José Ignacio Gracia Noriega (1945-2016) © El Comercio |
José Ignacio Gracia Noriega ha muerto en Asturias el pasado día 6 de Septiembre de 2016. Durante años mantuvimos una correspondencia literaria y comentamos nuestros libros y los de muchos otros autores. Me gustaría escribir ahora un recuerdo de él, pero recibí una carta de su amigo y paisano Ricardo Viejo que me llamó la atención por su sencillez y afecto. Le pedí permiso para publicarla aquí, y lo hago con la satisfacción de saber que habría sido difícil superar a su autor en este juicio tan justo como cordial.
José Ignacio Gracia Noriega (1945-2016)
Ricardo Viejo
Hará unos trece años nuestro amigo Ignacio Gracia Noriega tuvo una afección cardíaca que lo mantuvo hospitalizado unas semanas. Salió de allí bien, pero con un corazón herido, descompensado, que lo obligó a adelgazar, a llevar un régimen estricto y tomar muchas pastillas, cosa que se puede decir cumplió a rajatabla. Disfrutó relativamente bien de esos trece años y llevó una vida más o menos normal: cuidándose y siendo muy cuidado por Covadonga, su mujer.
Pero este invierno lo pasó mal: no se encontraba bien, tenía catarro, no se le quitaba, lo diagnosticaron en un principio mal: catarro que no se le quitaba, hasta que lo ingresaron por urgencia, en primavera, en el Centro Médico de Asturias y estuvo una semana hospitalizado. El diagnóstico fue la afección cardíaca agudizada: estaba muy tocado del corazón y tenía muy hinchadas las piernas. Le dieron el alta y se fue a su casa a Sevares (Piloña); pero siguió sin encontrase bien: andaba por casa desasosegado, inquieto, dormía mal, sufría un malestar general, no se concentraba.
A primeros de Agosto falleció la mujer de Don Gustavo Bueno, y a los dos días el filósofo, hecho que afectó mucho a Ignacio.
El día 17 de Agosto, día de su cumpleaños, le dio un ictus a Ignacio. Era por la noche, y Covadonga tuvo una intuición: bajó desde su habitación al salón y se encontró a las dos de la mañana a Ignacio tirado en el suelo. Llamó a una ambulancia y lo trasladaron al ambulatorio de Arriondas y de allí al HUCA (Hospital Universitario del Centro de Asturias). Allí le hicieron una operación para resolver el problema del ictus que salió muy bien.
Lo fuimos a ver al día siguiente de la operación mi mujer y yo, y lo encontramos muy delgado, pero bien de inteligencia, de lucidez, normal, leía. Se interesó por un libro que tenía yo en casa y me dijo que se lo llevase la próxima visita. El libro de Edward Whitmont, El retorno de la diosa (The Return of the Goddess). ¿Por qué estaba interesado especialmente en ese libro? Me pregunté y me pregunto. Un libro de psicología junguiana que habla de mitos. Libro que le hice llegar en cuanto pude.
El pasado Lunes lo volvimos a visitar en el hospital: estaba sentado en una silla, extremadamente delgado, pero curiosamente estaba leyendo el libro antes mencionado. Llegaron más visitas. Ignacio habló poco, tenía ganas de que lo mandasen a casa, y le dijeron que después del día de Covadonga, día 8 de Setiembre. Yo salí de aquella visita esperanzado, mi mujer no: lo vio muy delgado, sin vitalidad.
Al día siguiente, como a las siete de la mañana, le dio un derrame cerebral y ya perdió la conciencia, aunque apretaba la mano de Covadonga, me dijo ella. Pero entró ya en agonía. A las once de la noche del Martes día seis se murió.
Tenía muy afectado el corazón, muy tocado, y la salud es un todo, y todo está unido con todo en el cuerpo humano.
Lo vamos a echar mucho de menos en la familia: venía mucho por casa. Vital, alegre, hablador. A mis hijos les afectó la muerte de Ignacio, y a mi mujer, y a mí, una amistad de hace más de treinta años.
Pero tiene Usted razón Don Santiago y creo en lo que dice: "Él, que tanto disfrutaba de la vida con los cinco sentidos y con todas sus potencias espirituales e intelectuales, estará ahora viendo las cosas de otra manera, y quizá sonriendo con indulgencia al vernos."
Sí, estoy convencido de ello, nos está viendo desde algún lugar mejor y sonriendo.
Ernst Jünger, en algún pasaje de su obra compara la muerte con un puesto fronterizo donde la calderilla de la memoria es cambiada por oro.
Tan sólo puedo añadir, descanse en paz.