Marqués de Tamarón || Santiago de Mora Figueroa Marqués de Tamarón: julio 2008

jueves, 31 de julio de 2008

El humor en la novela española y en la inglesa. (1/8)

Marqués de Tamarón. Escritor y diplomático.

Estoy de acuerdo con lo que ha dicho Carmen Posadas, pero no con lo que dice Unamuno. Unamuno se caracterizaba porque era incapaz de reírse, no ya de él mismo, que de eso casi nadie es capaz, pero desde luego de nadie más salvo por un sistema y es que hacía bolitas con el pan en los banquetes y se las tiraba a los demás comensales, lo que daba pruebas de un sentido del humor exquisito.También le gustaba hacer pajaritas de papel, pero ahí se reía de las pajaritas, no de la gente. Creo que la frase de él tiene su miga. Y la voy a repetir porque la leíste muy deprisa y es totalmente falsa, como todo lo de Unamuno: «La comedia es una forma de matar el tiempo, del mismo modo que la esencia de la tragedia es matar la eternidad». Creo que es justo al revés: la tragedia es la que mata el tiempo, porque lo abole, lo declara abolido y nos lleva a la eternidad, que da vértigo. En cambio, la comedia lo que intenta matar es la eternidad con la risa o, al menos, olvidarla. Pero, en fin, vamos al rótulo que no está ahí puesto, pero que lo tenemos por aquí, que creo que es necesario para no dispersarse. Aquí dice «La dimensión cultural en la Unión Europea». Yo creo que eso, por de pronto, lo que quiere decir es que existe una dimensión cultural, que se supone importante. Me gustó cuando anteriormente Sir John Elliott hablaba del proyecto de la Ilustración, del que tantas veces hemos oído decir, un proyecto fracasado después de lo que los herederos de Rousseau y Hegel (tanto los comunistas como los nacionalsocialistas) hicieron, pero, bueno, el proyecto de la Unión Europea no está fracasado, sorprende la realidad que ahí está, pues descansa sobre varias cosas y desde luego la dimensión cultural es importante. Lo que ocurre es que, fíjense en el modesto rótulo de lo que íbamos a hablar o estamos hablando Carmen y yo: «El humor en la novela española y en la inglesa». No dice el humor en la novela española e inglesa. Y no lo dice porque son dos humores totalmente distintos. Eso tiene su importancia, porque eso lo que quiere decir es que el humor de la novela inglesa, que incluye claramente la americana, es claramente distinto del humor en lengua española, que incluye el otro lado del Atlántico —aunque me parece que Carmen no está de acuerdo y dice que hay peculiaridades muy notables, y las habrá, pero desde luego es más parecido al humor de la novela española el humor de la novela argentina (salvo Borges que, como todos sabemos, era islandés o inglés, según los días), que el humor finlandés, que aunque yo no he leído nada en finlandés me imagino que tiene poco que ver con nosotros—. El asunto, insisto, tiene importancia porque si no hay humor común es porque no hay lengua común en la Unión Europea. Y si no hay lengua común, ¿puede haber una Unión? Los padres fundadores de los Estados Unidos veían claro que tenían que tener una lengua en común y la tenían. Nosotros no la tenemos. Se podría argumentar que si no nos reímos igual ¿cómo vamos a tener un futuro común? Pero quizás habría que argumentar que, aunque es cierto que el humor es tan distinto en cada rincón de Europa, en cambio se llora igual y que, en el fondo, la Unión Europea, lejos de estar fundada sobre un instinto común de la risa, está fundada sobre el miedo a volver a las andadas. En ese sentido no tenemos un humor común pero sí tenemos tragedias comunes.

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X Foro Hispano Británico. Noviembre de 2006. Fundación Hispano Británica.

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El humor en la novela española y en la inglesa. (2/8)

Siguiendo con el rótulo que nos obliga, creo que en el fondo y antes de hablar de las diferencias entre el humor de la novela, que no sé por qué hemos puesto lo de novela porque el humor en España se refugia en la comedia, en Inglaterra hasta cierto punto también y es muy distinto del de la novela. Cuando se dice que no hay humor en España es verdad que no hay novela de humor, salvo humor negro, humor amarillo y humor muy cruel a veces. Pero la comedia no, la comedia española, sobre todo la del Siglo de Oro, es totalmente distinta de la novela. Pero es que, además, si nos remontamos a los albores de Europa, en todas partes había un humor muy cruel y muy brutal. En el fondo era mucho más cruel que la épica, porque la épica era una forma aristocrática. El humor popular no lo era; probablemente era mucho más sincero o no se hacía ilusiones sobre la realidad. En la épica, pero también en la tragedia, los horrores que ocurren —y en ese caso tiene razón Angela Carter que decía que «la comedia es una tragedia que le ocurre a otro»— eso es cierto. Lo que ocurre es que la tragedia, en los módulos clásicos, sólo le ocurría a la gente principal. Y digo principal porque príncipe y principal tienen la misma raíz. Y a los otros no, para los otros eso no era una tragedia. Los horrores que pasan en la novela picaresca, que hay que tener corazón de piedra para leerla sin sobrecogerse, no tenían la menor importancia porque le pasaban a los pícaros, que era gente muy mala. Por eso es revolucionario el Quijote, porque, por primera vez, esos horrores, esas humillaciones, esas crueldades, esos chistes marrones, amarillos y verdes a veces, le ocurren a un hidalgo pobre, pero un hidalgo loco. De ahí la crueldad de la novela de Cervantes Don Quijote. No creo que tenga igual en la literatura española, ni en la universal, es algo tan duro que los críticos, que no se atreven a afrontar esa realidad —salvo algunos pocos como Unamuno y Nabokov— lo resuelven bien sea no leyendo el Quijote, bien sea diciendo una cosa que es palmariamente falsa y es que Cervantes se va encariñando con el personaje. Si eso fuera verdad no le haría recuperar el juicio al final, que es ya el colmo de la crueldad, eso es regodearse con las tribulaciones del personaje. Y es así y no merece la pena dar muchas más vueltas. Claro que en aquella época Rabelais tampoco se quedaba atrás en crudeza, e incluso en Inglaterra había ejemplos de brutalidad extraordinaria. Paralelamente a eso, la comedia, en cambio, que se estilaba en España, Inglaterra, Francia, Italia y en todos los lados, era un género mucho más palaciego y mucho más refinado. Y ahí sí había un humor que no solía ser cruel.

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El humor en la novela española y en la inglesa. (3/8)

Pensaba yo preparando estas notas, aunque seguramente se le haya ocurrido a más personas, que en el fondo con el Quijote, con esa misma historia, se podía haber hecho una tragedia. Lo está uno viendo, el Rey Lear de la Mancha. Se vuelve loco, ve visiones, lucha contra los gigantes que resultan ser molinos. Pero claro, si esta novela hubiese sido una tragedia, hubieran sido gigantes; no lo era, tampoco era una comedia, era una burla muy cruel que se mofa de todo impulso noble. Hay dos cúspides en el Quijote, que dicho sea de paso claro que es un libro genial, porque naturalmente Cervantes era quizás el mejor novelista que ha habido jamás y uno de los hombres más crueles también, acaso porque él también sufrió grandes crueldades en la vida, pero eso es aparte, se burla de todo impulso noble y a ese respecto hay un ejemplo tremendo, al principio de la novela, que es una parte que casi todo el mundo ha leído porque luego la dejan -las cien primeras páginas la gente las suele leer incluso hoy en día—. Se encuentra con un hombre muy malo que está azotando a su criado, lo tiene atado a un árbol. Entonces él interviene y defiende al muchacho y huye el amo cruel. Don Quijote se queda muy contento porque ha cumplido con el deber de caballero andante. Andando la novela, no mucho después se topa con el chico que se acerca y le dice: «Por favor, si otra vez ve que ocurre esto, déjeme tranquilo, no se meta a ayudarme, porque mi amo después me ha pegado muchísimo más». Es el colmo de la mala sangre, el reírse de un impulso noble de un hidalgo, loco, claro. Luego la otra cúspide de don Quijote, es cuando Sancho Panza le mira la boca para ver si le han roto muchos dientes en alguna de estas barbaridades que le pasan y entonces, no sé por qué, le vomita a su amo dentro de la boca y él le vomita a él. Luego decimos que las películas de Torrente, que son las que más se ven en España, son falsas. Son absolutamente auténticas, eso es lo que a la gente en verdad le divierte, pero no sólo aquí sino en todo el mundo universal. El motivo es que este tipo de humor español (que coexiste con el humor teatral tan distinto) no es de clase media, cosa que sí es en general el humor de la novela inglesa.

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El humor en la novela española y en la inglesa. (4/8)

Quiero recordar que sólo se ve una parte de la literatura española, entendida desde esta perspectiva del humor, cuando se piensa en la novela, porque claro, viene a la mente el Quijote y hasta cierto punto las Novelas ejemplares que son muy distintas y que tienen mucho menos humor y sí la picaresca que es igual de atroz. Pero nos olvidamos de la comedia que es mucho más amable y que desde luego llega hasta el siglo XX con una brillantísima pléyade de comediógrafos, como Mihura o Jardiel o Muñoz Seca, que mezclan lo surrealista con la ternura y con la gracia, y antes toda la comedia de capa y espada que es una forma cortesana de la literatura.

Dicho todo eso, me permito volver a repetir que las diferencias son mucho más aparentes que reales, porque en el resto de Europa existen y coexisten las mismas tendencias, sólo que quizás se le da más importancia a unas que a otras, en Francia, en España, y en Alemania no digamos, o en la misma Inglaterra.

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El humor en la novela española y en la inglesa. (5/8)

Ayer y para terminar este apartado, me hizo una admonición un hombre que era el retrato de Sancho Panza visto por Gustavo Doré, verdaderamente la vera efigie. Fue en el campo. Yo estaba trajinando allí. Como oigo mal, él estaba gritando en la puerta porque quería decirme algo (es mi vecino). Y yo no oía nada. Al final lo oí, me acerqué para abrir y le dije: «Usted perdone, como estoy medio sordo no lo había oído». Se me quedó mirando, muy digno, como diciendo: este tío es tonto. Me dijo: «Sabe usted, no hay por qué dar a conocer las propias faltas de uno». En fin, comprendí que eso excluye ese ramalazo inglés y americano que llaman self deprecating. Y no digamos el self derogatory. Aquí es absolutamente impensable, porque al que es tan idiota como para hacerlo lo consideran eso, un imbécil. Para eso está el vecino, para decir: sabéis, mi vecino está sordo. Él, por cierto, está cojo. Yo no le dije nada pero me hizo mucha gracia, porque era Sancho Panza, de pronto serio, de pronto digno y, sobre todo, defensor del decoro. Y quizás esa sea la esencia del humor literario español en que por un lado está el decoro y por otro lado la transgresión irresistible, cosa que a veces comprende uno. Gracias.

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El humor en la novela española y en la inglesa. (6/8)

Y ahora me atrevo a comentar la segunda intervención de Carmen Posadas:

Es verdad que las mujeres en la literatura española consiguen un humor donde se burlan de ellas mismas, cosa que a los hombres no les gusta hacer. Hablando ayer por la tarde, mientras preparaba esta sesión con Julia Escobar, le pedí un ejemplo claro y el más señero para ella y, curiosamente, citó como Carmen Posadas a Emilia Pardo Bazán. Lo que pasa es que me contó un cuento, que yo no he leído nunca, que se llama La mayorazga de Bouzas; debería contarlo Julia luego, pero como ya tendrá otra ponencia prevista, quiero decirles que es una historia absolutamente tronchante, probablemente autobiográfica según Julia, porque la tal mayorazga de Bouzas representa a un tipo de mujer con mucho temple y mando en plaza, fea, gorda, que coge su caballo porque sospecha que su marido la engaña y, en efecto, lo encuentra con otra y desoreja a la otra, lo cual tiene mucha gracia, supongo que para doña Emilia, que debió de sufrir bastante con su marido, y quizá él con ella. Pues bien, hay ejemplos notables en la literatura española de hoy de mujeres que se ríen de ellas mismas, la propia Julia Escobar en Nadie dijo que fuera fácil, una novela muy entretenida pero con mucho drama y por la que la acusaron de machista porque se reía de sus congéneres. Carmen Posadas en su libro de Pequeñas infamias, que le valió el Premio Planeta, y en otros libros suyos, también mezcla el humor y el reírse, reírse de lo suyo y de los demás también, desde luego, con lo más dramático.

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El humor en la novela española y en la inglesa. (7/8)

Pero es que ayer ocurrió —todo me pasó ayer y no me resisto a contarlo— que leí en el ABC dos artículos y luego leí unos poemas de Dorothy Parker. Un artículo era de Carmen Posadas, «La eterna guerra de los sexos», y había otro, también muy divertido, que se llamaba «Más que animal de compañía» de Rosa Belmonte, a quien no tengo el gusto de conocer por lo que nadie me puede acusar de darle coba. Y ambos artículos son típicos de mujeres con sentido del humor, capaces de burlarse de ellas mismas y de lo que son ellas y su época y su mundo. Y la mejor manera de escribirlos es, si ustedes me lo permiten, que les lea dos poemas muy cortos de Dorothy Parker, la mujer con más sentido del humor de la literatura en lengua inglesa, salvo en una cosa, fue militante del partido comunista americano. Siendo millonaria realmente demostró que tenía poco sentido del humor en eso, pero en fin lo hizo. El primero resume el artículo de Carmen y dice:

Ultimatum

I’m wearied of wearying love, my friend,
Of worry and strain and doubt;
Before we begin, let us view the end,
And maybe we’ll do without.
There’s never the pang that was worth the tear,
And toss in the night I won’t –
So either you do or you don’t my dear,
Either you do or you don’t!
The table is ready, so lay your cards
And if they should augur pain,
I’ll tender you ever my kind regards
And run for the fastest train.
I haven’t the will to be spent and sad;
My heart’s to be gay and true –
Then either you don’t or you do, my lad,
Either you don’t or you do.

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El humor en la novela española y en la inglesa. (8/8)

El artículo de Carmen era menos feroz pero por ahí iba. Luego el de la señorita Belmonte, donde hablaba de los animales con una ferocidad políticamente incorrecta también, se resume en cuatro versos de Dorothy Parker que se llaman

Thought for a Sunshiny Morning

It costs me never a stab nor squirm
To tread by chance upon a worm.
“Aha, my little dear,” I say,
“Your clan will pay me back one day.”


Bueno, pues con ese sentimiento, muy poco franciscano debo decir, muy poco políticamente correcto pero muy real, yo ya no puedo añadir nada más sin que me detenga la Guardia Civil enseguida. Así que sigan ustedes, señoras, por ese camino de regeneración de la literatura patria. Ánimo.


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viernes, 18 de julio de 2008

Entrevista en "El País" abril 1997

El País (edición internacional del 7 de abril de 1997). Entrevista realizada por el periodista Tomás Bárbulo con el Marqués de Tamarón

Atrevámonos a ser catetos

El 7 de abril se inaugura en México un congreso de periodistas y académicos de todo el mundo hispánico. Lo organiza el Instituto Cervantes, que dirige el marqués de Tamarón.

TOMÁS BÁRBULO

El título nobiliario que encabeza esta página figura ahí por deseo expreso de su beneficiario, Santiago de Mora Figueroa y Williams, de 55 años. El director del Instituto Cervantes opina que no sería honorable disimularlo ahora que los blasones enmohecen. Esto le define como hombre fiel a sus tradiciones. No es el único rasgo evidente de, su carácter: posee un excelente sentido del humor, que demuestra al responder a la primera pregunta:

Pregunta: Señor marqués, ¿dice usted “sostén” o “sujetador”?

Respuesta: Si recuerdo de mi juventud cierta familiaridad con tan dulces prendas, se decía sostén. Pero me parece que ahora las opiniones andan divididas. Supongo que la alusión a las diferentes palabras para designar ciertas cosas la ha sacado de un pecado de juventud mío, un artículo recogido en un libro que se llama El guirigay nacional. Por cierto, en lo de “señor marqués” sobra el señor”.

P. Es curioso que el primer director del Instituto, con el PSOE [Nicolás Sánchez Albornoz], fuera hijo de un presidente de la República; y que el segundo, con el PP, sea un marqués.

R. El padre de mi predecesor era, probablemente, el hombre más tradicional que ha habido en el siglo XX español. De todas formas, salvo que capemos a los marqueses para que no se reproduzcan, cambiemos la Constitución para que no puedan acceder a la función pública o suprimamos los títulos del reino, veo difícil evitar estas situaciones.

P. ¿Qué problemas son más difíciles de resolver: los del español en el mundo o los internos del Instituto Cervantes?

R. El español es una de las lenguas que tienen más capacidad de triunfar. El Instituto hace todo lo que puede por ayudar a ese triunfo. En cuanto a las dificultades, existen, pero yo creo que no son mayores, y quizá sí menores, que las de cualquier órgano de la Administración.

P. Poco antes de llegar al Gobierno, José María Aznar afirmó que la defensa del español en el mundo era una de sus prioridades. ¿Qué siente usted cuando le oye pronunciar la palabra Maastricht?

R. Lo mismo que cuando en su periódico, hace pocos días, vi un chiste muy gracioso, por cierto de Forges en el que aparecía Maastricht sin la te final. Si me hubieran hecho caso cuando se firmó el tratado y se hubiera utilizado la vieja forma española que ya usaba Lope de Vega, de Mastrique, nos ahorraríamos esos problemas.

P. Se ha publicado que les han reducido el presupuesto.

R. Pues tengo que decirle, que ha sido aumentado en, 300 millones, un 7%.

P. En un ensayo, usted ha definido el logotipo de España como “un torvo huevo frito con hollín”. Hombre, ¿qué tiene usted contra Joan Miró?

R. En efecto, dije eso al hilo de una reflexión más general sobre lo que considero que es un problema pendiente para nuestro país: la imagen de España en el exterior. Creo que esa imagen no se corresponde con la realidad desde hace doscientos años. Ha estado llena de patetismo y vacía de armonía o lógica. Incluso los tres eslóganes turísticos de los últimos cuarenta años, que técnicamente eran muy buenos, subrayaban ese aspecto. A saber: “España es diferente”, “Todo bajo el sol” y “Una pasión por la vida”. Con las palabras clave de esos tres eslóganes —diferente, sol y pasión— es muy difícil vender un Talgo.

P. ¿Esa imagen afecta también a la lengua española?

R. En efecto. De resultas de la imagen de nuestra cultura, el extranjero tiende a pensar que la lengua española es puro fuego y pasión, con poca lógica.

P. Su segundo apellido es Williams. ¡Tenemos el inglés hasta en la dirección del Cervantes!

R. Ja, ja. Quizá eso me permita observar con cierto pragmatismo algunas cuestiones. Creo que podemos ver con bastante tranquilidad el futuro del español. En cambio, creo que no hay que dar por hecho que se va a mantener siempre su unidad. El riesgo de la fragmentación siempre existe cuando una lengua está tan extendida como la nuestra. De todos estos asuntos se hablará en el congreso que comienza el día 7 de abril en la localidad mexicana de Zacatecas.

P. ¿Qué haría usted con una frase como ésta?: “El cash-flow ha sido positivo gracias al cash que ha proporcionado el cobro de royalties”.

R. Hay países hispanoamericanos que han tenido la gallardía de traducir royalties por regalías. Me parece que no está mal como ejercicio de estilo.

P. Si dice regalías, tal vez no le entiendan los brokers españoles.

R. Ja, ja. Mire, a mí no me asustan las importaciones de palabras. Siempre se han hecho. Lo que sí me preocupa es la manera en la que se importan ahora. Antes, el pueblo cogía la palabra extranjera y la metabolizaba. Así jambon se convertía en jamón y sustituía a pernil. ¿Quién piensa hoy que jamón sea una palabra extraña? No lo es porque hemos cambiado la ortografía y la pronunciación. Si hubiéramos pretendido hacer lo que hacemos hoy con whisky, escribirlo como los ingleses, se habría resentido la estructura del idioma.

P. Tal vez la solución esté en una ley como la de Jacques Toubon, el ministro francés que hace tres años amenazó con la cárcel a los que firmaran contratos con términos ingleses.

R. Eso no es solución. El propio ministro se encontró después con que Francia podía tener problemas para lanzar empréstitos en los mercados de valores internacionales si se aplicaba su ley. La coerción no soluciona nada en el campo lingüístico. Sería más práctico intentar convencer a los hablantes del español de que se atrevan a ser catetos.

P. No me negará que los anuncios íntegramente en inglés que aparecen en los periódicos y las televisiones invitan a excesos como ése.

R. Son anuncios que deben de gustar a la gente muy esnob.

P. Una empresa privada puede hacer su publicidad en el idioma que quiera. Pero que una empresa pública española inunde las ciudades con carteles de Fortuna en inglés es, sorprendente. Tal vez antes de predicar en el extranjero el Instituto Cervantes debería darse una vuelta por Tabacalera.

R. Ja, ja. He visto esos carteles. Hombre, yo no soy políticamente correcto en nada. Soy fumador y no me considero obseso de las privatizaciones. Así que prefiero no entrar en ese asunto. Sí le aseguro que el Cervantes hace sus anuncios en español.

P. La ortografía deja de ser condición imprescindible para aprobar un examen, en el año 2000 los planes de estudio dedicarán sólo 19 horas a la literatura española... Son noticias recientes. Usted, que está en la primera línea de defensa del idioma, ¿no siente que le falla la retaguardia?

R. Sí. Y permítame que conteste a esta pregunta como aficionado a la literatura. No entiendo cómo una sociedad abocada a que sus miembros tengan cada día más horas de ocio no piensa que sería una inversión enseñar a los jóvenes a disfrutar con la cultura y concretamente con la literatura.

P. Trasladémonos de guardia a la vanguardia. Uno de los frentes más importantes del Instituto es Estados Unidos…

R. Por primera vez, en Estados Unidos hay una inmigración muy intensa y muy concentrada en personas de habla española. Eso ha provocado allí inquietud respecto a la unidad lingüística. Yo creo que lo que España puede hacer ante esta situación es ayudar, junto a los demás países hispánicos, a los inmigrantes a recuperar el orgullo de sus raíces.

P. ¿Y eso, cómo se consigue?

R. Con exposiciones, con cine, con teatro, con cultura de gran calidad que llevemos allí o usando a fondo un instrumento tan nuevo como es Internet.

P. El jueves hice un recorrido por la información que tiene el Instituto en Internet y hallé 38 faltas de ortografía y sintaxis en sólo dos folios. Los he traído impresos para que lo compruebe.

R. [Gesto de disgusto mientras se cala las gafas y repasa los folios con atención] Tiene usted razón. Podría alegar que se trata de una exposición y que los textos son del autor. Pero esto no debe ser una disculpa. Hay ocasiones en que la censura es recomendable. En este caso habría sido necesaria.

P. Uno de sus grandes proyectos es la edición del Quijote que Francisco Rico está preparando a partir de las primeras impresiones de la obra, que por cierto se publicaron llenas de erratas hace 450 años.

R. Se trata de una edición lo más próxima posible al texto auténtico, que no tiene por qué coincidir siempre con la primera edición. Irá acompañada de numerosas notas redactadas por un equipo de cervantistas de alto nivel. Con esto creo que el Instituto Cervantes también cumple con la misión que tiene encomendada.

La vanidad de un jardinero

Hace tres siglos, el señor de la villa burgalesa de Tamarón supo tomar la opción adecuada en la guerra que enfrentaba a los partidarios del pretendiente Borbón con los del archiduque Carlos. Coronado ya como Felipe V, el Borbón le agradeció los servicios prestados con el título de marqués. Desde entonces, han pasado por el registro, con desigual fortuna, nueve marqueses de Tamarón. De aquel episodio le quedan a Santiago de Mora-Figueroa un indisimulado orgullo y unos tarros de miel que, de vez en cuando, le envían los habitantes del viejo señorío de su antepasado.

Pero la vanidad de Tamarón —así quiere que le llamen— no se colma con su escudo de armas. Tampoco con mandar en el Instituto Cervantes, ni con ser autor de cinco libros “poco distribuidos y menos leídos”. Ni siquiera con sobrevolar el mundo a 1,95 metros de altura, característica física que le hace sufrir bastante en los aviones. La vanidad de Tamarón es ser "el mejor jardinero al sur de Despeñaperros". Quien quiera pruebas, que vaya a Cádiz y contemple su jardín de Arcos de la Frontera.

Su árbol genealógico —hijo de un marqués andaluz y de una inglesa— y su lugar de nacimiento —Jerez de la Frontera— parecían predestinarlo a convertirse en un experto en escanciar manzanilla. Sin embargo, eligió la carrera diplomática.

Hasta que llegó al Instituto Cervantes siempre encontró tiempo para escribir. Lo hacía todos los domingos, ocho horas seguidas durante las cuales sólo se alimentaba con pan de ajo —“para que no se me acercaran ni mi mujer ni mis dos hijos”—, café y vitamina B. Ese tesón es el que avala la única palabra cuyo significado le gustaría alterar: Bogavante. Según su curiosa teoría, el idioma inglés tiene una palabra, trendy, para designar a la persona ansiosa por estar a la última moda. “Bogavante no sólo significa ese marisco tan rico, sino también el que remaba primero en las galeras. Y realmente sufre tanto el esnob...”. Cosas de marqueses.

sábado, 12 de julio de 2008

Prólogo a “La muerte. El final de los tiempos II”

Esta insólita novela tiene varias singularidades, casi todas indecibles. Y digo indecibles pues resulta difícil explicar cómo coexisten algunas de ellas, cualidades que casi siempre se excluyen mutuamente en la narrativa, como la acción y las ideas. Pero su singularidad más indecible es la agilidad de la intriga, que mantiene en vilo al lector como cuando a los diez años descubrió a Stevenson. Esta capacidad de sorprender y cautivar al lector es la esencia de la novela, pero exige que se llegue al libro con una ignorancia casi edénica: es lo contrario de la tragedia, donde el efecto catártico en el espectador en nada depende de la sorpresa, ni ésta, si la hay, de la ignorancia. De ahí que sea indecible el argumento de La Muerte, so pena de ser tachado de desleal al lector y al autor.

Ni siquiera cabe esbozar el argumento del anterior volumen de la trilogía, El Dolor, pues quienes lo han leído no necesitan resúmenes y quienes no lo conocen deberían preservar su ignorancia para disfrutar de la recapitulación que el propio autor hace en la primera parte de esta segunda novela. Basta, pues, con describir el escenario histórico de estas estupendas aventuras futuristas. Se desarrollan en una distopía surgida tras revoluciones y guerras –descritas también en El Dolor– que dan a luz un mundo física, moral y espiritualmente enfermo. No se crea, sin embargo, que el tenebroso escenario y los sombríos títulos de estas dos novelas albergan unas aventuras tristes. Muy al contrario –quizá porque el título general de la trilogía es El final de los tiempos, pero más aún por la esencial alegría del relato– el lector intuye que más allá de las humaredas y estrépitos apocalípticos hay algún tipo de salvación.

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Prólogo a la novela de José Javier Esparza "La muerte. El final de los tiempos II" . Editorial Áltera. Barcelona. 2008
Marqués de Tamarón 2008

viernes, 11 de julio de 2008

Prólogo a “La muerte. El final de los tiempos II” / 2

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La acción, como en toda buena novela, tiene un ritmo juvenil. No se ve entorpecida en ningún momento por el hondo trasfondo filosófico o religioso. Es curioso que un novelista tan cristiano como Esparza invente un mundo enteramente nuevo, e incluso una religión post-cristiana, aunque cabe suponer que el culto a la Madre es una primera etapa en el regreso al cristianismo. Bien mirado, más curioso aún es que otro escritor muy católico, Tolkien, inventase otro mundo de arriba abajo, hasta con lengua propia, pero sin ninguna religión, más que unos leves ecos marianos y celestiales al final. Por cierto que Tolkien, con su gran lucha entre el Bien y el Mal, no es del todo ajeno al mundo de Esparza, aunque el mayor influjo literario y político en El final de los tiempos sea, a mi entender, Ernst Jünger. Me refiero al Jünger de Sobre los acantilados de mármol y demás novelas entre utópicas y distópicas. A veces piensa el lector de La Muerte que Esparza, con su philosophia perennis y su amor gozoso por la aventura, es una mezcla de Jünger y Tintin, hasta que cae uno en la cuenta de que eso sería una tautología, puesto que el propio Jünger es una mezcla de Jünger y Tintin. Aunque Esparza dice que no, que Jünger es una mezcla de Goethe y Tintin, y uno le replica que de dónde viene entonces el lado guerrero, y dónde nos dejamos a Hölderlin y a Nietzsche, y la cuenta telefónica es astronómica, ya que Esparza es polémico y culto y simpático…

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jueves, 10 de julio de 2008

Prólogo a “La muerte. El final de los tiempos II” y 3

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Pero el análisis psicológico de los personajes no es ni juvenil ni filosófico, está en la sólida tradición novelística europea: algunos malvados conservan su dignidad aun en el mal y otros incluso se redimen. Sobre todo, no cae en la torpeza de buena parte del pensamiento cristiano de los últimos cien o doscientos años, que parece creer que la civilización contemporánea, al ser materialista o impía (o ambas cosas a la vez como el mundo comunista o el nacionalsocialista), es pagana. ¡Ojalá! –decía otro católico lúcido, Christopher Dawson– pues el paganismo está lleno de sentido espiritual, cosa de la que carecen los seguidores de Stalin y los de Hitler. Eso lo sabe muy bien Esparza, uno de los pocos escritores españoles de hoy que saben ver las hierofanías allí donde se producen y no sólo donde tienen que producirse. Por eso esta novela, además de ser una alegoría política del presente y barrunto del futuro, y un relato de aventuras, y una historia de amor, y una descripción, a veces cómica, de la estupidez suicida del género humano, es una búsqueda de lo sagrado. El que esa búsqueda, como en la épica clásica, pero con formas estilísticas modernas, incluya persecuciones, batallas, conjuras, traiciones y amores, hace que el lector lea los dos volúmenes ya publicados con la rapidez y curiosidad que se tributa a las novelas que cautivan, categoría poco numerosa hoy, y con la esperanza de que pronto podemos leer el tercer tomo. Confieso que a mí eso no me pasaba desde que, hace ya muchos años, me encontré en un verano parisino sin el tercer volumen Los gozos y las sombras y un año después, en pleno invierno danés sin el tercero y final tomo de La espada de honor. Quien como Esparza provoca hambre de letra impresa como Gonzalo Torrente y Evelyn Waugh es todo un novelista.


Prólogo a la novela de José Javier Esparza "La muerte. El final de los tiempos II" . Editorial Áltera. Barcelona. 2008


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