La Coronación de la Virgen, Velázquez, circa 1640. Museo del Prado |
Uno de los cuadros más hermosos de la pintura occidental es también un misterio. Se trata de la Coronación de la Virgen, por Velázquez. Todo en el cuadro es perfecto: los rostros de Dios Padre, de Jesucristo y la belleza del rostro, de la expresión y de la postura de la Virgen María, el color y los pliegues de sus ropajes, los diversos tonos de púrpura y de azul y de carmín. La escena está dispuesta en forma de corazón.
Esta obra maestra del barroco español nos lleva tres siglos después a la proclamación por el Papa Pío XII del Dogma de la Asunción de la Virgen María, en 1950. Pero no es eso lo más notable sino que vuelve a llevar al ánimo de algunos la impresión de que la base del Cristianismo, que dentro del estricto monoteísmo tomaba la forma trinitaria, queda enriquecida por el estatuto del todo singular de la Madre de Dios. Pasa a ser objeto del culto de hiperdulía que ya se le rendía desde mucho antes.
Esa novedad de 1950 complicó los intentos de reunificar a las diversas confesiones cristianas. Pero también obtuvo aprobaciones inesperadas. Cuando un suizo ateo - Carl Gustav Jung - hijo de pastor protestante, declara su entusiasmo por el nuevo dogma, lo fundamenta en que cuatro es el número más perfecto, siempre superior al otro número sagrado que es el tres...
Sin embargo, el fondo de este importante fenómeno histórico, cultural, religioso, resulta bien claro con tan sólo mirar el cuadro de Velázquez. El rostro de la Virgen María es hermosísimo y con toda la tierna belleza de una doncella. Es, además, serio y sereno, como lo son los rostros de Dios Padre y de Jesucristo. La escena conmueve y sosiega a la vez por gracia de la Virgen:
Stella matutina,
Rosa mystica.