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Baltasar Gracián, retrato del taller de Velázquez, circa 1650 © Museo de Bellas Artes de Valencia, Wikimedia Commons |
Como en toda gran obra, fondo y forma van ensamblados a la perfección en
este manual de supervivencia en el mundo de la corte, de la política y de las
armas, o quizá en el mundo a secas. El pesimismo antropológico de Gracián casa y
a la vez contrasta con el contundente y sombrío discurso. Se dice que el
pesimismo de Gracián es barroco, y sin duda lo es, pero no sólo es eso. Menos
aún es producto de la decadencia de España de mediados del siglo XVII.
Gracián siguió él mismo la máxima 110 de su Oráculo manual:
No aguardar a
ser sol que se pone. Máxima es de cuerdos dejar las cosas antes que los
dejen. Sepa uno hacer triunfo del mismo fenecer, que tal vez el mismo sol, a
buen lucir, suele retirarse a una nube porque no lo vean caer, y deja en
suspensión de si se puso o no se puso. Hurte el cuerpo a los ocasos para no
reventar de desaires; no aguarde a que le vuelvan las espaldas, que lo
sepultarán vivo para el sentimiento y muerto para la estimación […].
Pues bien, el jesuita que esto
escribió, amonestado públicamente en el refectorio por su superior, condenado a
pan y agua, condenado también a privarse de tinta, pluma y papel, murió el 6 de
Diciembre de 1658. Diríase que para no reventar de desaires, no aguardó a ser
sol que se pone. No llegó al solsticio de Invierno.
Otro tanto hizo el General y Virrey
de Aragón, Duque de Nochera, encarcelado en Pinto, donde murió en 1642. Lo
curioso es que dos años antes de su súbita muerte Gracián le había dedicado su
tratado El político. Es más, Gracián
había sido confesor del Virrey Nochera, con lo que la dedicatoria a su
penitente debe de ser caso único.
El Oráculo manual y arte de
prudencia, publicado en 1647, a más de ser fiel a su título lleno de
resonancias prácticas, es un prodigio de clarividencia conducente al pesimismo.
El estilo de sus 300 máximas es sobremanera denso y de un laconismo conceptista
que acude a la antítesis, a la anáfora, a la paronomasia y, sobre todo, a la
elipsis hasta conseguir un efecto tan brillante como oracular, que resalta el
claro y sombrío pesimismo.
En cuanto al pesimismo antropológico –y no sólo barroco– explica su éxito
dentro y fuera de España, en el siglo XVI pero también en tiempos posteriores.
Es más, al ser compatible su pesimismo antropológico con un cierto pesimismo
sobre la naturaleza caída del hombre, no fue ninguna duda sobre su ortodoxia lo
que le trajo problemas a Gracián con sus superiores en la Compañía. En cambio,
influyó indirectamente en La Rochefoucauld y fascinó a Schopenhauer, hasta el
punto de que aprendió español para leerlo y traducirlo. Pero tan sólo en el
encabezamiento de la máxima intentó a veces Schopenhauer traducir los juegos de
palabras constantes en el discurso de Gracián. Por cierto que la excelente
traducción al inglés de Christopher Maurer, éxito de ventas hace veinte años,
ni siquiera aspira a traducir los retruécanos, gracias a lo cual muchos
ejecutivos americanos lo tuvieron como libro de cabecera.
En resumen y en penúltima máxima, 299:
Dejar con hambre. Hase de dejar
en los labios aun con el néctar.
(Este artículo mío ha aparecido en Nueva Revista, nº 144, Septiembre 2013)