, recibió de manos de la Infanta Doña Margarita, Duquesa de Soria, el VIII Premio de Periodismo Rafael Calvo Serer, que concede la Fundación Diario Madrid. Me encargaron la Laudatio, cosa que siempre da gusto hacer cuando el elogiado tiene sentido del humor. Hugh Thomas lo tiene, y en gran cantidad, así es que esto fue lo que dije de él:
Señora, con la venia de Vuestra Alteza Real.
Es un honor el hacer una laudatio de alguien que no la necesita, porque es de sobra conocido y de sobra se merece esa laudatio. Además como nuestro presidente y amigo Antonio Fontán ha hecho una excelente narración lineal de su vida y de su obra voy a centrarme en hablar de las muchas virtudes, algunas quizá no tan conocidas como podrían serlo, que tiene el tan justamente premiado y aquí presente Lord Thomas, Hugh Thomas, Barón Thomas de Swynnerton, para hacer las traducciones que a ti, Hugh, tanto te gusta hacer.
Aparte de eso querría añadir algunas fechas, porque al tomar las notas descubrí algo que, en tu afición que en algún momento demuestras en tus libros por ciertas tendencias neoplatónicas del Renacimiento y del Barroco, supongo que habrás notado.
Hugh Thomas nació en Windsor en el año 1931, en el 1961 publicó la primera edición de su obra sobre la guerra civil española. En 1971 publicó la primera edición de su libro sobre Cuba. En el 1981 fue nombrado Barón Thomas of Swynnerton y no he encontrado, y tampoco se me ha ocurrido preguntársela, la fecha en que se casó con Vanessa, pero no sé si terminaba en uno, también en todo caso fue un año fausto, cualquiera que fuese.
Querría insistir también en que la variedad de géneros que ha cultivado Hugh Thomas es verdaderamente insólita hoy en día, quizá en otros tiempos era menos insólita. Y querría insistir también en su condición de excelente periodista, que además encaja plenamente con el motivo del premio que se le ha dado a Hugh Thomas.
No digo que haya leído los centenares de artículos y reseñas que ha publicado Hugh Thomas pero sí he leído muchos y no me he aburrido nunca, lo cual yo creo que de un periodista es quizá lo más importante que se puede decir, y en una laudatio lo más laudatorio quizá que se pueda decir, pero no es lo único.
Como historiador está en el conocimiento general su vasta capacidad de análisis y de síntesis y de comprensión, pero volveré a ello luego. Como biógrafo también ha hecho obras muy notables. Ha escrito novelas, cosa que se conoce menos, pero que son libros que en mi opinión habría que reeditar.
Y luego ha actuado como un gran pensador político, ha sido el alma de un centro de estudios, el Centre for Policy Studies, que tanto ayudó a Margaret Thatcher y tantas ideas le facilitó y que Hugh Thomas dirigió entre 1979 y 1991, es decir, mientras además lograba escribir toda suerte de obras a la vez.
Es un pensador político con una gran imaginación que no sólo usa para prever el futuro, sino para entender el presente y para imaginar el pasado. En otras palabras es un pensador político para el que su condición de historiador es la mayor facilidad que puede necesitar.
Es un magnífico orador académico, como vais a comprobar y hemos visto en otras ocasiones, y además es un magnífico orador parlamentario. Sí, Hugh, recuerdo un discurso tuyo, una intervención en la Cámara de los Lores sobre Gibraltar, a la que asistí como Embajador de España porque el Barón Thomas de Swynnerton me invitó a que fuese, fuí con cierta preocupación pero luego comprendí que es lo mejor que podía habernos ocurrido a los españoles en un debate así, y ya bastantes años después te felicito y te doy las gracias.
Pero yendo a ciertas virtudes que como historiador, escritor y pensador tiene nuestro premiado me gustaría, si se me permite, citar lo que dice Feijoo del padre Mariana, porque es la mayor y mejor descripción que se puede hacer de cómo debe ser un historiador. Y como creo que Hugh tiene todos los requisitos y todas las virtudes que Feijoo atribuye a Mariana lo voy a leer.
Dice Feijoo hablando de Mariana, que naturalmente era muy anterior a él, “sobre los demás talentos —que tenía el padre Mariana—, sobre los demás talentos necesarios para la historia era sumamente sincero y desengañado”. Me parece muy bien el ser tanto sincero como desengañado.
Y luego cita a su vez lo que decía del propio Mariana el cardenal Baronio. Dice: “el padre Juan de Mariana, amante fino de la verdad, excelente sectario de la virtud, español en la patria pero desnudo de toda pasión, con estilo erudito dio la última perfección a la historia de España”.
Me parece que dentro del estilo muy medido de Feijoo y del cardenal este conjunto de cualidades atribuidas a Mariana constituyen algo extraordinariamente moderno y muy necesario y cada vez quizás más difícil de practicar, pero que Hugh Thomas ha ejercido con gran eficacia.
Pero no acaban ahí sus virtudes, y uso la palabra virtud en el sentido antiguo de la palabra, y no voy a entrar en ello pero creo que Hugh sabe muy bien a qué me refiero. La otra gran virtud que tiene además de ser sectario de la verdad es que vive la historia, es lo contrario de Fukuyama. Fukuyama cree que la historia se ha acabado, Hugh sabe que no se ha acabado, probablemente Fukuyama por desgracia para todos nosotros se ha enterado ya de que no se acabó la historia. Pero Hugh no necesitó esperar a vivir varias catástrofes, como la crisis económica que actualmente nos amenaza o ya ha empezado, para enterarse de que la historia no se había acabado.
Al leer a Hugh recuerdo a veces la frase aquella que se atribuía a un americano que vino a Europa y luego volvió y dijo: “¿saben ustedes una cosa? He descubierto que el pasado no está muerto, de hecho el pasado no está ni siquiera pasado”, lo cual para bien o para mal es un hecho cada día más evidente.
Cualquiera que haya tenido ocasión de pasear con Hugh Thomas, de charlar con él, de verlo no sólo en su propio ambiente londinense o inglés sino también en Madrid, sabe hasta qué punto para él la Historia es algo vivo.
Más de una vez cuando he ido a almorzar con él al Athenaeum, su club en Londres, y hemos visto el gran retrato de Federico el Grande en el zaguán en la entrada, todo eso ha dado lugar a una serie de consideraciones que tan sólo alguien que sabe que la Historia sigue viva para bien o para mal, es capaz de hacer. O al pasar por delante de la que fue embajada alemana en Carlton House Terrace donde lo único que queda de la Embajada Alemana, quiero decir, del paso de su función como embajada alemana, cosa que ya no es, es la tumba de un perrito, con una lápida que no han quitado los ingleses y que tiene la inscripción en alemán. Ayer le pregunté a Hugh si estaba seguro de que estaba en alemán y en efecto el epitafio está en alemán…
Y Hugh naturalmente recuerda que allí fue donde Harold Nicolson, otro gran diplomático, llevó el ultimátum en la noche del 3 de agosto de 1914 y se lo entregó al Príncipe Lichnowsky, Embajador Alemán, el cual le dijo al joven diplomático que se lo entregaba: “¿sabe usted, Nicolson? Este es el final de la civilización”.
Palabras de las que se hizo eco sin saber probablemente lo que había dicho el Embajador Alemán, al día siguiente me parece, o dos días después Sir Edward Grey, cuando vio cómo se apagaban las luces desde su balcón, las luces de Londres en previsión de bombardeos y dijo: “se están apagando las luces en toda Europa, nunca más volveremos a verlas encendidas”.
Ese lado melancólico que produce la historia Hugh sabe mitigarlo porque tiene otra gran virtud muy poco corriente pero muy necesaria para los historiadores. Me refiero al sentido del humor.
En el verano de 1994, en un seminario que organizamos en Santander, Hugh Thomas dio una magnífica conferencia. Era sobre la próxima entrada en la Unión Europea de los países nórdicos. Fuimos a cenar después de la conferencia de Hugh Thomas con unos señores, uno era político, otro era diplomático, de países nórdicos, y uno de ellos le dijo a Hugh: “Entonces, usted está trabajando ahora sobre las atrocidades de los españoles en Méjico”. Ya no recuerdo quién lo dijo pero me acuerdo muy bien de lo que se dijo, que fue: “De verdad, de verdad, si usted cree que los aztecas eran socialdemócratas suecos, descendientes de Rousseau, me temo que está equivocado”. Hay que decir en honor del que dijo aquello de las atrocidades, o sea del sueco, que se echó a reír y dijo: “pues es verdad, bien mirado”.
La conclusión de este punto sería cómo el sentido del humor es bastante útil para entender la realidad histórica.
Tiene otra virtud todavía más fundamental, se corrige a sí mismo, lo cual a casi nadie le gusta hacer. Hugh lo hace con absoluta naturalidad: si se cotejan las diversas versiones de los libros suyos que han tenido varias ediciones, se ve que él no ha tenido ningún empacho en cambiar las cosas cuando él había cambiado de opinión o los datos nuevos que habían llegado a su conocimiento le aconsejaban hacerlo.
Y luego algo todavía más básico: está completamente desprovisto de ese feo vicio extendido por todo el mundo pero que sólo tiene nombre en alemán, que es la Schadenfreude, el alegrarse del mal ajeno. No he leído ni una línea de Hugh Thomas donde se alegre del mal que le ocurra a ninguna nación o a ningún personaje histórico. Por supuesto tampoco se alegra de los males que acontecen a su país, pero es que ni siquiera se alegra de los males de los enemigos en cualquier momento de su país. Eso creo que da idea de una talla moral insólita también en cualquiera que comenta la Historia.
Así es que en el fondo y en resumen lo que ocurre es que Hugh Thomas no sólo es un hombre erudito, es un hombre sabio, es un hombre culto, y quizá más importante aún, es un hombre bueno.
Él dice que hubiera querido ser..., dice muchas cosas pero la última que le he oído decir es que hubiera querido ser un culto humanista en la corte de Carlos V, y para eso, y él lo sabe, hace falta ser valeroso, y lo señala muy bien Antonio Fontán en su último libro sobre príncipes y humanistas.
Estoy seguro de que Hugh Thomas hubiera sido un magnífico, culto humanista en una corte del siglo XVI o XV y que hubiera empleado el valor que emplearon algunos como Vives o como otros. Estoy seguro de que Hugh Thomas lo hubiera hecho porque estoy seguro de que Hugh Thomas, como he dicho, es y puede ser llamado por cualquiera de nosotros profesor, barón, amigo; creo que el apelativo que en España te dirigiríamos sería el de maestro, y como sabe el profesor Thomas, en España maestro es quizá el título más noble y a la vez más democrático que existe, porque se da al catedrático, se da al maestro albañil cuando se lo merece, no siempre, se da a quien por ser hombre de saberes – cualquier clase de saberes – y de corazón se merece ser llamado así. Así es que enhorabuena, maestro, por el premio.
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Cuánto se agradece poder leer estas cosas de vez en cuando!
ResponderEliminarAcabo de recalar aqui por casualidad y me ha gustado, asi que a partir de ahora lo haré mas a menudo. En cuanto al embajador nórdico en su comentario sobre las atrocidades españolas en America, solo recordarle que en su mayor parte fueron debidas a la introducción de enfermedades como la viruela y el sarampión que pronto se extendieron y causaron la muerte al 95% de los indios del Nuevo Continente, cierto es que fueron españoles, pero hay que diferenciar entre exterminio y contagio. Saludos.
ResponderEliminarPor si acaso, debo aclarar que el que dijo la tontería sobre la arcadia prehispánica no fue, en este caso, el embajador sino el político nórdico.
ResponderEliminarCiertamente, el comentario parecia mas propio de un politico que de un embajador. Saludos.
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