El libro que con más maestría reúne ciencia y ficción es el Calendario Zaragozano. Recoge un Juicio Universal Meteorológico para todo el año, siendo así que ni la NASA con todos sus satélites y ordenadores gigantescos se atreve a prever el tiempo más allá de una semana con alguna garantía que no sea la sospecha estadística de que en Agosto hará en Córdoba más calor que en Ávila en Enero. Esa espléndida osadía narrativa, digna del más desmelenado poeta surrealista, la hace barruntar desde la portada del libro la siniestra mirada del hombre más feo y temible después de Boris Karloff y Jean-Paul Sartre, Don Mariano Castillo y Ocsiero. Este señor se calificó a sí mismo de "el Copérnico español" y así comenzó a publicar este calendario en 1840.
En cuanto a su aspecto científico, no es menos notable pues este útil librito es el último refugio de la ortodoxia y la exactitud del santoral. Así, no se olvida de que el 31 de Diciembre en el Reino de Valencia siempre se celebró no a un San Silvestre Papa, santo sin duda respetable pero de poco interés histórico (salvo para los franceses que no saben hablar de la Nochevieja sino que se refieren siempre a "la Saint Silvestre", que se volvió viral para todos los maratonianos ansiosos de torcerse tobillos), sino que se colocó bajo la advocación de Nuestra Señora de la Leche y del Buen Parto. Como nos recuerda que el 12 de Enero es el día de San Benito, Abogado contra el Mal de Orina. O, más importante aún, que el 31 de Julio es la festividad de San Ignacio de Loyola, y que éste es Abogado contra las Calenturas, cosa que no nos ha recordado el actual Papa pese a ser hoy el más señero hijo de San Ignacio.
Se comprende, pues, su éxito perdurable y notable fama, todo ello reforzado por la modestia de su precio (1,80 euros). No había ninguna necesidad de inventar el Realismo Mágico. Incluso podían haber dado el Premio Nobel de Literatura a este benemérito escritor, si es que no murió antes de que se instituyese ese gran galardón. Pero en realidad no ha muerto; su ejemplo y sus ideales perviven y continúan siendo solaz de la gente sencilla, mucho más que escritores más modernos convencidos de su labor redentora del campesinado oprimido.
Lo único que me hace dudar es esto que acabo de leer: a Unamuno le entusiasmaba este calendario. Le dijo a Jorge Guillén que el Zaragozano fue inspiración de su Cancionero junto con el Cántico del propio Guillén y el Catecismo de Astete. La verdad es que yo creo que el orden de buen uso del castellano es Astete, Mariano Castillo y Ocsiero, Guillén y Unamuno. Orden descendente, claro. Así es que el bilbaíno no se inspiró bastante en el maño de Villamayor de Gállego, cabe Zaragoza.
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