Marqués de Tamarón || Santiago de Mora Figueroa Marqués de Tamarón: agosto 2015

jueves, 13 de agosto de 2015

Los hideputas hacen su agosto

Fotografía: EFE

     Este verano vuelve a ser ardiente con rabia. Y vuelven a encogerse de hombros muchos que deberían hacer algo.

     El peor incendio por ahora es el de la Sierra de Gata, en Extremadura. Los incendiarios han conseguido plenamente su propósito; ya llevan 8.000 hectáreas quemadas. El Presidente de la Junta de Extremadura dijo que eran incendios provocados puesto que es imposible que el azar haga estallar cinco focos a la vez en el monte. Pero no ha atribuido la autoría a alguien en concreto, ni siquiera a algún grupo social o psicopático; cosa que se comprende puesto que habrá que esperar los resultados de las investigaciones, si es que los hay alguna vez.

     Mientras ardía buena parte de España se declararon en huelga indefinida los llamados brigadistas, miembros de las Brigadas de Refuerzo contra Incendios Forestales (BRIF). Sus jefes sindicales aseguraron que no dejarían de trabajar contra el fuego "voluntariamente". El caso es que ha habido sabotajes de helicópteros y coches destinados a luchar contra el fuego (véase el artículo de El País "Sabotajes a helicópteros y coches en la huelga de los brigadistas antiincendios").

     La otra coincidencia es que se ha modificado la legislación haciendo menos difícil la reclasificación de los terrenos forestales quemados.

     Así es que resultan reveladores, en el artículo de El País "A la búsqueda del incendiario" (...) estos párrafos finales:
Un informe confeccionado por el Ministerio de Medio Ambiente, que recopila los incendios registrados en España entre 2001 y 2010, recoge que solo detrás del 4,3% de todos estos fuegos había causas naturales; y del 23,3%, negligencias y accidentes. Del resto, un 15% se desconoce qué los provocó; y un 54,7% fueron intencionados. "Estos últimos son los más numerosos, representan el 60% de la superficie afectada", explica el documento, que señala que, de ellos, un 68,3% corresponden a quemas ilegales agrícolas, eliminación de matorral y regeneración de pastos que se hicieron "de forma incontrolada"; un 11,9% a venganzas y vandalismo; y un 9,7% a pirómanos. 
Los investigadores distinguen, por ello, dos perfiles. El del incendiario: "Un hombre de 30 a 50 años, con domicilio cerca del lugar y sin cualificación profesional; que actúa por motivos de maldad, interés económico, venganza... Son frecuentes las personas desestructuradas, tanto familiarmente como socialmente", explica un informe de la Guardia Civil de Galicia. Y los pirómanos: "Son gente enferma, con un trastorno de conducta, que no pueden controlarse y que requieren tratamiento", sentencia el integrante de Greenpeace.
     La última frase es inefable y cabe imaginar cómo la musita, melifluo, el onegero anónimo de Greenpeace. Eso, los pirómanos son igual que los violadores y asesinos de niños, enfermos que requieren tratamiento y, mientras, hay que soltarlos para que entren en razón. Por mucho que los médicos avisen de que esos hideputas siempre seguirán delinquiendo.

     El caso es que ya caben pocas dudas: los incendios de los montes españoles son en un 95 % provocados, por negligencia o, sobre todo, con ánimo delictivo.

     Y tampoco caben dudas en cuanto a la inoperancia de la justicia, que en muy pequeña proporción detiene, juzga y condena a los culpables. Y aún de ese pequeño porcentaje no se sabe cuántos cumplen la sentencia puesto que entre 2007 y 2013 tan sólo ocho personas fueron condenadas a penas de prisión superiores a dos años, el mínimo para que suponga el ingreso obligatorio en la cárcel. Es más, no se sabe cuántos han entrado en prisión firme ni por cuánto tiempo. Y lo peor no es eso, sino que hay motivos para suponer que la ausencia de datos no es ocultación de las administraciones sino ignorancia impura y simple, como se desprende de este informe de la Fundación Civio, elaborado con admirable tesón y rectitud por Marcos García Rey y Hugo Garrido:
¿Quién quema el monte?
     Por último, este asunto de extrema gravedad está degenerando en un cruce de acusaciones impropio de un país serio que se supone un Estado de Derecho. Aparece la tendencia a atribuir los incendios -una vez que está claro que han sido provocados- a una de estas dos causas: la nueva ley que facilita edificar en terrenos quemados y la nueva ley que quita facultades a los agentes forestales. En el primer caso los sospechosos de haber prendido el fuego son unos ricos explotadores del pueblo (aunque no creo que para edificar sea necesario y ni siquiera conveniente convertir 8.000 hectáreas en terreno calcinado). Y en el segundo caso los agentes forestales estarían justificados al defender sus legítimos intereses, como explicó un espontáneo en comentario en El País el 30 de Julio:
Demonizar a los trabajadores que pelean por sus derechos, es propio de regímenes fascistas. Los derechos amparan nuestras libertades, y el de huelga es sagrado.Así, la huelga se ideó para dañar a la otra parte y hacerla ceder en sus pretensiones, protegiendo de esa manera los derechos laborales del trabajador............................. Hablar de huelgas agresivas o sabotajes , es desconocer la legislación y los derechos humanos por completo. ¡¡Más de un periodista debería volver a la universidad.......si es que ha estado alguna vez!!!.
     Aunque también puede ser este comentario obra no de un saboteador sino de un provocador del bando opuesto al proletario indignado.

     A este respecto, el anterior Presidente de la Junta de Extremadura, José Antonio Monago,
ha recordado que en 2003, "con un gobierno socialista", se quemaron en Extremadura 50.000 hectáreas en Valencia de Alcántara (Cáceres) "y no existía esta ley de Montes, lo que existía era lo mismo que existe ahora: gente con deseo de querer quemar el monte". 
Ha recalcado que detrás del inicio de un incendio como el de Sierra de Gata "siempre está la mano del hombre, de una o varias malas personas" y "no el marco normativo". (El Periódico de Extremadura)
     En fin, lo único seguro del incendio de la Sierra de Gata es que ha sido provocado. Y casi igual de seguro es que los culpables no irán a la cárcel.

     Otra victoria, pues, del estúpido optimismo antropológico de Rousseau contra el cauto pesimismo de Hobbes.

Enlace relacionado:
Verano de bochorno

viernes, 7 de agosto de 2015

Botones de muestra XXVIII



     Sabido es que el pecado capital de los ingleses -tal vez de los británicos en general- es la hipocresía. Con tres salvedades: la clase baja, la clase alta y los católicos no son en Inglaterra hipócritas sino cínicos, que es lo contrario. Como en este libro esas tres categorías están muy presentes, la hipocresía está bastante ausente. Por eso es tan disfrutable este diccionario. La Pérfida Albión, que diría un francés, brilla aquí con todo su esplendor, rodeada de matices irónicos en ocasiones, tiernos en otras, con frecuencia melancólicos.

     El título forma parte del esplendor esencial. Todos recordamos la música de Sir Edward Elgar, un prócer, católico, por cierto, y de origen humilde, con lo cual no podía ser hipócrita y sí podía titular la marcha tomando sin remilgos el verso de Shakespeare "Pride, pomp, and circumstance of glorious war!". Pero Ignacio Peyró es realista y se atreve a reconocer que "el resultado de la anglofilia suele ser el amor rechazado". Es cierto que los ingleses pueden rechazar a los admiradores, y a veces lo hacen hipócritamente y otras con cínica ironía. Pero no siempre ocurre eso, y no tan sólo ocurre en las Islas Británicas. En ocasiones el rechazo puede nacer de la timidez, y los ingleses de la honrada clase media se sienten a veces tímidos ante lo que consideran mayor soltura mundana de los europeos "continentales".

     El subtítulo del libro, Diccionario sentimental de la cultura inglesa, es tan atinado como el título e igual lo es la imagen en la cubierta del oficial y los soldados de uno de los regimientos de la Guardia Real. Todo ello marca el tono elegíaco y a la vez lúcido de este libro que proporciona muchas horas de lectura placentera veraniega pese a los reflejos otoñales de tantas de sus hojas. Está organizado en efecto como un diccionario que agrupa en 350 entradas con reenvíos muy diversos personajes, cosas, objetos y conceptos que van desde el Abate Ponz (Antonio Ponz, el proto-anglófilo ilustrado y moderado) hasta Young Fogeys (jóvenes carcas que copian el estilo de Brideshead en los años 30). Entre estas dos entradas hay un arca de Noé de seres atractivos, repelentes, de curiosidades etnográficas, de manías y de entes de razón. Lo mejor de todo es que es imposible encontrar a un lector que esté de acuerdo con Ignacio Peyró en todo lo ahí escrito; para mí que incluso es imposible que Ignacio Peyró esté de acuerdo en todo con lo escribe Ignacio Peyró. Gracias a eso el lector apasionado pero bien instalado bajo una sombrilla con este libro de 1.062 páginas se despertará de su innoble torpor playero dando bufidos de ira, carcajadas de alegría o sonrisas aprobatorias.

     Pregunté al autor cuál era su propia entrada favorita, y me dijo que la dedicada a los exiliados españoles en Inglaterra. Tiene 16 páginas por las que desfila un gran elenco de emigrados, desterrados, transterrados y extrañados, que de todo hubo. El autor es generoso y se apiada de todos. Salvo de los de derechas. No aparecen el futuro Alfonso XII ni el Conde de Barcelona. A Madariaga no lo menciona en esta entrada, aunque es verdad que no estuvo exiliado sino emigrado, y de los carlistas tan sólo veo al General Cabrera (el mejor militar del siglo XIX español, que no tuvo más instrucción que la del seminario y que no se amilanó ni cuando los liberales fusilaron a su madre). Peyró reprocha a Cabrera estar "muy bien casado con una fortuna británica".

     Da la impresión de que los españoles de izquierdas en Inglaterra no estaban a gusto, menos sin duda que los españoles en Méjico o incluso en Francia. Es triste leer las palabras de Cernuda embarcado ya para ir de la Gran Bretaña a las Américas:
Adiós al fin, tierra como tu gente fría,
un error me trajo y otro me lleva.
Gracias por todo y por nada. No volveré a pisarte.
     La verdad es que en general lo inglés es mucho menos atractivo para los españoles y otros mediterráneos que España para los británicos. Para nosotros lo inglés es un gusto adquirido, como los espárragos y los nísperos. Este libro -profundo e irónico- ayudará a los españoles a conocer a los ingleses y tal vez a los ingleses a conocerse a ellos mismos mirándose en un espejo exótico.

Pompa y circunstancia
Diccionario sentimental de la cultura inglesa
Ignacio Peyró
Fórcola Ediciones
Madrid, 2014

Enlaces relacionados:
Botones de muestra (XXVII): Miguel-Ángel Ochoa Brun
En los albores de la corrección política